«Rendirse no es una opción»: la historia de los 3.500 soldados de los Tercios que prefirieron morir matando antes que arrodillarse ante 50.000 otomanos

La decisión que marcó un antes y un después en la historia militar: 3.500 hombres frente a un imperio. El nombre de Castelnuovo resuena como un eco de valor y sacrificio casi suicida.

Los Tercios españoles escribieron algunas de las páginas más gloriosas y brutales de la historia militar, pero pocas tan sobrecogedoras como la que protagonizaron en Castelnuovo. Imagina por un momento a 3.500 soldados, liderados por el maestre de campo Francisco de Sarmiento, escuchando que rendirse no es una opción frente a 50.000 enemigos. Aquella defensa numantina, ese sacrificio casi olvidado, nos enseña que una gesta donde la victoria no era el objetivo, sino morir con honor, puede cambiar el curso de la historia. ¿Qué lleva a un hombre a elegir una muerte segura?

La respuesta se encuentra en el corazón del Adriático, en 1539, cuando el temido almirante Barbarroja puso sus ojos en una pequeña fortaleza. Aquella guarnición, abandonada a su suerte por sus aliados venecianos, se convirtió en el último bastión de la cristiandad en la zona. Para aquella infantería legendaria, el simple hecho de arriar la bandera era impensable, pues la lógica militar aconsejaba una retirada que jamás se contempló y que habría borrado su legado del mapa. La historia de los Tercios está llena de heroicidades, pero esta roza lo mitológico.

EL INFIERNO ADRIÁTICO: ¿POR QUÉ ESTABAN ALLÍ?

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Todo comenzó un año antes, cuando una Liga Santa formada por el Papado, España y Venecia logró arrebatar Castelnuovo al Imperio Otomano. La plaza era estratégica, un puñal en la costa dálmata que controlaba el acceso al Adriático. Sin embargo, las alianzas en el siglo XVI eran tan volátiles como el mar en invierno, y Venecia no tardó en negociar una paz por separado con el sultán. De la noche a la mañana, Castelnuovo era un peón aislado en un tablero dominado por el poder otomano, defendido únicamente por la guarnición española.

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El maestre de campo Francisco de Sarmiento y Mendoza, un veterano curtido en mil batallas, sabía perfectamente que su posición era insostenible. La fortaleza no estaba preparada para un asedio a gran escala y los refuerzos nunca llegarían. A pesar de todo, la decisión de aquellos veteranos fue unánime: se quedarían a defenderla hasta el final. Puede que la historia la escriban los vencedores, pero la defensa de la plaza era una misión suicida desde el principio, y la leyenda de los Tercios se forjó precisamente en esas misiones imposibles.

LA LLEGADA DE BARBARROJA: UNA MAREA IMPARABLE

El verano de 1539 trajo consigo los peores presagios en forma de velas otomanas. Jeireddín Barbarroja, el terror del Mediterráneo y almirante de la flota de Solimán el Magnífico, se presentó ante las murallas de Castelnuovo con un ejército que empequeñecía a los defensores. No eran solo 50.000 hombres; eran los mejores soldados del imperio, los temibles jenízaros, apoyados por una artillería descomunal. Para el contingente hispánico, la visión de doscientas velas en el horizonte debió helar la sangre del más valiente, pero no su determinación.

Consciente de su abrumadora superioridad, Barbarroja ofreció a Sarmiento una rendición honrosa: podrían abandonar la plaza con sus armas y banderas, y se les proporcionaría transporte seguro a Italia. La oferta era tentadora, una salida lógica y sin sangre. Sin embargo, la respuesta de los hombres de Sarmiento fue la que cimentó su leyenda. El honor de los Tercios estaba en juego y, para ellos, la respuesta fue un desafío directo a la mayor potencia naval del momento, una negativa que sellaba su destino y los condenaba a muerte.

EL JURAMENTO DE MORIR MATANDO

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La decisión de Sarmiento no fue la de un líder déspota, sino el reflejo del espíritu de su tropa. Reunió a sus capitanes y les expuso la situación sin paños calientes: la muerte era segura. La única elección que les quedaba era cómo morir. Aquellos infantes, lejos de amotinarse, respondieron al unísono con un juramento que todavía resuena. Aquello no era una simple batalla, pues los soldados juraron luchar hasta que no quedara un solo hombre en pie, convirtiendo la defensa en un acto de sacrificio colectivo. Estos no eran mercenarios; eran los Tercios.

¿Qué impulsa a miles de hombres a abrazar una muerte segura con semejante convicción? No era solo la lealtad a un rey lejano o la defensa de la fe. Era el código de honor no escrito que definía a estos soldados. La reputación lo era todo. Un Tercio jamás se rendía si aún podía combatir. Para los defensores de Castelnuovo, la reputación de la infantería española se forjaba en acciones como esta, donde el valor se medía por la cantidad de enemigos que se llevaban por delante antes de caer.

CUANDO LAS MURALLAS SE CONVIERTEN EN TUMBAS

El asedio que siguió fue de una violencia apocalíptica. Durante casi un mes, día y noche, la artillería otomana martilleó sin piedad las defensas de Castelnuovo. El asedio ponía a prueba la legendaria resistencia de los Tercios. Los lienzos de muralla se venían abajo, abriendo brechas por las que se lanzaban oleadas de jenízaros, convencidos de que la victoria sería rápida. Sin embargo, las murallas se desmoronaban bajo el incesante fuego de la artillería turca, pero la voluntad de los defensores permanecía intacta, convirtiendo cada cascote en una barricada.

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Cuando los muros cayeron, la lucha se trasladó a las calles, a las casas, a cada rincón de la ciudad en ruinas. Los últimos supervivientes se atrincheraron en el castillo, librando una batalla desesperada cuerpo a cuerpo. Los relatos de la época hablan de un nivel de ferocidad inaudito, donde cada callejón se convirtió en una trampa mortal para los asaltantes, que pagaban con centenares de vidas cada metro que avanzaban. Los Tercios vendían carísima su piel, infligiendo una carnicería que desmoralizó al ejército otomano y enfureció a Barbarroja.

EL LEGADO OLVIDADO DE CASTELNUOVO

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Finalmente, el 7 de agosto, las últimas defensas cayeron. En el asalto final, los otomanos arrollaron a los pocos cientos de españoles que quedaban. El propio Sarmiento, herido en múltiples ocasiones, fue uno de los últimos en morir combatiendo. La historia de estos Tercios es un ejemplo de coraje sin parangón. Solo sobrevivieron unos doscientos, la mayoría heridos de gravedad, que fueron hechos esclavos. El asalto final se llevó por delante a los últimos defensores, que cayeron combatiendo con una fiereza que asombró a sus propios verdugos.

Castelnuovo fue una derrota militar, pero una victoria moral aplastante. Barbarroja tomó una fortaleza en ruinas a un coste desorbitado: se estima que perdió a más de 20.000 de sus mejores hombres. La gesta de Castelnuovo recorrió las cortes europeas, consolidando la imagen de invencibilidad y el pánico que inspiraba la infantería española. El eco de su sacrificio sirvió como advertencia para los enemigos del Imperio español durante más de un siglo. La leyenda de los Tercios se cimentó en gestas como esta, y el nombre de los Tercios de Castelnuovo debería ser recordado como sinónimo de la voluntad indomable.

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