El «Síndrome de la Guerra del Golfo» en España: los veteranos que volvieron de Irak con una enfermedad mortal que el Gobierno negó

Un enemigo invisible que atacó a los soldados españoles mucho después de que callaran las armas. El muro de silencio oficial que dejó a cientos de veteranos luchando solos por sus vidas.

La Guerra del Golfo de 1991 parece un eco lejano en la memoria colectiva de España, una operación internacional en la que la participación nacional fue discreta y, en apariencia, sin consecuencias. Sin embargo, mientras el país celebraba el éxito de la misión y el regreso de sus marineros, una extraña y mortal dolencia comenzó a manifestarse en los cuerpos de quienes sirvieron allí, un enemigo silencioso que nadie vio venir en el desierto iraquí. ¿Qué ocurrió realmente en aquellos buques y por qué sus historias fueron silenciadas?

Pocos recuerdan que España envió a las fragatas «Numancia» y «Victoria», junto a varias corbetas, en apoyo a la coalición internacional. En aquellos barcos viajaban cientos de jóvenes que cumplían con su deber, pero muchos de ellos, al volver a casa, descubrieron que el verdadero peligro no estaba en los misiles enemigos; una condena médica que el Estado se negaría a reconocer durante décadas. Su lucha no había hecho más que empezar, lejos ya del conflicto en el Golfo Pérsico, en una batalla solitaria y desesperada por sus propias vidas.

UN ENEMIGO INVISIBLE EN LA SANGRE

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Todo empezó con un cansancio que no se iba, dolores articulares que ningún analgésico calmaba y problemas de memoria que alertaron a las familias. Al principio, los médicos no encontraban explicación para sus dolencias, una serie de síntomas que desembocaron en diagnósticos devastadores como la leucemia y otros tipos de cáncer. Para muchos de los veteranos de la operación Tormenta del Desierto, el diagnóstico llegó demasiado tarde, cuando la enfermedad ya se había apoderado de sus cuerpos de forma irreversible y sin que nadie conectara los puntos.

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Las historias personales son un calco desolador de un patrón que se repetía sin cesar entre los tripulantes de aquellos barcos. Los hombres fuertes y sanos que partieron a la misión se consumían en camas de hospital, mientras las familias enteras vieron cómo sus héroes se marchitaban sin respuestas claras, mientras el fantasma de la primera contienda de Irak se instalaba en sus hogares para siempre. La incertidumbre era casi tan dolorosa como la propia enfermedad, una agonía lenta que desgastaba a pacientes y cuidadores por igual.

¿QUÉ RESPIRARON NUESTROS SOLDADOS EN IRAK?

La pregunta que atormenta a los afectados y a sus familias desde hace más de treinta años es qué causó su mal, qué agente tóxico penetró en sus organismos. La respuesta sigue envuelta en un velo de secretismo oficial, pero los indicios apuntan a un cóctel letal; una mezcla mortal de humo de pozos petrolíferos incendiados y la posible presencia de uranio empobrecido en la munición aliada. Aunque oficialmente se negó, aquella misión en Irak pudo ser una trampa tóxica.

Mientras las teorías y las sospechas se acumulaban, la versión oficial era el más absoluto de los silencios, una negativa rotunda a investigar. Los altos mandos negaban cualquier vínculo entre las enfermedades y el servicio en la Guerra del Golfo, atribuyendo los casos a la mala suerte o a patologías previas que casualmente se manifestaron al mismo tiempo. Esta postura dejó a los enfermos en un limbo administrativo y legal, negándoles no solo el reconocimiento, sino también la ayuda que necesitaban desesperadamente para combatir sus dolencias.

EL MURO DE SILENCIO: «ESTÁS LOCO, ESO NO EXISTE»

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Para los veteranos, el regreso a casa fue el inicio de otra guerra, esta vez contra la burocracia y la indiferencia de sus propios mandos. Se enfrentaron a un sistema que no solo les negaba las pruebas médicas adecuadas para detectar posibles contaminantes, sino que a menudo insinuaba que sus padecimientos eran de origen psicológico o, directamente, inventados. Estás somatizando», les decían a hombres que veían cómo su salud se desvanecía, un desprecio que añadía una carga de humillación al sufrimiento físico de los militares desplegados en el Golfo.

La lucha por una pensión o el simple reconocimiento de su enfermedad como acto de servicio se convirtió en un laberinto kafkiano de informes y recursos. Muchos murieron esperando una respuesta que nunca llegó del todo, un abandono institucional que se convirtió en la herida más profunda tras la Guerra del Golfo. Sus viudas e hijos heredaron esa batalla legal, un combate por la dignidad y la memoria de quienes lo dieron todo y a cambio recibieron el más doloroso de los olvidos.

LA GUERRA QUE SE SIGUE LIBRANDO EN LOS TRIBUNALES

A pesar del hermetismo oficial y la falta de apoyo, algunas familias no se rindieron y decidieron llevar su causa ante la justicia, buscando la verdad que se les negaba. Tras años de litigios y gracias a la tenacidad de abogados y asociaciones, algunas sentencias pioneras consiguieron que la justicia, mucho tiempo después, reconociera el nexo causal entre el servicio y la enfermedad, una victoria pírrica que sentó un precedente fundamental para otros afectados por la Guerra del Golfo. Cada caso ganado era una grieta en el muro de silencio.

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Las asociaciones de veteranos han sido el único salvavidas y altavoz para muchos de los afectados, ofreciendo apoyo mutuo y asesoramiento legal. Siguen luchando incansablemente para que se reabran casos archivados y se investigue a fondo lo que realmente ocurrió en aquella misión, una demanda de verdad y reparación por la exposición a tóxicos en aquel conflicto que nadie quiso admitir. La batalla continúa, porque aunque las armas callaron hace décadas, la justicia para los olvidados de la Guerra del Golfo sigue siendo una cuenta pendiente.

EL LEGADO OLVIDADO DE LA PRIMERA GUERRA DEL GOLFO

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El tiempo ha pasado inexorablemente, pero las cicatrices físicas y emocionales de la Guerra del Golfo permanecen abiertas para cientos de familias en España. La historia de estos veteranos españoles es un recordatorio sombrío y poderoso de los costes ocultos de los conflictos bélicos, aquellas consecuencias devastadoras que no aparecen en los desfiles militares ni en los libros de historia oficiales. Son los rostros anónimos de un drama que se ha vivido en silencio, lejos de los focos y del reconocimiento público que merecían.

Su batalla silenciosa, librada en hospitales y juzgados, resuena hoy como una advertencia crucial sobre la responsabilidad ineludible de un Estado para con sus soldados. El síndrome de la Guerra del Golfo dejó una lección amarga sobre la fragilidad de la memoria colectiva y el precio de la indiferencia, una herida que, para muchos, aún no ha cicatrizado en la España democrática. Porque la guerra, para ellos y para sus seres queridos, nunca terminó del todo en aquel lejano desierto.

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