Un preinfarto puede estar llamando a tu puerta de la forma más silenciosa e inesperada que imagines, lejos de la imagen cinematográfica del hombre llevándose la mano al pecho. El Dr. Julián Peñas, un cardiólogo con más de tres décadas de experiencia, lo advierte sin rodeos, ya que el cuerpo envía señales sutiles que solemos pasar por alto en el ajetreo diario. Este aviso cardíaco puede ser tan discreto que lo confundimos con una simple contractura, un dolor de muelas o incluso estrés.
Esa es la gran trampa de un episodio coronario inminente, que nos susurra en lugar de gritar. El Dr. Peñas insiste en lo que él llama el «síntoma tonto» en la mandíbula, y es que ese dolor irradiado es un mecanismo de defensa que nos alerta de una obstrucción arterial. La mayoría de la gente, un 90 % según su experiencia clínica, jamás conectaría una molestia en la cara con un problema de corazón, un error que puede costar muy caro cuando se trata de un preinfarto.
EL MITO DEL DOLOR EN EL PECHO: ¿POR QUÉ NOS ENGAÑA EL CORAZÓN?

Hemos visto la escena mil veces: alguien siente una punzada terrible en el tórax y se desploma. Pero la verdad es que un preinfarto no siempre debuta con esa señal tan clara y universalmente reconocida. La isquemia miocárdica, que es la falta de riego sanguíneo en una parte del corazón, se manifiesta de muchas maneras, y la falta de oxígeno en el músculo cardíaco no siempre genera una sensación opresiva en el tórax. A veces, el dolor es vago, difuso o, simplemente, no está.
Por eso, obsesionarse con buscar únicamente dolor pectoral es un error que retrasa la atención médica vital. La fatiga extrema, las náuseas o un sudor frío inexplicable pueden ser las únicas pistas que te dé el cuerpo antes de un preinfarto. Es crucial abrir la mente a otras posibilidades, porque entender estos síntomas atípicos es fundamental para cuidar nuestra salud cardiovascular y reaccionar a tiempo. El corazón no siempre habla el idioma que esperamos, y aprender su dialecto es una lección de supervivencia.
¿UNA MENTIRA DE TU CEREBRO? ASÍ FUNCIONA EL DOLOR IRRADIADO
El concepto de «dolor irradiado» puede sonar complejo, pero es más sencillo de lo que parece. Imagina que las autopistas de tus nervios están interconectadas. Cuando el corazón sufre una falta de oxígeno por un preinfarto, envía una señal de dolor al cerebro, pero el cerebro interpreta erróneamente el origen del dolor porque las fibras nerviosas del corazón comparten vías con otras partes del cuerpo. Es una especie de «error de localización» que nos confunde por completo ante un problema de corazón.
Esta particularidad neurológica es la responsable de que una angina de pecho, el aviso previo a un infarto, pueda sentirse en lugares tan extraños como el brazo izquierdo, la espalda, el estómago o, como bien señala el doctor Peñas, la mandíbula. No es que te duelan esas zonas, sino que tu cerebro cree que el problema está ahí. Por eso, esta confusión neurológica explica por qué una angina de pecho puede manifestarse como un simple dolor de muelas o una contractura.
LA MANDÍBULA, EL CUELLO Y LOS HOMBROS: EL TRIÁNGULO DE LAS BERMUDAS DE UN PREINFARTO

La mandíbula, en concreto, es un chivato especialmente frecuente de un preinfarto inminente. La explicación reside en el nervio vago y otras conexiones nerviosas que viajan desde el pecho hacia la cabeza. Por esa razón, la conexión nerviosa entre el corazón y la zona de la mandíbula y el cuello es sorprendentemente directa, provocando una sensación que pocos asocian con un riesgo coronario. La gente acude al dentista o al fisioterapeuta, perdiendo un tiempo que es oro.
Este dolor no suele ser agudo ni punzante, como el de una caries. Más bien, se trata de una presión sorda, una pesadez que puede ir y venir o ser constante, a veces extendiéndose hacia el oído. Es una de las señales más claras de un evento cardíaco inminente, ya que a menudo se describe como una presión sorda o una molestia persistente que no mejora con analgésicos comunes. Ignorar esta señal es darle la espalda a una de las alertas más importantes antes de un preinfarto.
LA ALERTA SILENCIOSA: POR QUÉ LAS MUJERES DEBEN ESCUCHAR A SU CUERPO DE OTRA MANERA
Si esta sintomatología atípica es un peligro para todos, en el caso de las mujeres el riesgo se multiplica. Sus síntomas de preinfarto suelen ser mucho más sutiles y variados que los de los hombres. Además del dolor en la mandíbula, pueden experimentar fatiga inusual, dificultad para respirar, ansiedad, mareos o indigestión, y las mujeres tienen más probabilidades de experimentar un conjunto de síntomas difusos en lugar del dolor torácico agudo. Un cóctel de señales confuso y fácil de ignorar.
El verdadero peligro radica en que estas molestias se atribuyen erróneamente a la ansiedad, el estrés o procesos hormonales como la menopausia. La propia mujer tiende a restarle importancia, aguantando más de la cuenta antes de pedir ayuda. Esta minimización de los síntomas es un factor cultural y social que juega en su contra, pues esta tendencia a minimizar las señales retrasa peligrosamente la búsqueda de ayuda médica profesional ante lo que podría ser un problema cardíaco serio y un preinfarto.
ACTUAR A TIEMPO ES GANAR: LA LLAMADA QUE PUEDE CAMBIARLO TODO

Ante la aparición de una molestia persistente en la mandíbula, el cuello o los hombros, especialmente si se acompaña de otros síntomas como fatiga o dificultad para respirar, la regla de oro es no buscar explicaciones para autoconvencerse. No es momento de hacerse el héroe ni de esperar a ver si se pasa solo. En un potencial preinfarto, cada minuto cuenta para evitar un daño irreversible en el corazón, y por eso ante la duda razonable no hay que esperar, sino llamar inmediatamente a los servicios de emergencia.
No se trata de vivir con miedo, sino con información y autoconocimiento. Ese «síntoma tonto» que mencionaba el Dr. Peñas es, en realidad, un aviso vital, una oportunidad de oro para adelantarse a un desastre. La próxima vez que sientas algo fuera de lo común, por ilógico que parezca, recuerda que tu cuerpo te está hablando en su propio idioma. Y, a veces, escuchar esa extraña molestia puede ser el gesto más inteligente para proteger tu futuro y evitar un preinfarto devastador.