La guerra de 6 días que España casi libra con Marruecos por un peñón deshabitado: la historia no contada de la Crisis de Perejil en 2002

Un peñón insignificante que casi desata una guerra moderna en el Mediterráneo. La operación militar secreta que se ejecutó de madrugada para recuperar el control.

La Crisis de Perejil se convirtió, de la noche a la mañana, en el inesperado punto de ignición que casi incendia las relaciones entre España y Marruecos en el verano de 2002. Pocos sabían señalar en un mapa aquel islote árido y deshabitado, pero su nombre quedó grabado a fuego en la memoria colectiva, y es que pocos recuerdan que España desplegó una de las mayores operaciones militares desde la Transición para recuperar un trozo de tierra de apenas quince hectáreas. ¿Cómo pudo un peñón sin valor aparente llevar a dos países vecinos al borde de un conflicto armado?

Aquellos días de julio se vivieron con el corazón en un puño y la mirada fija en las aguas del Estrecho. La tensión crecía por horas, mientras el mundo observaba atónito un drama que parecía sacado de otra época, y lo más increíble es que la escalada bélica se frenó gracias a una mediación internacional de urgencia que implicó directamente a la Casa Blanca. La historia de la Crisis de Perejil es un relato de banderas, honor y diplomacia al límite, una prueba de fuego que todavía hoy resuena en los pasillos del poder.

EL DETONANTE: ¿QUIÉN PISÓ PRIMERO LA ROCA PROHIBIDA?

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Todo comenzó con un movimiento que pareció menor, casi anecdótico, el 11 de julio de 2002. Un grupo de gendarmes marroquíes desembarcó en el islote de Perejil, un peñón bajo soberanía española desde el siglo XVII, izando su bandera, y aunque en un principio se justificó como una operación contra el terrorismo y la inmigración ilegal, el Gobierno español interpretó el acto como una agresión directa a su integridad territorial. Nadie imaginaba que ese gesto daría pie a la delicada Crisis de Perejil.

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La respuesta desde Madrid no se hizo esperar, aunque inicialmente se optó por la vía diplomática. El entonces presidente, José María Aznar, exigió la retirada inmediata e incondicional de las fuerzas marroquíes, pero Rabat se negó en rotundo, lo que elevó la tensión en este conflicto del islote. Fue entonces cuando los despachos dieron paso a los cuarteles, y España comenzó a preparar una respuesta militar contundente para recuperar el control del peñón, una decisión de alto riesgo que mantuvo en vilo a toda Europa.

OPERACIÓN ROMEO-SIERRA: LA NOCHE QUE LOS BOINAS VERDES TOMARON EL CIELO

El sigilo de la noche fue el escenario elegido para una maniobra arriesgada y de una precisión quirúrgica. En la madrugada del 17 de julio, se activó la Operación Romeo-Sierra, una intervención militar protagonizada por los boinas verdes del Mando de Operaciones Especiales del Ejército de Tierra, y es que en una acción perfectamente coordinada y sin derramamiento de sangre, las tropas de élite españolas tomaron el control del islote en apenas unos minutos, deteniendo a los seis gendarmes marroquíes presentes. La Crisis de Perejil entraba en su fase más crítica.

La noticia del desalojo del peñón recorrió el mundo al amanecer, demostrando la capacidad operativa de las Fuerzas Armadas españolas. Helicópteros, buques de la Armada y cazas del Ejército del Aire dieron cobertura a una operación que se había mantenido en el más absoluto secreto, pues el objetivo era claro: restaurar el statu quo sin provocar una escalada bélica. Sin embargo, la tensión con Marruecos tras la intervención militar dejó las relaciones diplomáticas entre ambos países completamente rotas y al borde de un enfrentamiento impredecible.

LA TENSIÓN SE DISPARA: DE LA DIPLOMACIA DE DESPACHO AL BORDE DEL ABISMO

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Tras la exitosa operación militar, la soberanía del peñón volvía a manos españolas, pero la tormenta diplomática no había hecho más que empezar. Marruecos calificó la acción de «acto de guerra» y la comunidad internacional contuvo la respiración. Mientras los legionarios reemplazaban a los boinas verdes en la roca, los teléfonos entre Madrid, Rabat y Washington echaban humo en busca de una salida negociada que evitara que la situación se fuera de las manos. La Crisis de Perejil había dejado de ser un asunto bilateral.

El ambiente en ambos lados del Estrecho era de una crispación máxima, con movimientos de tropas en las fronteras y una retórica cada vez más encendida. Cualquier error de cálculo, cualquier malentendido, podía ser la cerilla que prendiera la pradera, y la comunidad internacional entendió que la Unión Europea y la OTAN observaban con enorme preocupación un conflicto entre un estado miembro y un socio estratégico en el Magreb. La presión para encontrar una solución pacífica era ya insostenible para ambas partes.

COLIN POWELL ENTRA EN ESCENA: LA LLAMADA QUE FRENÓ LOS CAÑONES

Cuando las espadas estaban en todo lo alto y el diálogo parecía un imposible, una figura clave emergió para cambiar el rumbo de los acontecimientos. El entonces Secretario de Estado de Estados Unidos, Colin Powell, asumió un rol de mediador indispensable, pues su intervención fue crucial para rebajar la tensión. Tras días de intensas negociaciones a tres bandas, Powell logró arrancar un acuerdo verbal a ambos países para volver a la situación anterior al 11 de julio, un pacto que salvó la cara a todos los implicados.

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El acuerdo era tan simple como efectivo: España retiraría sus tropas del islote y Marruecos se comprometería a no volver a ocuparlo. No hubo documentos firmados, solo la palabra dada a la primera potencia mundial, lo que demostró el peso de la diplomacia norteamericana en este conflicto en el Mediterráneo. Así, el 20 de julio, los legionarios arriaron la bandera y abandonaron el peñón, poniendo fin a la fase más caliente de la Crisis de Perejil y dejando el islote de nuevo deshabitado, tal y como había estado siempre.

¿Y AHORA QUÉ? LA HERIDA SILENCIOSA QUE PEREJIL DEJÓ ABIERTA

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Con el regreso al statu quo ante, la normalidad volvió lentamente al Estrecho, pero las cicatrices de la Crisis de Perejil tardaron mucho en cerrarse. Las relaciones diplomáticas entre España y Marruecos quedaron profundamente dañadas, necesitando años de gestos y esfuerzos para reconstruir una confianza que se había hecho añicos. Aquel incidente del islote de Perejil sirvió para redefinir las complejas reglas no escritas que gobiernan la vecindad entre dos reinos separados apenas por catorce kilómetros de agua.

Hoy, Perejil sigue ahí, solitario e imperturbable, como un testigo mudo de la fragilidad de la paz y de lo rápido que puede escalar un conflicto por un trozo de tierra. La Crisis de Perejil es ya un capítulo en los libros de historia, un recuerdo de una «guerra de seis días» que nunca llegó a serlo del todo, pero que nos enseñó que en geopolítica, hasta la roca más insignificante puede tener un peso enorme. Para muchos, este episodio fue un punto de inflexión que demostró que la diplomacia, aunque tensa y difícil, siempre es una herramienta más poderosa que la fuerza.

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