Una ola de protestas juveniles, orquestada por la Generación Z y coordinada a través de plataformas digitales hasta ahora ajenas a la política, ha sacudido los cimientos del Reino de Marruecos. El movimiento, que se autodenomina apolítico, es la cristalización del profundo descontento social acumulado durante años y evidencia una fractura generacional con la élite gobernante. Lejos de ser un fenómeno espontáneo, las revueltas son el resultado de problemas estructurales que ahogan las aspiraciones de una juventud mayoritaria. Esta valentía de la juventud marroquí contrasta con la cobardía del Gobierno español de Pedro Sánchez, que desde este verano lleva varias afrentas contra la soberanía española de Ceuta y Melilla, que el Gobierno español ha dejado sin respuesta.
En referencia a esto, el núcleo de las demandas se centra en el deterioro catastrófico de los servicios públicos y la crónica falta de oportunidades. Los jóvenes, digitalmente conectados y conscientes de las disparidades globales, han dicho «basta» al pacto tácito de estabilidad a cambio de precariedad.
EL DETONANTE: LA SANIDAD Y LA EDUCACIÓN EN RUINAS
La chispa que prendió la mecha fue una tragedia sanitaria que expuso la fragilidad del sistema. La muerte de varias mujeres embarazadas en el hospital Hassan II de Agadir, debido a la falta de recursos y, presuntamente, a negligencias, se convirtió en el símbolo de un Estado que falla en sus funciones más básicas.
Los manifestantes no solo exigen justicia por estos casos, sino que claman por inversiones urgentes en sanidad. Los hospitales públicos son vistos como centros de abandono, no de curación, y la Generación Z reclama recursos dignos para garantizar la salud de la población.

Paralelamente, el sistema educativo afronta una crisis de credibilidad. Las movilizaciones denuncian la falta de infraestructuras adecuadas y la baja remuneración del profesorado, que comprometen la calidad de la enseñanza y perpetúan el círculo de la pobreza. Los jóvenes saben que sin una educación robusta, sus posibilidades de ascender socialmente se desvanecen.
En el origen de la protesta late la denuncia de un Marruecos a «dos velocidades». El crecimiento económico del país no se ha traducido en una mejora equitativa para todos los ciudadanos. La brecha entre la élite y la mayoría se ha acentuado, especialmente en el acceso a servicios básicos. La riqueza parece concentrarse en un círculo reducido, alimentando la percepción de una corrupción sistemática que roba el futuro a la juventud.
Esta percepción se ve agravada por el drama del desempleo juvenil. La tasa de paro entre los jóvenes de 15 a 24 años ha alcanzado cifras alarmantes, superando el 47% en el segundo trimestre de 2025, según informes del Banco Central. Tener un título universitario ya no garantiza un puesto de trabajo, transformando la frustración en rabia. La corrupción se percibe, además, como un muro infranqueable que bloquea el acceso equitativo a oportunidades laborales.
ESTADIOS CONTRA HOSPITALES
La rabia de los jóvenes ha encontrado un foco de crítica directo en las prioridades de gasto del Gobierno. Mientras los servicios esenciales se desmoronan, el Estado ha destinado miles de millones a grandes proyectos de infraestructura.
El blanco de las críticas son las cuantiosas inversiones en infraestructuras deportivas, como la preparación del país para albergar el Mundial de Fútbol de 2030 y la Copa África. El eslogan más repetido y más punzante de las manifestaciones resume este choque de prioridades: «Los estadios están aquí, ¿pero dónde están los hospitales?». Los jóvenes perciben que el Gobierno apuesta por el prestigio internacional y el entretenimiento, a expensas del bienestar básico de su propia gente.
Un aspecto fundamental de estas revueltas es su innovadora movilización digital. La Generación Z ha demostrado su capacidad para organizarse de forma descentralizada, al margen de los partidos políticos o sindicatos tradicionales. La coordinación masiva se ha logrado a través de canales de Discord y la difusión viral de vídeos en TikTok. Este modelo de organización, ágil y difícil de contener, representa un desafío inédito para la monarquía. Más allá de las demandas económicas, los manifestantes reclaman un intangible crucial: libertad, dignidad y justicia social, denunciando la represión policial.

