La jubilación a los 67 años que nos prometieron nuestros padres es, sencillamente, una fantasía a la que nos aferramos por pura nostalgia. ¿La idea de colgar las botas, recibir una pensión digna y dedicarse a los nietos y a viajar? Fabián, un economista español de 34 años que trabaja en Bruselas analizando los modelos económicos de la UE, lo tiene claro y es el núcleo informativo del párrafo, el sistema actual de pensiones es matemáticamente inviable a largo plazo. Lo que se avecina no es un simple ajuste, sino un cambio de paradigma tan radical que nos hará mirar con envidia la vida laboral de nuestros abuelos.
Prepárate, porque lo que viene a continuación no es un futurible de ciencia ficción, sino el borrador de nuestro inminente futuro laboral. El concepto del fin de la vida laboral tal y como lo conocemos está a punto de ser demolido por completo. Olvídate de una línea de meta clara, porque según los analistas como Fabián, el núcleo informativo del párrafo es que un modelo de ‘carreras flexibles’ nos obligará a seguir activos hasta bien pasados los 70. Y la fórmula con la que lo haremos, que ya se debate en los despachos donde se decide el futuro de Europa, tiene implicaciones que hielan la sangre.
¿EL FIN DEL ‘HASTA LUEGO, JEFE’ PARA SIEMPRE?
Seamos directos: la ecuación no cuadra y llevamos décadas ignorándolo. El sistema de pensiones que disfrutamos se diseñó en una época con una pirámide poblacional sana: muchos jóvenes cotizando para pagar las prestaciones de unos pocos mayores. Hoy, esa pirámide está invertida, y la principal conclusión es que la pirámide poblacional invertida hace imposible que las cotizaciones actuales sufraguen las pensiones futuras. Este desequilibrio no es una opinión, es una realidad demográfica aplastante que condena el modelo actual de jubilación a una muerte lenta pero segura.
Por si fuera poco, a este cóctel explosivo se le suma otro ingrediente: vivimos mucho más. Y eso, que es una noticia fantástica, es una pesadilla para las arcas públicas. Alargar la edad de retiro unos pocos años es solo poner una tirita en una herida de bala. El verdadero debate, el que nadie quiere afrontar, es que el aumento de la esperanza de vida exige replantear por completo la duración de nuestra carrera profesional. La idea de trabajar 40 años para financiar otros 30 de inactividad es un lujo que, como sociedad, ya no nos podemos permitir y que afecta de lleno a nuestra futura jubilación.
LA ‘JUBILACIÓN A LA CARTA’ QUE NADIE HA PEDIDO

Entonces, ¿cuál es la solución que se cocina en los laboratorios de ideas europeos? Se llama «modelo de carreras flexibles» o, para que nos entendamos, «jubilación por fases». Olvídate del día en que te dan una placa y una palmadita en la espalda. En su lugar, imagina una vida laboral líquida, intermitente. La esencia de esta propuesta es que este concepto rompe con la idea de una vida laboral lineal que termina de golpe. Es el fin del merecido descanso como lo entendíamos y el comienzo de una nueva era de actividad prolongada.
Este nuevo enfoque de la jubilación nos obliga a pensar en nuestra carrera como una serie de etapas, no como un bloque único. ¿Cómo funciona? La idea es que a partir de cierta edad, quizás los 60, entremos en un sistema cíclico. La clave de esta fórmula es que se combinarán periodos de trabajo a jornada completa con otros de formación y empleo a tiempo parcial. El cese de la actividad total se retrasa así hasta una edad que hoy nos parece impensable, diluyendo el concepto mismo de jubilación.
¿TRABAJAR, ESTUDIAR O DESCANSAR? SÍ, TODO A LA VEZ
Visualicemos un escenario realista a partir de 2040. Un profesional de 63 años, en lugar de planificar su retiro, se toma un «año de recualificación» para aprender sobre inteligencia artificial aplicada a su sector. Tras ese periodo, se reincorpora al mercado, quizás como consultor o para un proyecto específico. En este nuevo mundo laboral, los ‘mini-retiros’ o años sabáticos se convertirán en una herramienta para la recualificación profesional. La etapa final de la carrera profesional dejará de ser una cuenta atrás para convertirse en un bucle.
Este modelo, que suena agotador, se venderá como la única vía para mantenernos «empleables» y mentalmente activos. La presión por no quedarse atrás será enorme. El futuro de las pensiones dependerá de nuestra capacidad para seguir generando ingresos, aunque sean parciales. En esta nueva forma de jubilación, lo más importante es que la clave será mantenerse actualizado para no quedar obsoleto en un mercado laboral hipercompetitivo. Ya no bastará con la experiencia; la habilidad para aprender y desaprender será el activo más valioso.
EL PRECIO OCULTO: ¿QUIÉN PAGARÁ NUESTRA FORMACIÓN A LOS 65?

Aquí llega la pregunta del millón: ¿quién corre con los gastos de esta formación perpetua? ¿Será el Estado, a través de programas públicos? ¿Las empresas, invirtiendo en sus empleados más veteranos? ¿O recaerá todo el peso sobre el individuo? La realidad es que la financiación de la formación continua para trabajadores sénior es uno de los grandes interrogantes del sistema. Sin una respuesta clara, este modelo podría abrir una brecha social enorme entre quienes puedan permitirse reciclarse y quienes no, afectando directamente a la pensión pública que perciban.
Pero más allá del dinero, está el coste humano. ¿Estamos preparados psicológicamente para no desconectar nunca? La idea de tener que demostrar constantemente nuestra valía a los 68 o 70 años puede ser una fuente de estrés y ansiedad sin precedentes. La promesa de una jubilación tranquila era el motor que movía a generaciones enteras. Si se elimina esa meta, la presión por ser productivo hasta una edad muy avanzada podría generar graves problemas de salud mental. El burnout podría convertirse en una epidemia entre la población sénior.
MÁS ALLÁ DE 2040: ADAPTARSE O QUEDARSE ATRÁS
Lo que Fabián y otros economistas dibujan no es una elección, sino el resultado inevitable de nuestras circunstancias. El viejo contrato social se ha roto. Aquel pacto implícito de «esfuérzate durante tu juventud y el sistema cuidará de ti en tu vejez» ha expirado. Ahora, la nueva máxima es que la mentalidad de ‘trabajar duro para retirarse’ será sustituida por la de ‘aprender siempre para seguir trabajando’. Es un cambio cultural brutal que exige una resiliencia y una capacidad de adaptación que no nos han enseñado en el colegio. El retiro soñado ya no existe.
Este futuro nos sitúa, como individuos, en el centro de la ecuación y de la responsabilidad. La planificación de nuestra jubilación ya no será algo que delegar en el Estado, sino una gestión activa y constante de nuestra propia empleabilidad a lo largo de toda la vida. La pregunta ya no es si ocurrirá, sino cómo nos prepararemos para ello, porque como vemos, el futuro pasará por gestionar nuestra propia carrera como un proyecto a larguísimo plazo, sin un final definido. Y esa, nos guste o no, es la única certeza que tenemos sobre la mesa.