La mítica presentadora Mayra Gómez no solo pronunciaba una frase, sino que sellaba un pacto con millones de espectadores cada viernes por la noche. Aquel «¡Y hasta aquí puedo leer!» era mucho más que el final de una tarjeta; se convirtió en el código de honor de toda una generación que creció pegada a la pantalla, y hoy entendemos que la comunicadora protegía con celo la magia del concurso más grande jamás creado. ¿Pero qué había realmente detrás de ese silencio autoimpuesto?
Lo que parecía un simple latiguillo del guion escondía una verdad mucho más profunda y fascinante sobre cómo se hacía la televisión antes. Para una figura icónica de la tele como ella, cada palabra contaba, pero su silencio contaba todavía más, ya que Mayra Gómez guardaba los secretos de un engranaje televisivo increíblemente complejo que maravillaba a todo un país. Aquella frase era la frontera invisible entre el espectáculo y sus entrañas, una promesa de que la ilusión permanecería intacta.
¿UNA SIMPLE FRASE O UN CÓDIGO SECRETO?
La frase no nació como un lema publicitario, sino como una necesidad funcional del propio concurso para cerrar la lectura de las tarjetas. Sin embargo, la arrolladora personalidad de Mayra Gómez la transformó por completo, pues ella convirtió una frase de guion en un símbolo de misterio y respeto por el espectador. La audiencia sabía que, llegados a ese punto, no había más que saber, y esa certeza, en lugar de frustrar, alimentaba la expectación y el mito del programa.
Ese compromiso verbal era la garantía de que la magia no se rompería jamás, ni dentro ni fuera del plató. La conductora del Un, dos, tres… entendió que el valor del formato no solo residía en sus premios o en sus cómicos, sino en su aura de imprevisibilidad, porque el pacto de silencio de Mayra Gómez aseguraba la pureza del formato televisivo. No revelar los trucos, los ensayos ni las sorpresas era fundamental para que cada emisión se sintiera como un acontecimiento único e irrepetible.
EL CEREBRO DETRÁS DE LA MAGIA: LA SOMBRA DE CHICHO
El verdadero arquitecto de este secretismo absoluto fue, por supuesto, Chicho Ibáñez Serrador, un genio obsesionado con la perfección. Él diseñó un programa que era una auténtica obra de ingeniería del entretenimiento, y sabía que cualquier filtración podría arruinar la experiencia, por lo que Mayra Gómez fue la ejecutora perfecta de la filosofía de secretismo de su director. Chicho no solo la eligió por su telegenia y su increíble capacidad de improvisación, sino por su lealtad al espectáculo.
Trabajar bajo la batuta de Chicho era someterse a una disciplina casi militar donde nada se dejaba al azar, pese a lo que pudiera parecer en pantalla. Los nervios y la presión eran constantes, y en ese ambiente de máxima exigencia, la discreción era un valor incalculable que la presentadora cubana tuvo que gestionar con una profesionalidad impecable. El «hasta aquí puedo leer» de Mayra Gómez era también un mensaje para el propio equipo: lo que pasa en el plató, se queda en el plató.
MÁS ALLÁ DE LAS CÁMARAS: LO QUE NUNCA SE VIO DEL CONCURSO
Pocos espectadores eran conscientes de la monumental complejidad que implicaba cada grabación del ‘Un, dos, tres…’. El programa combinaba partes en riguroso directo, como las actuaciones y la subasta, con otras grabadas, como los números cómicos, y Mayra Gómez era el nexo que unía ese puzle con una naturalidad asombrosa. Su frase fetiche servía de cortafuegos para evitar que el público se preguntara cómo era posible semejante despliegue de medios, artistas y cambios de ritmo sin un solo fallo visible.
El misterio envolvía cada rincón del formato, desde la elección de los regalos de la subasta hasta el funcionamiento interno de las eliminatorias. La leyenda de la televisión, Mayra Gómez, era la guardiana de todos esos pequeños detalles que, de haberse conocido, habrían restado emoción al resultado, pues los secretos del programa incluían desde trucos de cámara hasta decisiones de última hora. Protegerlos era esencial para que la audiencia viviera cada segundo con la máxima intensidad, creyendo que todo podía pasar.
LAS GUARDIANAS DEL MISTERIO: EL ROL DE LAS AZAFATAS
Este código de silencio no era exclusivo de la presentadora; se extendía a todo el elenco, y muy especialmente a las famosas azafatas. Ellas eran mucho más que rostros bonitos; eran cómplices y piezas clave del engranaje, conocedoras de todos los secretos, y por eso Mayra Gómez lideraba un equipo que compartía su misma discreción y compromiso. Las azafatas sabían qué premios se escondían, conocían las coreografías al dedillo y, aun así, su profesionalidad garantizaba que nada trascendiera.
La relación entre ellas y la presentadora iba más allá de lo profesional, forjando un vínculo de confianza mutua que resultaba vital. En un entorno tan expuesto y con tanta presión mediática, aquella piña era un seguro de vida para el programa, ya que la lealtad de las azafatas fue fundamental para mantener intacta la magia del concurso. Todas, sin excepción, entendieron que el éxito del ‘Un, dos, tres…’ dependía de que el espectador nunca supiera más de lo estrictamente necesario.
EL LEGADO DE UN SILENCIO QUE HIZO HISTORIA
En la era actual de la sobreexposición, donde los programas desvelan sus entresijos en redes sociales para generar expectación, la estrategia del ‘Un, dos, tres…’ parece casi contracultural. Aquel secretismo, lejos de alejar al público, lo fidelizaba, porque el respeto por la magia del formato es algo que Mayra Gómez defendió hasta el final. Esa es una de las grandes lecciones que nos dejó una forma de hacer televisión que hoy parece irrepetible y que echamos de menos.
El «¡Y hasta aquí puedo leer!» se ha convertido en una expresión popular que trasciende la pantalla, un eco de una época dorada de la televisión. Representa la nostalgia de un tiempo en el que nos dejábamos sorprender, confiando ciegamente en quien estaba al otro lado, porque la figura de Mayra Gómez representa una televisión que cuidaba al espectador como a un tesoro. Su pacto de silencio no fue solo una estrategia de guion, sino el mayor acto de amor por el espectáculo que se recuerda.