Jorge Soria (34), chef, contradice la creencia popular: «Si guardas el jamón así, estás tirando 300 euros a la basura»

El tesoro gastronómico más preciado de España sufre en silencio en miles de cocinas por una costumbre heredada. Un chef desvela el error garrafal que acelera el secado y te hace perder dinero con cada loncha que tiras.

Tener un jamón en la cocina es uno de los mayores placeres que existen en nuestra gastronomía, un ritual que conecta con la tradición y anticipa momentos de puro disfrute. Es el rey de cualquier celebración, el protagonista silencioso de las reuniones familiares. Sin embargo, detrás de esa imponente presencia se esconde un drama doméstico que se repite a diario. Lo que muchos no saben es que la forma en que lo tapamos en casa después de cortarlo puede arruinarlo por completo y hacer que pierdas una cantidad indecente de dinero. ¿Estás seguro de que lo estás haciendo bien?

La imagen es un clásico en cualquier hogar español: la pata de cerdo en el jamonero, cubierta púdicamente por un trapo de cocina de algodón, esperando su próximo turno. Pues bien, según el chef Jorge Soria, ese gesto tan arraigado es precisamente el que está saboteando tu inversión. El experto contradice frontalmente la creencia popular con una advertencia que duele en el bolsillo, ya que la clave para proteger esta joya culinaria no está en cubrirlo con un paño de cocina, sino en un método mucho más natural y efectivo que respeta la esencia del producto.

EL GRAN ERROR QUE COMETEMOS TODOS (Y NOS CUESTA UNA FORTUNA)

Desvelamos la costumbre más extendida y por qué es la forma más rápida de arruinar tu pieza.

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La escena se repite en bucle: cortamos unas lonchas finas, disfrutamos de su sabor inigualable y, al terminar, cogemos el primer trapo limpio que encontramos y lo echamos por encima de la pieza de jamón. Lo hacemos con la mejor de las intenciones, pensando que así lo protegemos del aire, del polvo y de la luz. Sin embargo, sin ser conscientes de ello, estamos cometiendo un sacrilegio gastronómico. El problema es que el trapo de algodón es el principal culpable de que el jamón se seque y pierda sus propiedades organolépticas en cuestión de días.

Este gesto, que hemos visto hacer a nuestras abuelas durante toda la vida, es contraproducente. Lejos de conservar el producto ibérico, lo deteriora a una velocidad de vértigo. ¿La razón? El tejido actúa como una esponja, y lo que en un principio parece una barrera protectora, en realidad es un ladrón silencioso. No lo dudes, el paño absorbe la humedad natural y la grasa superficial de la carne, que son precisamente los elementos que mantienen la pieza jugosa, tierna y llena de sabor. Al final, lo barato sale muy caro.

LA FÍSICA Y LA QUÍMICA DEL SECADO: ¿POR QUÉ EL TRAPO ES TU ENEMIGO?

Para entender el desastre, hay que pensar en cómo funciona la curación de esta delicia ibérica. El proceso de maduración de un jamón es un equilibrio delicado de pérdida de agua y concentración de sabores y aromas, que se consigue a lo largo de meses o incluso años. Cuando lo empezamos, la superficie de corte queda expuesta al ambiente, iniciando un proceso de oxidación y deshidratación. El objetivo de una buena conservación es, precisamente, ralentizar al máximo ese proceso natural para que no afecte a la calidad de la carne.

Aquí es donde el trapo se convierte en el villano de la película. Un paño de algodón, por su propia naturaleza, es un material higroscópico, lo que significa que tiene una gran capacidad para atraer y retener moléculas de agua. Al colocarlo directamente sobre el corte, no solo no lo aísla, sino que extrae activamente la humedad del jamón serrano y la evapora al ambiente. Por tanto, la tela acelera el resecamiento de la superficie de corte de forma drástica, creando una costra dura y blanquecina que tendrás que desechar.

EL SECRETO DE LOS MAESTROS JAMONEROS: LA GRASA, TU MEJOR ALIADA

La solución no está en un accesorio de cocina, sino en una parte del propio producto que solemos desechar.

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Entonces, ¿cuál es la forma correcta de conservar el jamón una vez abierto? La respuesta la tienen los profesionales y es tan sencilla como brillante: usar el propio producto para protegerse a sí mismo. Cuando empiezas a limpiar la pieza, antes de llegar a la carne, retiras unas tiras largas y gruesas de la grasa exterior de cobertura. La mayoría de la gente las tira a la basura, cometiendo el segundo gran error. Esas tiras son oro puro, ya que la mejor forma de tapar el corte es colocar esas mismas láminas de tocino encima.

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La grasa es el aislante natural perfecto para el jamón. Al cubrir la zona de corte con sus propias tiras de tocino, creas una barrera impermeable que cumple una doble función. Por un lado, evita el contacto directo con el aire, frenando en seco la oxidación. Por otro, mantiene intacta la humedad de la carne, ya que la grasa no la absorbe. Con este gesto tan simple, garantizas que cada vez que vayas a cortar, la superficie estará tan jugosa como el primer día, protegiendo así tu inversión y el placer de cada bocado.

MÁS ALLÁ DE LA GRASA: OTROS DETALLES QUE MARCAN LA DIFERENCIA

Pero la protección no termina con las tiras de tocino. Hay otros factores ambientales que pueden arruinar tu paletilla o jamón si no les prestas atención. La ubicación es fundamental. La pieza debe estar en un lugar fresco, seco y alejado de fuentes de calor directas, como el horno o la vitrocerámica, y también de la luz solar directa. Los cambios bruscos de temperatura son nefastos para su conservación, ya que pueden alterar la textura y el sabor de la grasa infiltrada.

Otro consejo de experto es la planificación. Nunca cortes más jamón ibérico del que vayas a consumir en el momento. Una loncha recién cortada es una maravilla, pero pierde propiedades muy rápido una vez emplatada. Si te sobra, lo ideal es guardarlo en un recipiente hermético en la nevera, pero nunca más de un par de días. Y un último apunte: cubre las tiras de grasa con un film transparente para asegurar un sellado perfecto y evitar que se transmitan olores de otros alimentos de la cocina.

CÓMO DISFRUTAR CADA LONCHA COMO SI FUERA LA PRIMERA

El último paso es el más importante: saber apreciar el resultado de una buena conservación.

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Al final, cuidar un buen jamón es una muestra de respeto hacia el producto, el animal y el largo y artesanal proceso que lo ha convertido en una joya gastronómica. Cada loncha que se seca y acaba en la basura no es solo dinero perdido, es también el desperdicio de un trabajo de años. Aplicar estos sencillos consejos no requiere ningún esfuerzo y la recompensa es inmediata: un producto que mantiene su calidad desde el primer hasta el último corte, ofreciéndote siempre su mejor versión.

La diferencia entre un jamón bien conservado y uno abandonado a su suerte es abismal. La textura, el aroma que inunda la cocina, el brillo de la grasa infiltrada y esa explosión de sabor en el paladar solo se pueden disfrutar en su máxima expresión si la pieza está en condiciones óptimas. La próxima vez que te pongas delante de tu pernil, cuchillo en mano, recuerda que el mayor secreto para su disfrute no está en la técnica de corte, sino en el mimo con el que lo guardas cuando terminas.

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