Daniel Prieto (44), psicólogo: «La ‘niebla mental’ que sientes por la mañana no es cansancio, es la primera señal de que tu dieta está inflamando tu cerebro»

El psicólogo Daniel Prieto advierte que el azúcar y los ultraprocesados son los principales culpables de esta sensación. Combatir el cerebro empanado implica reducir alimentos inflamatorios y potenciar una dieta rica en nutrientes esenciales.

Esa niebla mental que te asalta al despertar, esa sensación de que tu cerebro va con retraso, tiene un origen que pocos sospechan. No eres el único que lo sufre, y según el psicólogo Daniel Prieto, la causa podría estar en tu tostada y no en tu almohada. ¿Y si esa confusión matutina no fuera por dormir mal, sino por algo que hiciste anoche en la cena? La respuesta podría cambiar por completo cómo enfocas tu alimentación.

Esta sensación de mente abotargada tiene poco que ver con las horas de sueño, o al menos no como creíamos hasta ahora. Prieto, con 44 años, insiste en que no es fatiga convencional, sino que es la primera señal de que tu dieta está inflamando tu cerebro. Su advertencia es rotunda y apunta directamente a lo que ponemos en el plato como el interruptor que enciende o apaga nuestra claridad mental cada mañana.

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Seguro que has notado que, tras una comida copiosa o rica en azúcares, tu capacidad para concentrarte se desploma. Este fenómeno, conocido como neuroinflamación, es una respuesta defensiva que se vuelve crónica, y aquí tu desayuno puede ser el principal culpable de esa falta de chispa. No se trata de un fallo de tu memoria, sino de una reacción bioquímica que te impide pensar con claridad y agilidad.

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El psicólogo lo deja claro al afirmar que esa niebla mental matutina no es el cansancio que todos conocemos. De hecho, se trata de un aviso que nos lanza el propio organismo sobre lo que comemos. Como subraya Prieto, ignorar esta señal es como quitar la pila al detector de humos solo porque el ruido nos molesta; el problema, el verdadero fuego, sigue creciendo en silencio en nuestro interior y afectando a nuestro cerebro embotado.

EL AZÚCAR, ESE LADRÓN SILENCIOSO DE TU CLARIDAD

Cuando hablamos de alimentos que nos provocan esta molesta niebla mental, el azúcar refinado se lleva la medalla de oro como el principal saboteador. Fuente: Freepik
Cuando hablamos de alimentos que nos provocan esta molesta niebla mental, el azúcar refinado se lleva la medalla de oro como el principal saboteador. Fuente: Freepik

Su impacto va más allá de las calorías, afectando directamente a nuestra capacidad cognitiva de maneras que apenas empezamos a comprender. Un pico de glucosa seguido de una caída brusca deja a tu cerebro sin su combustible estable, y es en ese momento cuando la dificultad para concentrarse y la apatía se apoderan de tu voluntad. Daniel Prieto insiste en que esta es una de las manifestaciones más evidentes de cómo la dieta inflama el cerebro.

No es casualidad que después de un desayuno cargado de bollería industrial o cereales azucarados te sientas espeso y lento. Ese letargo no es pereza, sino la consecuencia directa de una mala elección nutricional, ya que tu cerebro está lidiando con una inflamación que le impide funcionar a pleno rendimiento. Es el peaje que pagamos por un placer momentáneo, una factura que afecta directamente a nuestra agudeza mental durante horas.

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¿Quién no ha ido a la cocina para volver al salón sin saber qué iba a buscar? Estos pequeños lapsus, que a menudo achacamos al estrés o al cansancio, pueden ser síntomas de esa misma neuroinflamación. Tal como explica el psicólogo Daniel Prieto, perder el hilo de una conversación o no recordar un nombre son señales de alerta. No es un problema de edad, sino de bioquímica cerebral alterada por la alimentación.

Cuando esta situación se cronifica, la sensación de estar en una nube se convierte en el estado habitual. La advertencia del especialista es clara: esa niebla mental que normalizamos es la antesala de problemas mayores, pues la memoria a corto plazo es una de las primeras víctimas de una dieta proinflamatoria. Olvidar dónde has aparcado el coche deja de ser una anécdota para convertirse en un patrón preocupante que nace en tu plato.

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Para combatir la niebla mental es fundamental identificar a los culpables que se esconden en nuestra despensa y que actúan como gasolina para la inflamación cerebral. Fuente: Freepik
Para combatir la niebla mental es fundamental identificar a los culpables que se esconden en nuestra despensa y que actúan como gasolina para la inflamación cerebral. Fuente: Freepik

Aunque el azúcar es el villano principal, no está solo en esta historia. Las harinas refinadas, las grasas trans presentes en la comida rápida y los alimentos ultraprocesados actúan como un cóctel incendiario. Daniel Prieto señala que muchos productos «light» o «saludables» están cargados de aditivos que alteran nuestro equilibrio interno. Aprender a leer las etiquetas es el primer paso para recuperar el control de nuestra lucidez.

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El impacto de estos ingredientes es acumulativo y silencioso, minando poco a poco nuestra capacidad cognitiva. Lo que comemos hoy determinará cómo pensaremos mañana, y es que reducir estos componentes es más efectivo que cualquier suplemento para la memoria. La tesis de Prieto es contundente: antes de buscar soluciones en la farmacia, hay que buscarlas en el mercado, eligiendo comida real que nutra nuestro cerebro.

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La estrategia no pasa por dietas restrictivas y complejas, sino por volver a lo básico: alimentos frescos y antiinflamatorios. Pescados ricos en omega-3, frutos rojos cargados de antioxidantes, verduras de hoja verde y grasas saludables como el aguacate son nuestros mejores aliados. Según Prieto, incorporar estos alimentos protege nuestras neuronas y mejora la comunicación entre ellas. El cambio se nota en pocos días.

El objetivo final es apagar ese «fuego» interno para que nuestro cerebro pueda volver a brillar. Recuperar esa agilidad perdida es posible si escuchamos las señales que nos envía el cuerpo. Quizás esa niebla mental no sea una condena, sino la mejor brújula para reencontrar el camino hacia una mente despejada y vibrante, empezando por el próximo bocado que nos llevemos a la boca.

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