La ‘rebelión de las mujeres’ que desafió a Franco en 1951: la huelga de tranvías de Barcelona que empezó en un mercado y puso en jaque al régimen

Una simple subida en el precio del tranvía desató la primera gran protesta masiva en la España de la posguerra. Fueron las mujeres, las que administraban la miseria en casa, quienes encendieron la mecha de la rebelión.

Pocos se atrevían a levantar la voz contra Franco en la gris y temerosa España de 1951, un país ahogado por la autarquía, el racionamiento y el miedo a la delación. Sin embargo, en un lugar tan cotidiano como un mercado de barrio barcelonés, un grupo de mujeres inició una protesta popular que se convertiría en el mayor desafío al régimen hasta la fecha, demostrando que la dignidad podía más que el terror. ¿Cómo un gesto tan simple pudo poner en jaque a una dictadura?

Aquella Barcelona de posguerra aprendió que el poder absoluto del régimen franquista tenía fisuras, y que estas podían abrirse con la fuerza de la gente común. Lo que empezó como un murmullo de indignación por unos céntimos se transformó en un boicot masivo, una huelga general y una victoria ciudadana sin precedentes, y la huelga de tranvías de 1951 demostró que la desobediencia civil pacífica podía doblegar al poder cuando este ignoraba el sufrimiento de su pueblo.

EL CHISPAZO: UNA SUBIDA DE PRECIO QUE LO CAMBIÓ TODO

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La vida en la Ciudad Condal era una lucha diaria por la supervivencia, con cartillas de racionamiento que no alcanzaban y salarios que apenas daban para malvivir. En ese caldo de cultivo, el gobernador civil decidió autorizar una subida del billete de tranvía de 50 a 70 céntimos, un golpe directo a las economías familiares. Aunque parecía una decisión menor, aquel aumento del 40% en el principal medio de transporte obrero fue percibido como una provocación insoportable.

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Fueron las mujeres, las que cada día hacían malabares para estirar un jornal miserable en los mercados, las primeras en decir basta. La noticia de la subida corrió como la pólvora entre los puestos del Mercat del Ninot y la Boquería, y de sus conversaciones surgió la idea, simple pero potentísima: no coger el tranvía. Así, el boicot nació de forma espontánea entre las amas de casa, que se convirtieron en el motor inesperado de una revuelta que desafiaría el poder de Franco.

DE LOS MERCADOS A LAS CALLES: BARCELONA CAMINA

La consigna era sencilla y se extendió a través de pasquines clandestinos y, sobre todo, del boca a boca: «Si suben el tranvía, no lo cojáis. Id a pie». El 1 de marzo, día en que entraba en vigor la nueva tarifa, el milagro se hizo visible en toda la ciudad. Los tranvías circulaban prácticamente vacíos, mientras que una marea humana de obreros, estudiantes y ciudadanos de a pie abarrotaba las aceras en un silencioso pero elocuente acto de protesta colectiva.

El impacto visual de la protesta fue demoledor para las autoridades franquistas, que no daban crédito a lo que veían. Los tranvías, símbolo del progreso urbano, se convirtieron en fantasmas metálicos recorriendo una ciudad que les daba la espalda. La imagen era potentísima, porque el boicot alcanzó un seguimiento de casi el 100% en los barrios obreros, demostrando una capacidad de organización y una unidad popular que el régimen de Franco creía haber aniquilado por completo tras la Guerra Civil.

LA DICTADURA CONTRAATACA: MIEDO, REPRESIÓN Y DETENCIONES

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Al principio, el gobernador Baeza Alegría menospreció la protesta, pero la contundencia del boicot le obligó a reaccionar con la torpeza propia de un poder autoritario. Se ordenó a la policía detener a los viandantes, interrogarlos y forzarlos a subir a los tranvías bajo amenaza. Mientras Franco guardaba silencio desde Madrid, las fuerzas de seguridad llegaron a utilizar la violencia para intentar romper la huelga, generando un clima de tensión que solo consiguió encender aún más los ánimos de la población.

Lejos de amedrentar a los barceloneses, la represión provocó el efecto contrario: la solidaridad se multiplicó y la indignación creció. Se detuvo a cientos de personas, acusadas de ser los «cabecillas» de un movimiento que, en realidad, no los tenía. El Caudillo no podía entender una rebelión sin líderes visibles, pero la persecución policial contra ciudadanos pacíficos reforzó la determinación de la gente, que vio en la huelga una lucha no solo por el precio del billete, sino por su propia dignidad.

LA HUELGA GENERAL: LA CIUDAD SE PARA POR COMPLETO

Lo que había empezado como un boicot de usuarios se transformó en algo mucho más grande cuando los trabajadores decidieron sumarse activamente. El malestar latente en las fábricas de la periferia industrial estalló, y los centros de trabajo empezaron a parar su actividad en solidaridad con la protesta. De este modo, la huelga de tranvías evolucionó hacia una huelga general que paralizó la vida económica de Barcelona, elevando el desafío al franquismo a un nuevo nivel.

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El 12 de marzo, la ciudad amaneció completamente detenida. Comercios cerrados, fábricas silenciosas y calles desiertas, salvo por los piquetes y las manifestaciones que se organizaban espontáneamente. Era un golpe directo al corazón productivo del país, una imagen que el régimen de Franco no podía permitirse ni interna ni externamente. Por primera vez en más de una década, la dictadura se enfrentaba a una parálisis total de su capital industrial, orquestada por la propia ciudadanía y sin el control de sindicatos clandestinos.

UNA VICTORIA AMARGA CON SABOR A FUTURO

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La situación era insostenible y el ridículo de las autoridades, mayúsculo. La presión fue tal que el gobierno de Franco no tuvo más remedio que ceder. Se anunció la anulación de la subida de tarifas, la liberación de la mayoría de los detenidos y, como cabeza de turco, la destitución del gobernador civil y del alcalde. Fue una capitulación en toda regla, ya que la victoria popular fue incontestable y demostró que el régimen no era invulnerable a la presión social, un mensaje que resonó en toda España.

Aquel desafío a Franco quedó grabado en la memoria colectiva de la ciudad y del país. Aunque la dictadura duraría aún más de veinte años, la huelga de tranvías de 1951 fue mucho más que una simple protesta por el coste de la vida. Aquellos días en que Barcelona decidió caminar, la gente redescubrió su fuerza colectiva y plantó una semilla de resistencia antifranquista que germinaría en futuros movimientos por la libertad y la democracia.

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