Eurovisión vive una de las mayores crisis de su historia reciente y España ha sido protagonista de un movimiento que puede cambiar el rumbo del festival. La confirmación de que Israel formará parte de la edición de 2026 ha encendido las alarmas en varios países europeos, pero nuestro país ha dado un paso más al anunciar oficialmente que abandonará la competición si la Unión Europea de Radiodifusión no reconsidera esta participación. Su mensaje es que la política internacional y la sensibilidad social han entrado de lleno en un evento que siempre ha presumido de unir a las naciones a través de la música.
La postura de Eurovisión se encuentra en el centro de un debate diplomático y cultural. RTVE, con el respaldo del Gobierno y sus socios parlamentarios, ha decidido plantarse en un contexto donde Irlanda, Eslovenia, Islandia y Países Bajos ya habían mostrado reticencias. La votación en el Consejo de Administración de la corporación ha dejado en evidencia la división política, pero también ha puesto de manifiesto la relevancia simbólica de un festival que no puede permitirse perder a uno de los miembros del Big Five.
3Un festival atrapado entre la música y la política

Eurovisión se enfrenta a un dilema que puede marcar su futuro. Por un lado, está la tradición de un evento que siempre ha defendido la música como puente entre culturas, y por otro, la realidad de un continente atravesado por tensiones diplomáticas y sociales. España, con su decisión, ha puesto sobre la mesa un debate que ya no puede esquivarse, y es hasta qué punto el festival debe mantenerse al margen de la política o asumir una responsabilidad ética en su papel internacional.
La próxima edición en 2026, aún en fase de preparación, se presenta como una encrucijada. Si Israel sigue en la competición y España cumple su advertencia, la fractura será evidente y podría animar a más países a seguir el mismo camino. El desenlace marcará si Eurovisión es capaz de reinventarse y responder a las demandas de su tiempo o si, por el contrario, corre el riesgo de perder la esencia que lo ha mantenido vivo durante más de seis décadas.