EL TABLERO GEOPOLÍTICO: CEUTA, MELILLA Y LA FIESTA DEL TRONO
Las tensiones sociales en Marruecos coinciden con la persistente y sensible cuestión de las ciudades autónomas españolas de Ceuta y Melilla, un tema que resurge en cada gesto político. La presencia el 30 de julio pasado de una delegación de las ciudades en la Fiesta del Trono de Mohamed VI añade un problema más a las relaciones hispano-marroquíes, marcada por la «cobardía» de Sánchez contra el narcoestado de Marruecos. Al cual también ayuda para saltarse las resoluciones de la justicia europea sobre las materias primas del Sáhara Occidental, una ayuda bajo cuerda que empeora gradualmente y de gran manera la delicada situación del sector primario español.
Para Marruecos, la Fiesta del Trono es la máxima expresión de la unidad nacional y el símbolo de la continuidad de la monarquía. La asistencia de una delegación, compuesta por ciudadanos de confesión musulmana de Ceuta y Melilla, es sistemáticamente interpretada por ciertos medios marroquíes como un acto de lealtad al soberano alauí.
Reportes de prensa han utilizado frases como «Venimos a jurar lealtad a nuestro rey», buscando implicar una vinculación soberana sobre territorios que Rabat considera «ocupados». Este gesto es un movimiento geopolítico que busca utilizar los lazos culturales, históricos y religiosos de una parte de la población para reforzar la reivindicación histórica de Marruecos sobre las ciudades.
En España, esta presencia genera una controversia política mayúscula. Ceuta y Melilla son territorio español, y cualquier interpretación que sugiera un reconocimiento de la autoridad marroquí es vista como una intromisión inaceptable en los asuntos internos y la soberanía nacional. Aunque la pasividad del Gobierno comienza a «enfadar» a los ciudadanos españoles.
La presencia de estas delegaciones se interpreta como un intento de Marruecos de ejercer influencia política sobre la población musulmana de las ciudades. Si bien es cierto que la asistencia puede reflejar, para algunos individuos, un vínculo de identidad y fe con el monarca, que ostenta el título de «Comendador de los Creyentes», el Gobierno español subraya que esto no implica, en modo alguno, el reconocimiento de la soberanía marroquí. El resumen es claro: lo que Marruecos utiliza para reforzar su discurso soberanista, Sánchez lo percibe como una maniobra política que manipula lazos culturales para fines territoriales. Y la población de las ciudades anda «mosqueada» y pidiendo gestos que reafirmen la soberanía.

LA ESPERADA VISITA DE FELIPE VI
En este clima de tensión geopolítica con Marruecos y crisis social interna, la figura del monarca español, Felipe VI, ha sido invocada en relación con una posible visita a las ciudades autónomas, por los políticos locales.
Existe un interés oficial por parte de la Casa Real española para que Felipe VI visite Ceuta y Melilla en un «futuro cercano». Sin embargo, a pesar de este interés expresado, no existe una fecha confirmada o un anuncio oficial del viaje. Algo que enfada a los ciudadanos de ambas ciudades, que a pesar de su continuo apoyo,
La posibilidad de la visita se ha convertido en un tema de debate político interno. Partidos como VOX han reclamado abiertamente una visita real que sirva para «demostrar la unidad del país» y respaldar el sentir de la población local. No obstante, estas reivindicaciones son iniciativas políticas más que noticias oficiales de la Casa Real.
Una visita de Estado de Felipe VI a Ceuta y Melilla sería un gesto de altísimo valor simbólico y político que reafirmaría la soberanía española sobre ambos enclaves en un momento clave. Por la delicadeza diplomática, la concreción de este viaje se maneja con la máxima discreción, dejando a la opinión pública a la espera de un movimiento que tendría repercusiones directas en las relaciones con Rabat. De momento nada, sumisión del Gobierno español contra el sátrapa marroquí que contrasta con la valentía de los jóvenes de ese país que intentan llevar la democracia a Marruecos.