Ángel Padrón (59), el último farero de El Hierro, lo sabe: «Aquí se acabó el mundo durante 2.000 años, y en este punto exacto puedes sentir por qué»

Durante casi 2.000 años, desde que Ptolomeo lo estableció en el siglo II, el Meridiano Cero estuvo en esta isla, convirtiéndola en la referencia para toda la cartografía mundial. La sensación que transmite el paisaje volcánico, el aislamiento y la inmensidad del Atlántico validan la percepción de estar en un lugar único y casi místico, tal y como lo describe su último farero.


El Hierro es mucho más que una isla, es una sensación que te anuda el estómago. Lo sabe bien Ángel Padrón, su último farero, para quien este es el punto exacto donde el mundo se acabó durante 2.000 años. Pero, ¿qué tiene este lugar para que un hombre de 59 años, acostumbrado a la inmensidad del Atlántico, hable de él con ese respeto casi sagrado? Es una pregunta que solo se empieza a responder cuando el viento te golpea en la cara.

Entender este rincón de la más occidental de las Canarias es comprender por qué este fue el límite del mundo conocido. Una sensación que el propio Padrón condensa en una frase reveladora, y es que según su experiencia, en el Faro de Orchilla puedes sentir por qué este fue el fin del mundo conocido. Es un eco que resuena entre las rocas volcánicas, un susurro de marineros y cartógrafos que se palpa en el aire denso y salado de este lugar único.

EL HIERRO: ¿DÓNDE TERMINABA EL MAPA?

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Pocos lugares pueden presumir de haber sido el centro del mundo y su final al mismo tiempo. En el siglo II, cuando Ptolomeo lo fijó como referencia, este punto se convirtió en la referencia geográfica universal para todos los mapas. Durante casi dos milenios, todo se midió desde esta isla del Meridiano, una responsabilidad que parece haber impregnado el carácter austero y magnético de su paisaje. ¿Te imaginas la sensación de saber que más allá de ti solo existía el abismo?

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Aquella decisión histórica no fue casualidad, sino una consecuencia directa de la impresión que causaba este lugar. Lo que confirma la frase de Padrón, la historia eligió este lugar para marcar el final de todo lo conocido. Es algo que se siente de forma casi física al visitar la isla canaria, una conexión directa con todos aquellos que miraron este mismo horizonte con una mezcla de temor y fascinación, intuyendo que habían llegado al borde de su realidad.

LA SOLEDAD DEL GUARDIÁN DEL FIN DEL MUNDO

Ser el último farero es una profesión en vías de extinción, casi una declaración de principios. Para Ángel Padrón, esta atalaya no es solo un trabajo, porque como bien sabe, ser farero aquí es custodiar el silencio y entender el lenguaje del viento. Su testimonio es el de un hombre que habita en la frontera, no solo geográfica, sino también temporal, manteniendo viva una luz que guió a incontables barcos hacia América.

Esa conexión íntima con el entorno le ha permitido comprender la esencia del lugar. Su afirmación de que aquí se acabó el mundo no es una metáfora poética, y reafirma lo que siente, aquí el mundo se paró durante dos milenios por una razón palpable. La soledad del faro, la inmensidad del océano y el peso de la historia hacen de esta experiencia en la isla herreña algo casi místico, un viaje a los confines del mapa y del alma. Un viaje a Hierro es, sin duda, una experiencia transformadora.

UN PAISAJE QUE TE HABLA SIN DECIR NADA

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El entorno del Faro de Orchilla es un lienzo de lava negra y afilada que se derrama hasta el mar. Un paisaje lunar, casi hostil, que te obliga a bajar la voz, y es que la propia naturaleza te demuestra que el silencio en este paraje volcánico es más elocuente que cualquier palabra. Es la belleza de lo indómito, un recordatorio constante de la fuerza primigenia del planeta que se manifiesta en esta escapada a Canarias.

Caminar por este malpaís es una lección de humildad y asombro. Es fácil entender por qué Padrón siente esa conexión tan profunda, pues en este escenario cada roca parece contar una historia de fuego, viento y tiempo. No hay árboles que den sombra ni distracciones que rompan el hechizo; solo estás tú y la inmensidad. Un turismo en Hierro diferente, alejado de las multitudes, que te confronta contigo mismo.

EL OCASO QUE BUSCAN TODOS, LA PAZ QUE ENCUENTRAN POCOS

Cientos de personas acuden cada tarde buscando la foto perfecta, el sol hundiéndose en el Atlántico. Pero lo que muchos encuentran es algo más profundo, porque como bien intuyen los locales, la puesta de sol en Orchilla es una experiencia que va más allá de lo visual. Es un momento de introspección, un ritual en el que el cielo se tiñe de colores imposibles y el tiempo parece detenerse por completo.

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Sin embargo, la verdadera magia no está solo en el espectáculo cromático que ofrece la naturaleza. Lo que Ángel Padrón presencia a diario, y que pocos perciben, es la calma abrumadora que se instala cuando se marcha el último coche. Es en ese instante, en la quietud absoluta bajo un manto de estrellas, cuando el fin del mundo se manifiesta en toda su sobrecogedora y serena belleza. La auténtica experiencia en Hierro comienza cuando todo queda en silencio.

SENTIR LA HISTORIA BAJO TUS PIES

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No estás simplemente en el punto más occidental de España; estás pisando el Meridiano Cero. Es una idea poderosa, porque como evoca la experiencia de Padrón, sentir que durante siglos el mundo empezaba aquí te conecta con el pasado. Cada ráfaga de viento parece traer ecos de mapas antiguos y de las dudas de aquellos navegantes que se aventuraban hacia lo desconocido.

Al final, la frase del último farero de El Hierro deja de ser una cita para convertirse en una certeza. Aquí, en este punto exacto, te das cuenta de que puedes sentir por qué este fue el límite entre lo conocido y el misterio. No hace falta cerrar los ojos para imaginarlo. Basta con respirar hondo, mirar al horizonte infinito y comprender que, a veces, para encontrarse a uno mismo, primero hay que viajar hasta el fin del mundo.

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