Felipe VI vuelve a situarse en el centro de la atención pública, no solo por su papel institucional, sino también por las tensiones que comienzan a rodear la apretada agenda que afrontará junto a la reina Letizia en los próximos días. Apenas una semana después de haber interrumpido sus vacaciones en Grecia para supervisar de cerca la evolución de los graves incendios que arrasan diferentes comunidades del país, el monarca español se enfrenta ahora a un calendario cargado de compromisos que ponen a prueba el equilibrio entre su vida personal y sus responsabilidades como jefe de Estado.
La respuesta de Felipe VI a esta crisis ha sido rápida y visible. Desde su visita al cuartel de la Unidad Militar de Emergencias (UME) en Torrejón de Ardoz, donde mostró su apoyo a quienes luchan contra las llamas, hasta el anuncio de que recorrerá las zonas más castigadas, el Rey ha querido transmitir un mensaje claro de cercanía y compromiso. Sin embargo, detrás de estos gestos públicos se esconden también tensiones en Palacio, como la organización de la agenda oficial, los imprevistos que genera una tragedia de esta magnitud y la dificultad de compaginarlo con otros compromisos previamente fijados.
2Tensiones en la agenda de los Reyes

La apretada agenda de Felipe VI y la reina Letizia en los próximos días es motivo de preocupación en Zarzuela. A la presión derivada de los incendios se suman compromisos internacionales, audiencias oficiales y actividades vinculadas a la Fundación Hesperia, de la que son presidentes de honor. Esto implica que la pareja real deba coordinar una serie de actos sin margen de error, en un momento en el que la opinión pública observa con lupa cada uno de sus movimientos.
Felipe VI, que siempre ha sido escrupuloso con el cumplimiento de su papel institucional, se encuentra en la difícil tesitura de no descuidar ninguno de sus frentes. Por un lado, está la obligación moral de acompañar a los afectados por el desastre; por otro, las citas diplomáticas y oficiales que forman parte de la agenda real y que no pueden posponerse sin consecuencias. Este delicado equilibrio alimenta la sensación de que en Palacio se vive una especie de “crisis silenciosa”, donde cada decisión pesa más de lo habitual.