Jorgelina Amoriso (33), científica, confirma por qué los veranos de tu infancia parecían eternos y ahora los años vuelan: la deprimente ‘teoría proporcional’ del tiempo

Esa sensación de que los años se esfuman mientras los recuerdos de la infancia parecen durar para siempre tiene, por fin, una explicación científica. La clave no está en tu imaginación, sino en una simple y descorazonadora fórmula matemática que rige nuestro cerebro.

Los veranos de la infancia tenían una densidad diferente, un peso específico que los convertía en una era completa, llena de siestas, helados y rodillas magulladas. Aquella época estival parecía no tener fin, un bucle de tres meses en el que cabían todas las aventuras del mundo. Sin embargo, al mirar el calendario hoy, esa misma estación se desvanece en un suspiro, como un fin de semana largo. La pregunta es inevitable: ¿qué ha cambiado? La respuesta, según la ciencia, es que nuestra percepción del tiempo se encoge a medida que envejecemos.

Esta aceleración del tiempo no es una simple nostalgia ni un truco de la memoria, sino un fenómeno documentado que la científica Jorgelina Amoriso ha puesto sobre la mesa de una forma demoledora. Los meses de calor de ahora son exactamente igual de largos que los de entonces, pero nuestro cerebro los procesa de una manera radicalmente distinta. Y todo se debe a una teoría que, aunque deprimente, tiene una lógica aplastante. Prepárate, porque la llamada ‘teoría proporcional’ explica por qué cada año que pasa se siente más corto que el anterior.

¿POR QUÉ EL TIEMPO PARECE ACELERAR CON LOS AÑOS?

La sensación de que cada año es más corto que el anterior no es una simple ilusión, sino un fenómeno psicológico universal con una base muy real y demostrable.
La sensación de que cada año es más corto que el anterior no es una simple ilusión, sino un fenómeno psicológico universal con una base muy real y demostrable. Fuente Feepik.

La percepción del tiempo no es lineal ni objetiva; es una construcción de nuestro cerebro, maleable y totalmente subjetiva. Durante la niñez, el mundo es un torrente de información nueva y experiencias por descubrir, y nuestro cerebro trabaja a pleno rendimiento para procesar y almacenar cada detalle. Esos primeros veranos estaban repletos de «primeras veces», y cada una de ellas funcionaba como un ancla en nuestra memoria. Por eso, las vacaciones de verano de entonces se sienten tan largas al recordarlas; el cerebro codifica más recuerdos cuando las experiencias son novedosas.

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Conforme nos hacemos adultos, la vida se vuelve mucho más predecible y rutinaria. El trayecto al trabajo, las tareas del hogar, las responsabilidades… todo se convierte en un patrón que se repite. Nuestro cerebro, que es una máquina de optimizar energía, deja de registrar con la misma intensidad aquello que ya conoce. Por eso, los veranos de la madurez se comprimen en nuestra memoria, porque la falta de novedad hace que el cerebro procese bloques enteros de tiempo como un único evento, sin apenas dejar huella.

EL CEREBRO, ESE RELOJ MENTIROSO Y EMOCIONAL

Nuestro órgano pensante no mide los segundos como un cronómetro suizo, sino que los estira o los encoge en función de las emociones y la atención que prestamos. Piensa en un momento de peligro o de una alegría desbordante: el tiempo parece ralentizarse. Ocurre porque el cerebro entra en un estado de alerta máxima y registra una cantidad ingente de información por segundo para poder reaccionar. Esos recuerdos se graban a fuego, creando la ilusión de que el evento duró mucho más. Los veranos de la infancia, llenos de descubrimientos, funcionaban bajo esa misma lógica.

En cambio, cuando estamos aburridos o inmersos en una tarea monótona, el tiempo parece arrastrarse, pero al recordarlo, ese periodo se convierte en un borrón sin detalles. La clave está en la memoria. No recordamos el tiempo en sí, sino los eventos que ocurrieron en él. Durante la estación más cálida de nuestra niñez, cada día era una aventura diferente. Ahora, muchos de los días de nuestros veranos son casi idénticos entre sí, y nuestro cerebro, pragmático, fusiona los recuerdos repetitivos en un único bloque de memoria para ahorrar espacio.

