El ajedrez es mucho más que un juego de mesa, pues con más de mil años de historia, se ha consolidado como un deporte que exige concentración, estrategia y paciencia, además de un reto mental que atrapa a millones de personas en todo el mundo. Su origen está rodeado de leyendas, pero lo que sí está claro es que nació como una forma de recreación y se transformó en una disciplina intelectual capaz de unir a distintas culturas a lo largo de los siglos.
Con el paso del tiempo, el ajedrez dejó de ser un pasatiempo exclusivo de nobles y pensadores para convertirse en un fenómeno de masas. Hoy en día se juega en escuelas, plazas públicas y competiciones internacionales, y ha alcanzado un nivel de popularidad que lo coloca a la altura de otros deportes globales. Su carácter universal demuestra cómo algo tan sencillo como un tablero y 32 piezas puede ser una herramienta de conexión y aprendizaje.
1El ajedrez y sus orígenes

Los historiadores coinciden en que el ajedrez tiene su origen en la India, alrededor del siglo VI, con un juego llamado chaturanga. Este consistía en un tablero con piezas que representaban distintas unidades militares, es decir, infantería, caballería, elefantes y carros. Desde allí, el juego se expandió hacia Persia y más tarde al mundo árabe, donde tomó el nombre de shatranj y comenzó a adquirir reglas más cercanas a las que conocemos hoy.
Con la llegada de los árabes a la península ibérica, el ajedrez se difundió por Europa y fue adaptándose a nuevas culturas. Durante la Edad Media, se convirtió en un pasatiempo popular en las cortes, y en el Renacimiento sufrió una transformación fundamental, pues algunas piezas cambiaron de movimiento, como la reina, que pasó a ser la más poderosa del tablero. Esa modificación convirtió al juego en lo que conocemos actualmente, con un ritmo más dinámico y estratégico.