La popularidad de Fortnite esconde una realidad que muchos padres desconocen y que un sargento de la Guardia Civil ha puesto sobre la mesa con una crudeza alarmante. «No son juegos, son salas de captación», afirma Raúl Cifuentes, de 44 años, quien advierte de los peligros que se ocultan tras las partidas, pues los depredadores utilizan estos videojuegos online como un portal de acceso directo a los menores. Su mensaje es un aldabonazo a la conciencia de miles de familias que ven el juego como un simple entretenimiento.
La afirmación de Cifuentes resuena con fuerza porque no habla de un riesgo abstracto, sino de un método perfectamente orquestado. En el vibrante universo de Fortnite o Roblox, el peligro no está en los gráficos ni en la competición, sino en los chats de voz y texto, pues estos espacios de socialización se han convertido en el terreno de caza preferido para pederastas. Comprender cómo operan es el primer paso para proteger a nuestros hijos de una amenaza que ya está instalada en su propia habitación.
EL CABALLO DE TROYA EN LA HABITACIÓN DE TUS HIJOS
Parece una escena cotidiana: tu hijo o hija, con los auriculares puestos, ríe y grita instrucciones a sus compañeros de equipo mientras juega a Fortnite. Lo ves como una forma de socializar, de conectar con amigos. Pero, ¿y si al otro lado no hay un niño de su edad? El problema fundamental de este universo virtual es su capacidad para camuflar a los adultos entre millones de jugadores infantiles, ya que un depredador experimentado puede mimetizarse fácilmente en el entorno adoptando la jerga y los intereses de los más jóvenes.
El sargento Cifuentes insiste en que la arquitectura de estos populares títulos está diseñada para fomentar la interacción constante. No es un juego solitario; es una experiencia comunitaria que empuja a los niños a comunicarse con otros. Esa es la grieta que aprovechan, porque la normalización de hablar con desconocidos dentro del juego derriba las barreras de precaución que los niños sí tendrían en el mundo físico. Allí, un extraño que ofrece regalos es una alerta roja; aquí, es un compañero de partida generoso.
ASÍ FUNCIONA LA ‘INGENIERÍA SOCIAL’ DEL DEPREDADOR
Los pederastas no recurren a la fuerza, sino a la manipulación psicológica. Se ganan la confianza de los menores poco a poco, utilizando técnicas muy estudiadas para que sean los propios niños quienes les abran las puertas de su intimidad. El proceso, conocido como grooming, es lento y sutil. Comienza dentro de Fortnite, donde el depredador identifica a su víctima y se acerca con una actitud amistosa y colaborativa, pues el primer paso consiste en convertirse en un aliado valioso y un amigo virtual a través de regalos como ‘skins’ o paVos.
Una vez que se establece ese vínculo de confianza y gratitud, el siguiente movimiento es sacar la conversación del entorno del juego. El chat de voz integrado de Fortnite es solo el principio. El depredador buscará migrar la comunicación a plataformas más privadas como Discord, Instagram o WhatsApp, donde el control parental es más difícil, porque el objetivo es aislar al menor de su círculo de seguridad y llevarlo a un terreno donde la interacción es uno a uno y sin testigos.
¿’SKINS’ Y PAVOS GRATIS? LA TRAMPA PERFECTA
La economía interna de Fortnite se ha convertido en una herramienta de manipulación increíblemente eficaz. Los niños y adolescentes anhelan tener las ‘skins’ más nuevas o los pases de batalla, y los depredadores lo saben. Ofrecerse a regalar estos objetos digitales es una táctica de bajo coste y altísimo impacto, ya que el agresor explota el deseo de estatus y aceptación social del menor dentro de la comunidad de jugadores para presentarse como un benefactor. Este gesto, aparentemente generoso, crea una deuda emocional.
Esa deuda es la que se cobra más adelante. Cuando el depredador ya se ha ganado la confianza del niño, empieza a pedir algo a cambio: primero una foto, luego una videollamada, y la escalada puede ser terrorífica. El menor se siente atrapado, en deuda con esa persona que ha sido tan «amable» con él, porque la manipulación se basa en que el niño sienta que rechazar las peticiones del adulto sería un acto de ingratitud hacia su «amigo». Es una trampa psicológica perfectamente diseñada dentro de este fenómeno de masas.
LA FALSA SENSACIÓN DE SEGURIDAD: «SOLO ESTÁ JUGANDO»
El mayor aliado del depredador es, a menudo, el desconocimiento de los padres. Muchos adultos ven Fortnite como un simple pasatiempo digital, un conjunto de dibujos animados y bailes inofensivos. No perciben que su función principal ha evolucionado de ser un juego a ser una red social donde sus hijos interactúan sin supervisión, ya que el peligro no reside en la violencia gráfica del juego, sino en las interacciones sociales no moderadas que permite la plataforma.
Por eso, la advertencia de Raúl Cifuentes es tan crucial. Al definir Fortnite y Roblox como «salas de captación», cambia el foco del debate. No se trata de demonizar los videojuegos, sino de entender su nueva dimensión como espacios de socialización masiva. La partida es la excusa; el verdadero núcleo es el chat, pues los padres deben comprender que la habitación de su hijo se convierte en un espacio público virtual en cuanto se conectan a estos mundos abiertos, y en ese espacio, cualquiera puede entrar.
¿QUÉ PUEDES HACER? LA CLAVE NO ES PROHIBIR, SINO ACOMPAÑAR
La respuesta instintiva ante esta amenaza podría ser la prohibición, pero los expertos coinciden en que es una estrategia ineficaz y contraproducente. Aislar al niño de su entorno social digital puede generar más problemas que soluciones. La clave está en el acompañamiento. Siéntate con tu hijo, interésate por sus partidas de Fortnite, pregúntale con quién juega, pues la comunicación abierta y la confianza son el cortafuegos más potente para detectar y prevenir cualquier situación de riesgo online.
La tecnología también ofrece herramientas: aprende a configurar los ajustes de privacidad de Fortnite para limitar la comunicación solo a amigos conocidos y denuncia cualquier comportamiento sospechoso. Sin embargo, la verdadera protección no es un filtro, sino la educación. Se trata de enseñarles a desconfiar de los extraños también en el mundo virtual, porque los niños deben saber que tienen un espacio seguro en casa para contar cualquier cosa que les haga sentir incómodos, sin miedo a ser juzgados o castigados. Esa es la partida que, como padres, tenemos la obligación de ganar.