El agua se convirtió en la jaula, el enemigo silencioso que los rodeaba sin piedad. Aquel diciembre de 1585, los hombres del Tercio Viejo de Zamora estaban atrapados en una isla de fango y desesperación, con el enemigo holandés observando desde la otra orilla, esperando el golpe de gracia. De repente, una noche cambió el destino de miles de hombres para siempre, un giro de guion tan improbable que desafía cualquier lógica militar. ¿Qué fuerza invisible pudo intervenir en medio de la nada?
La situación era tan límite que la rendición parecía el único camino para evitar una masacre anunciada. Rodeados por la imponente corriente fluvial del Mosa y con los recursos menguando a cada minuto, la moral estaba por los suelos. Y fue entonces cuando el propio cielo pareció intervenir en la Guerra de los Ochenta Años, desatando un suceso que, más de cuatro siglos después, sigue resonando como una de las hazañas más asombrosas de la historia militar española.
UNA TRAMPA MORTAL ENTRE EL BARRO Y LA DESESPERACIÓN
Imagina la escena: estás en la isla de Bommel, un pedazo de tierra entre los ríos Mosa y Waal. No hay escapatoria. Cada día que pasa, el cerco enemigo se estrecha y la esperanza se diluye en el agua que te rodea. El almirante holandés, Filips van Hohenlohe-Neuenstein, confiado en su aplastante superioridad, decidió abrir los diques para anegar el terreno. La estrategia holandesa era simple: ahogar a los Tercios abriendo los diques del río, convirtiendo su último refugio en una tumba de lodo.
El frío calaba hasta los huesos y la comida escaseaba de forma alarmante. Con el agua subiendo y sin posibilidad de recibir refuerzos, la situación era absolutamente crítica. El cauce del río, que en otras circunstancias era una simple barrera, ahora era el muro de una prisión natural imposible de cruzar. Con la moral por los suelos, la supervivencia se medía en horas, no en días, y solo un milagro podía sacarlos de aquel infierno helado.
¿RENDIRSE? UN TERCIO ESPAÑOL NO SE RINDE JAMÁS
Ante la evidente catástrofe, el almirante holandés ofreció una rendición honrosa. Estaba convencido de que la única opción para los españoles era deponer las armas y salvar la vida. Sin embargo, no contaba con el carácter indomable de aquellos hombres forjados en mil batallas por toda Europa. La respuesta del maestre de campo fue un desafío legendario: «Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra», y añadió que ya hablarían de capitulación después de muertos. Ni el agua ni el enemigo doblegarían su espíritu.
Aquella negativa a negociar dejó perplejos a los holandeses. ¿Qué clase de locura o de fe ciega poseían aquellos hombres para desafiar a la muerte de una forma tan rotunda? No se trataba de una simple bravuconada, sino del espíritu que había hecho de los Tercios la fuerza militar más temida de su tiempo. Aquella negativa a rendirse no era arrogancia, sino la manifestación de un código de honor inquebrantable que les impedía entregar sus banderas mientras les quedara un aliento de vida, aunque el agua les llegara al cuello.
LA TABLA FLAMENCA QUE LO CAMBIÓ TODO
Justo cuando la desesperación alcanzaba su punto álgido, ocurrió algo que nadie podía prever. Mientras un soldado cavaba una trinchera en el fango para protegerse del viento helado y el agua que lo anegaba todo, su pala golpeó un objeto duro. Curioso, siguió cavando hasta desenterrarlo. Un soldado encontró una tabla de madera con la imagen de la Inmaculada Concepción enterrada en el fango, un icono flamenco que había permanecido oculto bajo tierra, esperando su momento.
Aquel descubrimiento corrió como la pólvora por el campamento. En medio de la miseria y la certeza de una muerte inminente, la aparición de la tabla fue interpretada como una señal divina. El maestre de campo, Francisco Arias de Bobadilla, ordenó colocar la imagen en un altar improvisado y se rezó un rosario. Lo que era un presagio de muerte se convirtió en una señal divina de que no estaban solos en su lucha, y la moral de la tropa se disparó, convencidos de que el líquido elemento que les aprisionaba no sería su fin.
EL VIENTO QUE HELÓ EL ALIENTO… Y EL RÍO
Esa misma noche, la del 7 de diciembre, el tiempo cambió de forma radical y violenta. Un viento gélido e inusual, que los soldados bautizaron como «el viento de las Españas», comenzó a soplar con una fuerza sobrenatural. Las temperaturas se desplomaron hasta niveles nunca vistos en la región, un frío tan intenso que parecía cortar la piel. La superficie líquida del río comenzó a mostrar signos de un cambio inminente, algo que ni el más optimista se habría atrevido a imaginar.
Al amanecer del día 8, la festividad de la Inmaculada Concepción, los soldados no podían creer lo que veían. El agua del río Mosa se había congelado por completo durante la noche. Aquella masa de agua infranqueable era ahora un camino sólido y transitable. Al amanecer, lo que era un río infranqueable se había transformado en un puente de hielo sólido y grueso. La trampa mortal se había convertido en una autopista directa hacia el enemigo. El milagro se había materializado.
LA CARGA SOBRE LAS AGUAS: EL NACIMIENTO DE UNA LEYENDA
Sin dudarlo un instante, Bobadilla ordenó el ataque. Al amanecer, aprovechando la densa niebla matutina, los Tercios se lanzaron a la carga. Caminaron sobre el agua helada con una determinación feroz, sorprendiendo por completo a los holandeses, que aún dormían en sus barcos, atrapados ellos ahora por el hielo. Los holandeses, atónitos, vieron cómo los españoles avanzaban a pie firme sobre el río para masacrarlos en un ataque relámpago que no esperaban. La flota enemiga fue incendiada y sus tropas, aniquiladas.
La victoria fue total y absoluta. La leyenda cuenta que el almirante holandés, al ver lo ocurrido, exclamó: «Tal parece que Dios es español al obrar tan grande milagro». Aquel suceso, conocido desde entonces como el Milagro de Empel, no solo salvó a los Tercios de una muerte segura, sino que forjó una leyenda eterna. La victoria fue tan aplastante que la Inmaculada Concepción fue nombrada patrona de los Tercios españoles y, siglos después, de la Infantería Española, uniendo para siempre la fe, el valor y un camino de agua congelada en la historia.