Congelar el pollo es una de las costumbres más arraigadas en nuestras cocinas, un gesto casi automático para conservar uno de los alimentos más versátiles y consumidos. ¿Pero y si te dijera que esa forma de hacerlo, esa que has repetido mil veces, es precisamente la que te pone en peligro? Lo que parece un simple acto de organización doméstica, el error más extendido está en el proceso de congelación y puede tener consecuencias que nadie desea para su familia, abriendo la puerta a problemas de salud que podríamos evitar fácilmente.
La voz de alarma la da un experto, alguien que sabe perfectamente lo que se cuece entre bambalinas. No se trata de crear pánico, sino de tomar conciencia de que un descuido mínimo con el pollo puede ser un grave error, y es que una mala manipulación de esta carne de ave puede provocar serios problemas de salud que van más allá de un simple malestar estomacal. ¿Sigues pensando que lo haces bien? Sigue leyendo, porque puede que cambies de opinión para siempre.
EL FRIGORÍFICO NO ES UN SALVAVIDAS: EL PRIMER PASO EN FALSO

El primer error fatal ocurre mucho antes de que el frío polar toque el alimento. Llegas del supermercado, dejas la compra y metes las bandejas tal cual en la nevera pensando «ya lo congelaré mañana». Pues bien, el pollo crudo no debería pasar más de 48 horas en la nevera antes de congelarse porque la cuenta atrás bacteriana ya ha comenzado. Este producto avícola es un caldo de cultivo ideal y cada hora que pasa en el refrigerador, aunque no lo veamos, es una oportunidad de oro para los microorganismos.
Esa confianza ciega en el frío de la nevera es una trampa. Creemos que a 4 grados está todo controlado, pero la realidad es que las bacterias como la salmonela o la campylobacter proliferan rápidamente a temperatura ambiente y se ralentizan, pero no se detienen por completo, en el frigorífico. Dejar esa ave cruda esperando varios días es comprar papeletas para una intoxicación, ya que la carga bacteriana con la que finalmente congelarás el pollo será mucho mayor, un riesgo innecesario y totalmente evitable.
¿LAVARLO O NO LAVARLO? EL DEBATE QUE TE PONE EN RIESGO
La costumbre de pasar el pollo por debajo del grifo antes de cocinarlo o congelarlo es una de las más peligrosas y extendidas. Puede que pienses que estás eliminando impurezas, pero lo que realmente consigues es un efecto aerosol desastroso, ya que lavar el pollo bajo el grifo disemina las bacterias por toda la cocina a través de microgotas que pueden alcanzar hasta un metro de distancia. Encimeras, utensilios cercanos e incluso otros alimentos quedan contaminados sin que te des cuenta por estos filetes de pollo aparentemente limpios.
La solución no es lavar, sino secar. Si el pollo tiene un exceso de líquido o humedad, algo común en las bandejas, la forma correcta de proceder es usar papel de cocina y dar pequeños toques sobre la superficie de la pieza, ya que el secado con papel de cocina es la única forma segura de eliminar el exceso de humedad sin propagar patógenos. Este simple gesto, además de ser más higiénico, mejora la textura de esta carne blanca al cocinarla y asegura una congelación mucho más eficiente y segura para todos.
EL ‘TETRIS’ DEL CONGELADOR: MÁS IMPORTANTE DE LO QUE CREES

Meter el pollo en el congelador con su envase original del supermercado es una comodidad que sale cara. Ese plástico fino y esa bandeja de poliestireno no están diseñados para una congelación a largo plazo, ya que un mal envasado provoca quemaduras por frío que arruinan la textura y el sabor del alimento. Lo ideal es retirar el producto de su envoltorio, secarlo bien como hemos visto, y guardarlo en bolsas de congelación con cierre hermético o recipientes aptos, eliminando la mayor cantidad de aire posible.
Además de un buen envase, la clave está en la estrategia. Congelar el paquete entero de pechugas o muslos es un error logístico y de calidad. Lo inteligente es separar las piezas en porciones individuales o familiares antes de congelarlas, porque dividir la carne antes de congelarla permite descongelar solo la cantidad necesaria, evitando el desperdicio y, sobre todo, la tentación de volver a congelar lo que sobra. Este gesto que apenas te llevará cinco minutos te ahorrará problemas y dinero a largo plazo.
LA CADENA DE FRÍO, ESA LÍNEA ROJA QUE NUNCA DEBES CRUZAR
Aquí llegamos al que muchos expertos consideran el «delito» capital en la manipulación de alimentos: la recongelación. Descongelar un pollo y, por el motivo que sea, volver a meterlo en el congelador es una práctica de altísimo riesgo, puesto que cada vez que se descongela un alimento, las bacterias presentes se reactivan y multiplican. Al volver a congelarlo, no las eliminas, simplemente pausas su crecimiento en un número mucho mayor, convirtiendo ese producto en una bomba de relojería sanitaria para la próxima vez que lo consumas.
El método de descongelación es igual de crucial. Dejar el pollo sobre la encimera durante horas es una invitación abierta a la proliferación bacteriana en su superficie mientras el interior sigue helado. La forma correcta y segura es planificar con antelación, ya que la descongelación debe realizarse lentamente en el frigorífico, en el microondas o bajo un chorro de agua fría, pero nunca a temperatura ambiente. Cruzar esta línea roja es jugar a la ruleta rusa con la salud de tu familia, un riesgo que ninguna prisa justifica.
¿CUÁNTO DURA REALMENTE? LA FECHA DE CADUCIDAD INVISIBLE

El congelador no es un agujero negro donde el tiempo se detiene. Aunque el pollo congelado puede durar meses, no es eterno y su calidad se va degradando. Tras comprar pollo, es fundamental etiquetar cada paquete con la fecha de congelación para tener un control real, porque un pollo entero puede aguantar hasta un año congelado, pero las piezas troceadas no deberían superar los nueve meses. Superar estos tiempos no suele implicar un riesgo sanitario grave si el proceso ha sido correcto, pero sí una pérdida notable de sabor, jugosidad y propiedades nutricionales.
Al final, la seguridad alimentaria en casa se reduce a una suma de pequeños gestos y hábitos conscientes. No se trata de volverse un paranoico de la higiene, sino de entender la lógica detrás de cada paso. Tratar el pollo con el respeto que merece desde que entra por la puerta es la mejor garantía de que disfrutarás de un plato delicioso y, sobre todo, seguro, ya que la prevención es la herramienta más poderosa para proteger la salud de los tuyos. La próxima vez que tengas una bandeja de esta ave de corral en la mano, sabrás exactamente qué hacer.