La IA lleva meses protagonizando un debate que nos tiene a todos en vilo, el de si nos dejará sin trabajo. Pero mientras miramos hacia el fantasma del despido masivo, un ex-directivo con treinta años de experiencia en transformación digital nos advierte de que la verdadera amenaza no es el despido, sino algo mucho más sutil, ya que el debate real es la devaluación del trabajo cualificado. Y lo peor es que no es una profecía, es una realidad que ya se está implantando.
El cambio de paradigma es brutal y nos pilla a contrapié. No se trata de una lucha entre humanos y máquinas, sino de una redefinición total de nuestras funciones. El nuevo puesto que emerge con fuerza no requiere que creemos desde cero, sino que validemos lo que un algoritmo ha hecho por nosotros, porque el nuevo rol es el de supervisor, no el de creador. ¿La consecuencia directa? Una justificación perfecta para recortar los salarios.
EL TRABAJO NO DESAPARECE, SE TRANSFORMA (A LA BAJA)
La conversación sobre el fin del empleo es un señuelo que nos distrae de lo importante. El trabajo no se va a esfumar, pero su naturaleza y su valor están en plena mutación. La idea de que los algoritmos harán todo y nosotros nos quedaremos de brazos cruzados es ciencia ficción, ya que la IA se encarga de la ejecución y el humano de la validación final. Somos el último filtro, el control de calidad de la máquina.
Este nuevo puesto de «supervisor de IA» suena moderno, pero esconde una trampa. Antes, un programador, un diseñador o un redactor dedicaban horas a la fase de producción, la más laboriosa. Ahora, esa parte la asume la tecnología disruptiva en segundos. El humano interviene al final, para pulir y corregir, porque la creatividad y la estrategia siguen siendo humanas, pero la producción se ha automatizado.
¿POR QUÉ VOY A COBRAR MENOS SI TRABAJO LO MISMO?

La pregunta que muchos se hacen es lógica: si sigo trabajando ocho horas, ¿por qué mi sueldo debería bajar? La respuesta desde el punto de vista empresarial es fría y directa. Si el avance tecnológico permite que una tarea que antes llevaba diez horas ahora se haga en tres, la justificación para un salario elevado se desvanece, porque la herramienta hace el 70% del esfuerzo, la empresa no pagará el 100% del salario anterior.
Es un argumento difícil de rebatir en una negociación. El valor ya no reside en el tiempo invertido, sino en el resultado, y si las herramientas de IA multiplican la eficiencia, el mérito se comparte. La empresa argumentará que el aumento de la productividad no se debe al empleado, sino a la inversión en software, ya que la productividad aumenta gracias a la tecnología, no a un mayor esfuerzo del empleado.
LOS PRIMEROS EN LA LISTA: ESTOS PUESTOS YA LO ESTÁN NOTANDO
Esta transición no es un futuro lejano. Ya está ocurriendo en puestos que hasta hace poco se consideraban creativos y seguros. El sector de la programación es el ejemplo más claro, donde los perfiles júnior ya no pican código desde cero, sino que usan sistemas inteligentes que generan la base por ellos, y donde los perfiles júnior son ahora ‘validadores de código’ en lugar de programadores desde cero. Su función es depurar y optimizar.
Lo mismo ocurre con los creadores de contenido, traductores y diseñadores gráficos. La revolución de la IA ha puesto a su alcance herramientas que generan textos, traducciones o imágenes en segundos. El profesional se convierte en un director de orquesta que guía a la máquina, porque las tareas de análisis de datos masivos ahora las ejecuta un software en segundos, y el analista interpreta y da contexto a esos resultados.
LA LETRA PEQUEÑA DE LA RECONVERSIÓN PROFESIONAL

Esta reconversión exige un cambio de mentalidad radical. Las habilidades técnicas que tanto costó adquirir pierden peso frente a una nueva capacidad: saber dialogar con la máquina. Ya no es tan importante saber programar como saber pedirle al software que programe por ti, porque la nueva habilidad clave es saber hacer las preguntas correctas a la máquina. Es el arte de la instrucción, conocido como ‘prompt engineering’.
El problema, según Soler, es que este reciclaje genera una enorme ansiedad. La inteligencia artificial generativa avanza a tal velocidad que la formación de hoy puede quedar obsoleta mañana. Además, el cambio de rol de creador a supervisor puede ser frustrante para muchos profesionales, y es que la sensación de ser fácilmente reemplazable genera una enorme inseguridad laboral.
EL FUTURO NO ES RESISTIRSE, SINO NEGOCIAR NUESTRO VALOR
Resistirse a la automatización de procesos es una batalla perdida. La clave del futuro estará en identificar qué aportamos nosotros que una máquina no puede replicar. La supervisión es importante, pero nuestro verdadero valor añadido reside en capas más profundas, ya que el pensamiento crítico, la ética y la empatía no pueden ser delegados a un algoritmo. Ahí es donde debemos hacernos fuertes.
El desafío, por tanto, será convencer a las empresas de que ese valor intangible merece ser bien remunerado. La nueva tecnología nos obliga a ser más estratégicos, más humanos. La partida no ha hecho más que empezar, y la IA ha puesto las cartas sobre la mesa, y es que nuestra capacidad de aportar juicio y contexto es el último bastión insustituible. Y eso, de momento, no tiene precio.