La guerra que casi libramos por un peñasco con dos cabras: la increíble historia de la crisis del islote de Perejil

Un conflicto que puso a dos países vecinos al borde del abismo por un trozo de tierra. La operación militar secreta que se ejecutó de madrugada y pilló a todos por sorpresa.

La crisis del islote de Perejil parece sacada de un guion de Berlanga, una de esas historias que si no hubieran ocurrido de verdad nadie se las creería. Aquel verano de 2002, España y Marruecos estuvieron a punto de desatar un conflicto armado por un peñón deshabitado de apenas quince hectáreas. Parece una broma, pero la tensión fue muy real y puso en jaque la diplomacia internacional durante días en un insólito conflicto de Perejil que hoy recordamos con una mezcla de estupor y alivio.

Todo aquello nos enseñó que la geopolítica a veces se escribe con renglones absurdos, en los que la lógica se toma unas vacaciones. ¿Cómo se llegó a movilizar a la Armada y a las fuerzas de élite del Ejército por un pedazo de tierra inhóspito? El recuerdo de aquella crisis del islote sigue siendo una advertencia fascinante sobre cómo un pequeño gesto puede encender una mecha muy grande, pues la escalada de tensión diplomática y militar entre España y Marruecos fue rapidísima y pilló a todo el mundo con el pie cambiado durante aquella tensión en el Estrecho.

EL DETONANTE INESPERADO: ¿QUÉ PASÓ AQUEL 11 DE JULIO?

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Imagínate la escena: un día de julio cualquiera, con el sol cayendo a plomo sobre el Estrecho de Gibraltar. De repente, la tranquilidad se rompe por un hecho que pasaría a los anales de la historia reciente de España. La mañana del 11 de julio todo cambió, ya que un grupo de gendarmes marroquíes desembarcó en el islote de Perejil y plantó dos banderas de su país, dando inicio a la crisis del islote. Fue una acción simbólica, pero con una carga de profundidad que nadie supo medir en ese primer instante del desembarco marroquí.

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La noticia llegó a Madrid y al principio fue recibida casi con incredulidad, como si se tratara de un malentendido o un error. Pero las horas pasaban y las banderas seguían allí, ondeando sobre el peñasco como un desafío silencioso a la soberanía española. Ante el inicio de esta crisis del islote, la respuesta inicial española fue de incredulidad y cautela diplomática, mientras se intentaba entender el alcance real de aquella extraña disputa territorial que acababa de nacer de la nada en el punto más caliente del Mediterráneo.

LA TENSIÓN CRECE: DE LA DIPLOMACIA A LOS BUQUES DE GUERRA

Los teléfonos empezaron a echar humo entre Madrid y Rabat, pero el diálogo de sordos era total y la situación se enconaba por momentos. El gobierno de José María Aznar exigía la retirada inmediata, mientras que el de Marruecos defendía su actuación alegando que el islote era suyo y que lo ocupaban para luchar contra el terrorismo y la inmigración ilegal. En ese punto, las vías diplomáticas se agotaron rápidamente sin una solución a la vista en medio de un incidente diplomático con Marruecos que no paraba de crecer.

Fue entonces cuando las palabras dieron paso al ruido de los motores de los buques de guerra, un sonido que nadie quería escuchar. La paciencia se agotó y el Gobierno español decidió que no podía ceder en la defensa de lo que consideraba territorio nacional, escalando así la crisis del islote. En una demostración de fuerza sin precedentes en décadas, la Armada Española movilizó varias fragatas y corbetas hacia la zona del Estrecho, dejando claro que la opción militar estaba sobre la mesa para recuperar la soberanía del peñón.

OPERACIÓN ROMEO-SIERRA: LA NOCHE EN QUE LOS B.O.E.S. TOMARON LA ISLA

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En la madrugada del 17 de julio, cuando la diplomacia ya no tenía nada más que decir, se puso en marcha la «Operación Romeo-Sierra». Fue una intervención de manual, limpia y sin un solo disparo, que demostró la altísima preparación de las fuerzas especiales españolas. En mitad de la noche y con un sigilo absoluto, 28 soldados de operaciones especiales tomaron el control del islote en una operación nocturna por aire y mar, poniendo fin a la ocupación en cuestión de minutos durante la fase más crítica de la crisis del islote.

La operación fue un éxito rotundo desde el punto de vista militar, una maniobra quirúrgica que neutralizó la situación sin causar heridos. El factor sorpresa fue total y los gendarmes marroquíes, que dormían en sus tiendas, no tuvieron tiempo ni de reaccionar. Tras el rápido desenlace de la operación Romeo-Sierra, los militares marroquíes fueron detenidos sin oponer resistencia y entregados a la Guardia Civil en Ceuta, un final incruento para una crisis del islote que había mantenido en vilo a dos países durante casi una semana.

¿Y LAS CABRAS, QUÉ? LA HISTORIA PARALELA QUE NADIE CUENTA

En medio de toda la tensión militar y diplomática, surgió una subtrama que aportó el toque surrealista definitivo a la crisis del islote. Mientras los políticos discutían y los militares se preparaban para lo peor, los medios de comunicación de todo el mundo se preguntaban por el destino de las verdaderas dueñas del lugar. Y es que, en medio de aquel enfrentamiento por el peñasco, las únicas habitantes permanentes del peñón eran unas pocas cabras que se convirtieron en un símbolo de la absurdidad de todo el conflicto.

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Aquellos animales, ajenos a banderas y disputas fronterizas, se convirtieron en protagonistas inesperados de la historia. Las imágenes de los soldados españoles compartiendo sus raciones con ellas dieron la vuelta al mundo, humanizando un conflicto que por momentos pareció deshumanizarse. De hecho, tras la operación militar, los legionarios españoles tuvieron que encargarse de alimentar a los animales durante días, un detalle que quedó para siempre en la memoria colectiva de aquel extraño verano en el que un peñón deshabitado casi provoca una guerra.

LAS CICATRICES DE UN PEÑASCO: ¿QUÉ CAMBIÓ DESPUÉS DE LA CRISIS?

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Con el islote de nuevo bajo control español, la tensión militar se disipó, pero la crisis diplomática entró en su fase más delicada. Fue necesaria la intervención de una tercera parte para que las aguas volvieran a su cauce y se evitara que las heridas se enquistaran. En esta fase final de la crisis del islote, la mediación de Estados Unidos fue clave para que ambas partes acordaran volver al statu quo anterior, es decir, con el peñón deshabitado y sin presencia de ninguna fuerza, calmando así la tensión con Marruecos.

El acuerdo finalizó con la retirada de las tropas españolas y el compromiso de ambas partes de no volver a ocupar el islote, dejando su estatus en el mismo limbo en el que había estado siempre. La calma regresó al Estrecho, pero aquel episodio dejó una cicatriz profunda en las relaciones hispano-marroquíes y una lección imborrable sobre la fragilidad de la paz. Más de veinte años después de aquel verano de 2002, el islote de Perejil volvió a su soledad habitual como un testigo mudo de la historia de una surrealista crisis del islote que nadie ha podido olvidar.

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