Durante 30 años, los asturianos ocultaron esta playa: solo el 5% conoce este sendero secreto para llegar

Asturias esconde un tesoro que durante décadas solo se compartía de boca en boca. El camino para llegar no es apto para todos y esa es, precisamente, parte de su increíble encanto.

Durante años, los asturianos guardaron el secreto de esta playa como si fuera el mapa de un tesoro, un lugar susurrado en voz baja para no romper su magia. No la verás en grandes carteles ni señalizada en la carretera principal, porque su encanto reside, precisamente, en ser encontrada. Y es que llegar hasta esta cala escondida es casi un rito de iniciación, una pequeña aventura que te hace sentir como un descubridor en pleno siglo XXI. Prepárate, porque lo que vas a encontrar merece cada paso.

La leyenda dice que solo los pescadores y la gente de los pueblos cercanos conocían el camino para bajar a este rincón de la costa asturiana. Un paraje que se resistía a ser domesticado por el turismo masivo, defendido por un acceso que exigía ganas y un poco de intuición. Hoy, aunque su nombre resuena más, la experiencia de descubrirla por primera vez sigue intacta, transportándote a una época en la que los mejores lugares no tenían ubicación en Google Maps.

¿UN SECRETO GUARDADO BAJO LA NIEBLA DEL CANTÁBRICO?

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Imagínalo: una Asturias sin la saturación de las redes sociales, donde los tesoros se transmitían de padres a hijos. Esta playa era uno de ellos, un pacto no escrito entre los locales para proteger su paz. No era maldad, sino un acto de amor hacia un paisaje que consideraban sagrado. Por eso, durante mucho tiempo, la única guía para llegar era la indicación de un paisano, pues la ausencia de señalización era la primera barrera para proteger el lugar de las multitudes.

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El rumor sobre este arenal secreto crecía con cada verano, pero pocos daban con él. Era un filtro natural que seleccionaba a quienes de verdad apreciaban la naturaleza en su estado más puro. La magia no estaba solo en la belleza del destino, sino en el misterio que lo envolvía. Al final, encontrar esta playa se convertía en un logro personal, en la prueba de que los lugares más especiales requieren un pequeño esfuerzo que va más allá de aparcar el coche.

LA SENDA QUE PONE A PRUEBA TU DESEO DE PARAÍSO

El viaje comienza de una forma casi decepcionante: un pequeño aparcamiento improvisado junto a unos campos verdes. No hay nada que anuncie la maravilla que se oculta a pocos metros. Pero entonces, ves un sendero estrecho que se adentra en la vegetación y la curiosidad te empuja a seguirlo. Es un camino que te aleja del ruido del mundo y te sumerge en el murmullo del litoral cantábrico, preparándote para lo que está por venir en esta playa única.

De repente, el sendero se asoma al acantilado y ahí empieza lo bueno: una escalinata empinada, casi tallada en la propia roca, desciende en zigzag hacia el mar. Cada escalón es una promesa, una invitación a continuar. No es un paseo cómodo, pero es precisamente esa dificultad la que ha preservado el alma de este arenal secreto. Bajar por aquí es entender que el acceso es parte fundamental de la experiencia de la Playa del Silencio, un peaje que se paga con gusto.

Y DE REPENTE, EL SILENCIO: UN ANFITEATRO DE PIZARRA Y AGUA

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La primera visión de la playa desde lo alto de la escalera es algo que no se olvida. Se abre ante ti un anfiteatro natural perfecto, una media luna de cantos rodados protegida por imponentes acantilados verticales que la abrazan y la aíslan del mundo. El agua, de un color turquesa intenso y transparente, rompe con una suavidad inusual en el Cantábrico. Este paraje natural es tan sobrecogedor que su forma y acústica hacen que el sonido del oleaje se amortigüe, creando una atmósfera de calma absoluta.

Al bajar el último peldaño y pisar las piedras grises y pulidas por el mar, entiendes su nombre. El estruendo de las olas se convierte en un susurro constante y relajante. No hay chiringuitos, ni música, ni el bullicio típico de otras costas. Solo estás tú, las gaviotas y el sonido del agua meciendo las rocas. En esta ensenada mágica, el silencio es tan denso que casi se puede tocar, invitándote a desconectar de una forma que ninguna otra playa consigue.

NO ES UNA PLAYA PARA LA TOALLA Y LA SOMBRILLA (Y ESA ES SU MAGIA)

Que nadie se lleve a engaño: si buscas un lugar para clavar la sombrilla y pasar ocho horas tumbado al sol sobre arena fina, esta no es tu playa. Su suelo está compuesto íntegramente por cantos rodados, esas piedras redondeadas que hacen incómodo tumbarse de cualquier manera. Pero lejos de ser un inconveniente, es su seña de identidad. Es un lugar para sentarse a contemplar, para pasear por la orilla y disfrutar de un entorno salvaje que no ha sido alterado por la comodidad humana.

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Es el destino perfecto para fotógrafos, para amantes de la geología o simplemente para quienes buscan un momento de introspección frente al mar. El plan aquí es otro: es buscar la piedra más cómoda, cerrar los ojos y escuchar. Es maravillarse con los islotes que salpican la entrada de la cala y que la protegen del oleaje. Este paisaje costero te recuerda que la belleza de la naturaleza no siempre está reñida con la comodidad, sino con la autenticidad.

EL LEGADO DE UN TESORO COMPARTIDO: ¿SIGUE SIENDO UN SECRETO?

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Hoy, la Playa del Silencio ya no es el secreto mejor guardado de Asturias. Instagram y los blogs de viajes han hecho su trabajo, revelando su ubicación al mundo. Sin embargo, algo de su esencia original perdura. El acceso sigue siendo el mismo, la falta de servicios la protege de las masas y su belleza indómita sigue imponiendo un respeto casi reverencial. Es una playa que, a pesar de su fama, todavía conserva un aura de lugar remoto y especial que te atrapa nada más verla.

Quizá el secreto ya no esté en su localización, sino en la capacidad de sentirla como la sintieron quienes la descubrieron hace décadas. Es entender que formas parte de una cadena de afortunados que han podido contemplar esta obra de arte natural. El verdadero reto ahora no es encontrarla, sino conservarla tal y como está. Visitar esta playa es asumir el compromiso tácito de dejarla tan silenciosa y limpia como la encontraste, para que el tesoro siga vivo.

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