LA ‘TEORÍA PROPORCIONAL’: LA MATEMÁTICA QUE EXPLICA LA NOSTALGIA

La explicación más reveladora es sorprendentemente simple y se basa en una regla de tres que todos podemos entender sin necesidad de ser científicos.
La explicación más reveladora es sorprendentemente simple y se basa en una regla de tres que todos podemos entender sin necesidad de ser científicos. Fuente Feepik.

Aquí es donde entra en juego la ‘teoría proporcional’ que Amoriso defiende. La idea es que percibimos la duración de un periodo de tiempo en relación con la totalidad de la vida que ya hemos vivido. Para un niño de cinco años, un año representa el 20 % de toda su existencia. Es una porción gigantesca, una eternidad. Por eso, la espera entre dos veranos se hacía insoportable. Era, literalmente, una quinta parte de su vida la que tenía que transcurrir para volver a la piscina.

Ahora, apliquemos la misma lógica a un adulto de 40 años. Para esa persona, un año solo supone un 2,5 % de su vida. Es una fracción mucho más pequeña, un fragmento casi insignificante en la línea temporal de su existencia. Desde esa perspectiva, es lógico que los veranos y los años pasen volando. No es que el tiempo corra más, es que nuestra vara de medir ha cambiado drásticamente; cada nuevo año representa un porcentaje progresivamente menor de nuestra vida total, y por eso lo percibimos como más breve.

NO ERES TÚ, ES LA RUTINA (Y LA FALTA DE NOVEDAD)

La monotonía es el gran enemigo de la memoria y la principal responsable de que sintamos que la vida se nos escapa entre los dedos sin que nos demos cuenta. Romper con ella es la única vía. Cuando somos adultos, gran parte de nuestra vida se automatiza. Conducimos, trabajamos y hasta cocinamos en una especie de piloto automático que requiere muy poca atención consciente. Durante esos periodos, nuestro cerebro apenas crea nuevos recuerdos significativos. Los veranos de la edad adulta a menudo se limitan a unas pocas semanas de vacaciones que rompen un patrón de meses enteros de monotonía, y por eso se sienten tan cortos.

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En contraposición, la infancia era un campo de minas de novedad. Aprender a montar en bicicleta, el primer baño en el mar, la primera noche de acampada… cada experiencia era única y memorable. Aquellas vacaciones estivales estaban repletas de hitos que marcaban el paso del tiempo de una forma indeleble. La ausencia de rutina obligaba al cerebro a estar constantemente activo y creando nuevas rutas neuronales, y la abundancia de «primeras veces» genera muchos más anclajes de memoria que expanden nuestra percepción del tiempo.

¿PODEMOS FRENAR EL RELOJ? PEQUEÑOS TRUCOS PARA ‘ESTIRAR’ EL TIEMPO

Aunque no podemos volver a ser niños, sí podemos aplicar estrategias conscientes para que nuestros días se sientan más plenos, largos y memorables.
Aunque no podemos volver a ser niños, sí podemos aplicar estrategias conscientes para que nuestros días se sientan más plenos, largos y memorables. Fuente Feepik.

Sabiendo todo esto, la pregunta es si podemos hacer algo para «ralentizar» el tiempo o, al menos, nuestra percepción de él. Y la respuesta es un rotundo sí. La clave, como ya habrás adivinado, es buscar la novedad y romper con la rutina de forma deliberada. No hace falta cambiar de vida radicalmente, basta con introducir pequeñas variaciones en nuestro día a día. Cambiar la ruta para ir al trabajo, probar un restaurante nuevo cada semana o aprender una habilidad nueva durante la canícula puede hacer maravillas para nuestros veranos.

El objetivo es obligar al cerebro a salir del piloto automático y a crear nuevos recuerdos. Viajar a un lugar desconocido, por ejemplo, es una de las formas más eficaces de «estirar» el tiempo, porque cada estímulo es nuevo y requiere nuestra atención plena. Aunque no podamos recuperar la magia de aquellos lejanos veranos, sí podemos llenar los actuales de nuevas experiencias que los hagan más memorables. Al final, se trata de coleccionar momentos, no días, porque vivir conscientemente y buscar la novedad es la única herramienta que tenemos para luchar contra la tiranía del reloj.

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