El día que Franco intentó cambiar la hora de España para siempre y nos dejó viviendo en un ‘jet lag’ permanente

• Este desfase hace que vivamos con una hora que no nos corresponde por geografía, afectando a nuestros horarios de comida y sueño.
• El debate sobre volver al horario de Greenwich sigue abierto, enfrentando beneficios para la salud contra el impacto en el turismo.

Puede que nunca te lo hayas planteado, pero cada vez que miras el reloj, estás siendo víctima de una decisión que tomó Franco hace más de 80 años. Vivimos en un huso horario que no nos corresponde geográficamente, una anomalía que explica por qué comemos tan tarde y por qué el sol se pone a las diez en verano; en 1940, España abandonó su hora natural para adoptar la de la Alemania nazi. ¿Somos conscientes de cómo ese gesto político sigue marcando nuestro ritmo vital?

Ese desfase horario es la respuesta a muchas de nuestras peculiaridades más famosas, desde la siesta hasta las cenas interminables. Es una herencia del pasado que nos ha convertido en europeos con alma de funambulistas, siempre en equilibrio precario sobre la línea del tiempo; vivimos con un ‘jet lag’ crónico que afecta a nuestros horarios de comida, de sueño y de trabajo. Y todo comenzó con una orden publicada en el BOE en plena Segunda Guerra Mundial.

¿UN GESTO POLÍTICO CON CONSECUENCIAS ETERNAS?

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En plena contienda mundial, el régimen buscaba alinear a España con sus aliados del Eje. El 7 de marzo de 1940, una orden ministerial adelantó los relojes sesenta minutos para sincronizarlos con Berlín, Roma y el resto de la Europa ocupada; el cambio de hora fue un gesto de simpatía y subordinación política hacia la Alemania de Hitler. La geografía y el sol dejaron de importar; lo que importaba era la política, como tantas otras veces en la historia.

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Lo más insólito de todo es que aquella medida se presentó como algo «provisional» que sería revertido en el futuro. Sin embargo, la guerra terminó, otros países como Reino Unido volvieron a su hora natural, pero aquí nadie movió ficha; la medida provisional de la dictadura se olvidó en un cajón y nunca fue revertida tras el fin de la guerra. El tiempo de Franco se convirtió, por inercia, en el tiempo de todos.

VIVIENDO EN EL MERIDIANO EQUIVOCADO

La Península Ibérica, por su posición en el globo, está atravesada por el meridiano de Greenwich, la referencia que marca el Tiempo Universal Coordinado (UTC). Es la misma longitud de Reino Unido, Portugal e Irlanda. Sin embargo, compartimos hora con Polonia, que está a miles de kilómetros al este; geográficamente, España debería tener la misma hora que Londres o Lisboa, no la de Varsovia. Este es el origen de nuestro particular desfase horario.

Esta anomalía provoca que nuestro reloj oficial vaya siempre por delante de nuestro reloj solar. En la práctica, esto significa que el sol sale más tarde y se pone más tarde de lo que le correspondería. En lugares como Galicia, en verano, la diferencia entre la hora oficial y la solar llega a ser de más de dos horas. El legado de Franco nos regaló esta desincronización que obliga a que nuestros horarios sociales se desplacen hacia la tarde-noche.

¿CÓMO AFECTA ESTO A TU PLATO Y A TU ALMOHADA?

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Comemos a las tres de la tarde y cenamos a las diez de la noche no por capricho, sino como una adaptación inconsciente a esta realidad. Cuando nuestro reloj marca las dos, el sol está en su punto más alto, como si fueran las doce en Londres; nuestros tardíos horarios de comida son una consecuencia directa de este desajuste con la hora solar. Nuestro cuerpo nos pide comer a una hora, pero nuestro horario laboral nos impone otra.

El problema se agrava con el sueño. Cenamos tarde, nos vamos a la cama tarde, pero tenemos que levantarnos temprano para cumplir con un horario laboral de estándar europeo. Esta ecuación es un cóctel explosivo para nuestro descanso, y los españoles dormimos, de media, casi una hora menos de lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud. La decisión de Franco nos metió en una espiral de cansancio crónico.

EL ETERNO DEBATE: ¿DEBERÍAMOS CAMBIAR LA HORA?

Los defensores del cambio, entre ellos cronobiólogos y sociólogos, argumentan que volver al huso de Greenwich nos alinearía con nuestro ciclo natural de luz. Esto, aseguran, mejoraría la calidad del sueño, la productividad y la conciliación familiar; los proponentes argumentan que el cambio mejoraría la salud pública y racionalizaría los horarios laborales. Sería, en definitiva, empezar a vivir a la hora que nos toca, algo que no hacemos desde la era de Franco.

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En el otro lado de la balanza, el sector turístico y la hostelería se resisten ferozmente. Las largas tardes de luz en verano son una de nuestras grandes bazas para atraer visitantes y potenciar el consumo en terrazas y comercios. el impacto económico, especialmente en el turismo, es el principal obstáculo para plantear un cambio. La herencia de Franco se ha convertido, para algunos, en una ventaja competitiva.

LA SOMBRA DE UNA DECISIÓN DE HACE 80 AÑOS

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Nos hemos acostumbrado a vivir así, y hemos construido una cultura social alrededor de estas tardes infinitas y estas noches que empiezan tarde. Nuestra forma de socializar, de disfrutar del ocio y de entender el tiempo está profundamente ligada a esta anomalía histórica. De alguna manera, nuestro peculiar estilo de vida es una adaptación única a vivir permanentemente desfasados con el sol.

Así que la próxima vez que te sientes a cenar cuando en media Europa ya están durmiendo, o disfrutes de un atardecer casi a las diez de la noche, recuerda que no es magia. Es la sombra de una decisión tomada en un despacho hace ochenta años, un eco del siglo XX que sigue dictando cuándo comemos, cuándo dormimos y cuándo vivimos, dejándonos en este ‘jet lag’ eterno que, para bien o para mal, ya es parte de lo que somos.

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