El cortisol, esa hormona que se activa en situaciones de estrés, puede tener un papel mucho más importante en nuestra relación con la comida de lo que imaginamos. En una entrevista reciente en ‘Hora 25’ de la cadena SER, la nutricionista Ángela Quintas explicó cómo los picos de cortisol alteran nuestros hábitos alimenticios, llevándonos a buscar alimentos que “crujan”. Esa necesidad repentina de comer algo salado, dulce o ultraprocesado no siempre tiene que ver con el hambre real, sino con un intento inconsciente del cuerpo de aliviar tensiones internas.
Durante la conversación con Aimar Bretos, Quintas dejó claro que el cuerpo envía señales constantes que debemos aprender a interpretar. Sin embargo, cuando el cortisol se dispara, esas señales pueden confundirnos. Es entonces cuando surge el llamado “hambre emocional”, una sensación que no responde a necesidades fisiológicas sino a un intento de regular nuestras emociones a través de la comida. Identificar esa diferencia, dice la experta, es esencial para evitar caer en ciclos de ansiedad, culpa y sobrealimentación.
1Cuando el cortisol se dispara, la mente busca alivio en lo crujiente

El cortisol no solo acelera el ritmo cardíaco o la sensación de alerta, también modifica nuestros antojos. Según Ángela Quintas, cuando los niveles de esta hormona aumentan, el cerebro nos empuja hacia alimentos que “crujan”. Palomitas, patatas fritas o galletas son ejemplos típicos de ese tipo de comidas que aportan una gratificación inmediata. No es casualidad, afirma la nutricionista, que en los momentos de tensión o tristeza recurramos justo a esos productos. El sonido al masticar, el olor al abrir una bolsa o el sabor intenso funcionan como pequeñas descargas de placer instantáneo.
La experta explica que esos alimentos ultraprocesados están diseñados para enganchar. Su combinación de grasas, azúcares y aditivos activa el sistema de recompensa del cerebro, creando una sensación de bienestar tan rápida como efímera. El problema aparece cuando ese mecanismo se repite una y otra vez para calmar emociones, porque el cuerpo comienza a asociar el estrés con la necesidad de comer. Y ahí es donde el cortisol se convierte en un círculo vicioso, pues cuanto más estrés sentimos, más comemos; cuanto más comemos, más nos culpamos, y el ciclo vuelve a empezar.