El violencia que España cometió y borró de los libros de historia: la verdad silenciada sobre la conquista de Canarias

La violencia militar, la esclavitud masiva y la imposición cultural fueron las tres herramientas que España utilizó para exterminar a los aborígenes canarios. La historia oficial ha silenciado este genocidio, presentándolo como una gesta heroica y ocultando la brutalidad de los hechos.

Pocos lugares evocan imágenes tan paradisíacas como las Islas Canarias, pero la historia de cómo España las incorporó a su corona esconde un relato de una brutalidad extrema. Detrás de sus playas volcánicas y su clima eterno se oculta una memoria deliberadamente olvidada, y es que la conquista del archipiélago fue mucho más que una simple campaña militar, pues la llegada de la Corona de Castilla supuso el principio del fin para sus habitantes originarios, los guanches. ¿Qué ocurrió realmente en aquellas islas atlánticas?

La versión oficial nos habla de una gesta heroica y una expansión inevitable del reino peninsular, pero omite la parte más oscura del proceso. A menudo se pasa de puntillas por la sistemática aniquilación de un pueblo entero, y es que lo que sucedió allí tiene un nombre mucho más incómodo que «conquista», pues la población guanche fue prácticamente exterminada en menos de un siglo a través de la guerra, la esclavitud y las enfermedades. Es hora de darle una vuelta a esa historia que nos contaron.

ANTES DEL DESASTRE: ¿QUIÉNES ERAN LOS GUANCHES?

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Poco se sabe a pie de calle sobre el pueblo guanche más allá de mitos y leyendas románticas. Antes de la llegada de los conquistadores, habitaban las islas en una sociedad tribal compleja, con sus propias creencias religiosas, un lenguaje único y unas sorprendentes técnicas de momificación, y es que desarrollaron una cultura fascinante y completamente aislada del resto del mundo durante siglos. Su existencia era un testimonio de adaptación a un entorno volcánico y desafiante.

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Vivían en una relativa armonía con su tierra, organizados en diferentes reinos o menceyatos que a menudo rivalizaban entre sí. Sin embargo, nada les había preparado para la codicia y la violencia que se avecinaba desde el otro lado del mar, ya que su desconocimiento de la metalurgia y las tácticas de guerra europeas los dejó en una situación de extrema vulnerabilidad. Eran un pueblo a punto de enfrentarse a una fuerza que no podían comprender ni imaginar.

LA CONQUISTA NO FUE UN PASEO: FUE UNA GUERRA DE EXTERMINIO

La conquista de Canarias, que se extendió durante casi un siglo, no fue un conflicto entre iguales. Los ejércitos enviados por la Corona de Castilla llegaron con armaduras de acero, armas de fuego y una caballería que aterrorizaba a los nativos, y es que la superioridad tecnológica y militar de los invasores convirtió cada batalla en una auténtica carnicería, pues el objetivo no era solo someter, sino aniquilar cualquier foco de resistencia.

Las crónicas de la época, aunque escritas por los propios vencedores, relatan episodios de una crueldad inusitada. Masacres como la de Acentejo, en Tenerife, o la práctica de despeñar a los prisioneros por barrancos eran habituales, ya que la política de tierra quemada y la persecución implacable formaban parte de la estrategia, pues los conquistadores aplicaron una violencia desmedida para quebrar la moral de los guanches. No se buscaba la rendición, se buscaba el exterminio.

LA ESCLAVITUD: EL NEGOCIO QUE FINANCIÓ LA ANIQUILACIÓN

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Más allá de la violencia en el campo de batalla, la esclavitud fue uno de los pilares del genocidio guanche. Miles de hombres, mujeres y niños fueron capturados y vendidos en los mercados de esclavos de la península y otras partes de Europa, y es que la venta de canarios como esclavos se convirtió en un negocio muy lucrativo para los conquistadores. Esta práctica no solo diezmó a la población, sino que también desestructuró por completo sus familias y comunidades.

Las condiciones de esta esclavitud eran inhumanas. Los guanches eran marcados con hierro candente, obligados a trabajar hasta la extenuación en plantaciones de caña de azúcar en las propias islas o enviados lejos de su hogar para nunca regresar, pues fueron despojados de su libertad y su dignidad, tratados como mercancía. Esta deshumanización sistemática fue un paso previo y necesario para justificar su completa aniquilación como pueblo.

BORRAR UN PUEBLO: LA IMPOSICIÓN DE UNA NUEVA IDENTIDAD

Una vez que la resistencia militar fue aplastada, comenzó la segunda fase del exterminio: el cultural. La Corona de Castilla, con la Iglesia como aliada indispensable, inició un proceso agresivo para borrar cualquier vestigio de la identidad guanche, y es que a los supervivientes se les prohibió hablar su lengua, practicar sus ritos religiosos y mantener sus costumbres, pues la imposición del catolicismo y la lengua castellana fue una herramienta de dominación total.

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El objetivo era claro: hacer desaparecer al pueblo guanche no solo de la tierra, sino también de la memoria. Se les obligó a adoptar nombres cristianos, sus lugares sagrados fueron destruidos o reconvertidos en iglesias y su historia oral se perdió para siempre, ya que el relato de los vencedores se impuso como la única verdad posible. El resultado fue la asimilación forzosa de los pocos que quedaron, diluyendo su legado hasta casi hacerlo desaparecer.

UN SILENCIO INCÓMODO QUE LLEGA HASTA HOY

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Este violento episodio de la historia de nuestro país sigue siendo un gran desconocido. En los libros de texto, la conquista de Canarias se despacha a menudo como una simple «incorporación» o el preludio de la aventura americana, sin profundizar en la tragedia humana que supuso, ya que la narrativa oficial ha preferido siempre resaltar la gloria del imperio en lugar de sus sombras. Este silencio ha perpetuado una visión incompleta y profundamente injusta.

Revisitar este pasado no busca reabrir viejas heridas sin motivo, sino entender la complejidad de nuestra propia historia. Reconocer lo que ocurrió en Canarias es un ejercicio de honestidad necesario para comprender cómo se construyó la España que conocemos hoy, y es que afrontar los capítulos más oscuros de nuestro pasado nos hace una sociedad más madura y consciente. Quizás, solo así, se pueda hacer justicia a la memoria de un pueblo borrado del mapa.

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