La historia de Franco está llena de claroscuros, pero pocos episodios revelan tanto su astucia y su frialdad como la gestión de la presión nazi. Tras su famoso encuentro con Hitler en Hendaya, el ambiente era casi irrespirable. El Führer exigía la entrada de España en la guerra a su lado, y la negativa del dictador español puso al país al borde de la invasión nazi. ¿.
Ante la asfixiante presión del Tercer Reich, que no dejaba de recordar la ayuda prestada durante la Guerra Civil, había que ofrecer algo tangible. No bastaban las buenas palabras ni las promesas vagas. En ese tablero de ajedrez donde cada movimiento podía ser el último, la creación de la División Azul fue la respuesta calculada de Franco para ganar tiempo y evitar el desastre. Una solución que, sobre el papel, parecía un gesto de lealtad, pero que escondía una estrategia mucho más profunda y pragmática.
LA SOMBRA DE LA WEHRMACHT SOBRE LOS PIRINEOS
La España que salió de la Guerra Civil era un país en ruinas, hambriento y exhausto, incapaz de afrontar un nuevo conflicto. El propio régimen sabía que la implicación directa en la contienda mundial era un suicidio, por lo que entrar en otra contienda mundial habría supuesto el colapso definitivo del régimen. El Caudillo era consciente de esta debilidad y la utilizó como principal argumento para resistir las exigencias alemanas, pintando un panorama desolador que desincentivaba a su poderoso interlocutor.
Hitler, sin embargo, no era un hombre que aceptara un no por respuesta y veía a España como una pieza clave para controlar el Mediterráneo. La habilidad del general gallego consistió en dar largas y promesas vacías, una táctica dilatoria que desesperaba al alto mando alemán pero mantenía la neutralidad. La estrategia de Franco pasaba por no negar nunca su apoyo, pero posponerlo con excusas sobre la falta de suministros, el trigo o el equipamiento militar, convirtiendo la negociación en un laberinto burocrático.
LA DIVISIÓN AZUL: EL PRECIO DE LA PAZ
La solución que Franco ideó fue tan cínica como brillante, una válvula de escape para la presión alemana sin comprometer el futuro del país. Propuso enviar una división de voluntarios a luchar contra el comunismo en Rusia, un gesto que satisfacía a Hitler ideológicamente sin declarar la guerra a los Aliados. De esta forma, España pagaba su deuda política con Berlín, reforzaba su discurso anticomunista y, lo más importante, se mantenía oficialmente al margen del conflicto principal que se libraba en el oeste.
No todos los que partieron hacia el frente ruso lo hicieron por un fervor falangista o un odio acérrimo al comunismo. La realidad sociológica de aquella unidad era compleja, ya que muchos se alistaron para limpiar expedientes republicanos o simplemente para escapar de la miseria de la posguerra. El régimen franquista fomentó una imagen de cruzada heroica, pero para miles de familias, aquel viaje al este era una mezcla de coacción, oportunidad o, simplemente, la única salida posible en un país devastado.
EL INFIERNO BLANCO DE KRASNY BOR
El frente oriental no se parecía en nada a lo que aquellos hombres, muchos veteranos de la contienda española, habían conocido. El invierno ruso se convirtió en un enemigo tan letal como el Ejército Rojo, con temperaturas extremas que causaron miles de bajas por congelación y enfermedades. La propaganda que los despidió con vítores en España se topó de bruces con una realidad de barro, nieve y una violencia industrializada para la que no estaban preparados, una lección que Franco observaba desde la distancia.
La batalla de Krasny Bor, en febrero de 1943, fue el cénit de su terrible odisea y su episodio más sangriento. Los divisionarios se enfrentaron a una ofensiva soviética masiva, superándolos abrumadoramente en hombres y material. A pesar de las enormes bajas sufridas, donde la unidad demostró un valor suicida frenando una ofensiva soviética inmensamente superior en número, su resistencia fue utilizada por la propaganda del régimen como ejemplo del coraje español, ocultando el coste humano de la estrategia de la España de Franco.
CUANDO EL VIENTO DE LA GUERRA CAMBIÓ DE RUMBO
A medida que la balanza de la Segunda Guerra Mundial se inclinaba decisivamente hacia el bando aliado tras Stalingrado y los desembarcos en el norte de África, la situación de España volvió a cambiar. La División Azul, que había sido una solución, empezaba a ser un problema, y la presión de Churchill y Roosevelt comenzó a ser más fuerte que la de un Hitler debilitado. El pragmatismo del dictador español le hizo ver que era el momento de recalcular su posición en el tablero internacional.
Franco, un maestro del pragmatismo y la supervivencia política, sabía que la unidad se había convertido en una seria hipoteca de cara a los vencedores de la guerra. Ya no era útil como moneda de cambio con Hitler, sino un estorbo en sus relaciones con los Aliados, por lo que ordenó su repatriación en 1943 para dar una señal a los Aliados de que España se distanciaba del Eje. La decisión se vendió como una orden soberana, pero en realidad respondía a la nueva correlación de fuerzas global.
¿HÉROES, VÍCTIMAS O PEONES DE UN JUEGO MAYOR?
El legado de la División Azul es tan complejo y ambiguo como la figura del propio Franco, que la utilizó para sus fines con una eficacia implacable. Para el régimen fueron héroes de una cruzada anticomunista, mientras que para la diplomacia de la posguerra fueron una mancha que había que limpiar discretamente. Los supervivientes volvieron a un país que intentaba olvidar su pasado fascista para ser aceptado en el nuevo orden mundial, y muchos se sintieron utilizados y abandonados.
Al final, la historia de estos miles de hombres es el reflejo de una de las decisiones más frías y calculadas de Franco. Fueron la ficha sacrificada en una partida de ajedrez geopolítica que se jugaba muy por encima de sus cabezas. Su sacrificio en las estepas rusas, teñido de ideología, miseria y valor, se convirtió en la pieza clave que, para bien o para mal, permitió a España evitar el destino de ser otro campo de batalla en la Segunda Guerra Mundial. Un precio altísimo por una paz comprada con sangre ajena.