Guardar los huevos en la nevera es un gesto tan automático que casi nadie se para a pensar en cómo lo hace. Sin embargo, en esa acción cotidiana se esconde un riesgo que muchos desconocen, tal y como advierte el inspector de Sanidad Luis Gascón, quien afirma que la gran mayoría de la población española comete un error que puede comprometer la seguridad alimentaria. Ese pequeño fallo, repetido día tras día, podría estar abriendo la puerta a problemas que nadie quiere en su cocina, afectando a este alimento tan versátil.
Ese lugar que el propio frigorífico nos reserva en la puerta parece la opción más lógica, pero esconde una trampa. ¿Y si te dijeran que esa huevera es el peor sitio posible para este producto tan básico? El aviso de Luis Gascón es rotundo y se basa en un principio físico muy simple que a menudo pasamos por alto, y es que los continuos cambios de temperatura de la puerta afectan negativamente a la cáscara del huevo, convirtiendo un gesto de protección en una auténtica invitación al peligro.
¿EL GESTO INOCENTE QUE PONE EN RIESGO TU COCINA?
Cada vez que abrimos la nevera, la puerta es la zona que sufre la mayor y más brusca variación de temperatura. Este vaivén térmico, como bien señala Gascón, es el enemigo silencioso de un producto avícola que necesita estabilidad, ya que la puerta es el punto más caliente y con más oscilaciones térmicas de todo el electrodoméstico. Imagina el impacto de ese cambio repetido varias veces al día sobre una estructura tan porosa y delicada como la cáscara.
Este constante baile de grados provoca una degradación invisible pero constante en la barrera protectora natural del alimento. Ese escudo, llamado cutícula, es la primera línea de defensa contra las bacterias del exterior. El inspector insiste en que el error es fatal porque, sin darnos cuenta, debilitamos la protección natural del huevo al someterlo a un estrés térmico innecesario, una situación que se evita fácilmente buscando una nueva ubicación para este alimento fresco.
EL ENEMIGO INVISIBLE: POR QUÉ LA PUERTA ES TERRITORIO PROHIBIDO

El principal problema de estas oscilaciones de temperatura es la condensación que se forma en la cáscara. Esas minúsculas gotas de agua, ese «sudor» que aparece en la superficie, son el vehículo perfecto para los microorganismos. Lo que parece inofensivo es en realidad una autopista para las bacterias, ya que la humedad en la cáscara puede arrastrar patógenos del exterior hacia el interior a través de sus poros, contaminando así un alimento de gallina que en principio era totalmente seguro.
Y aquí es donde entra en juego el patógeno más temido: la salmonela. Esta bacteria, si está presente, se encuentra en la superficie de la cáscara, no en la yema o la clara. El aviso de Gascón sobre guardar los huevos en la puerta cobra todo su sentido aquí, puesto que la salmonela encuentra en esa humedad el ambiente ideal para proliferar y aumentar el riesgo de infección, convirtiendo este manjar en una potencial fuente de problemas gastrointestinales serios.
EL TRONO DE LOS HUEVOS: EL LUGAR PERFECTO SÍ EXISTE
Entonces, ¿cuál es el lugar correcto? La respuesta es más sencilla de lo que parece: en el interior de la nevera. Los expertos como Luis Gascón recomiendan de forma unánime situarlos en las baldas centrales o superiores, donde el frío es constante. Al estar alejados de la puerta, las baldas interiores garantizan la temperatura estable y fría que los huevos necesitan para su correcta conservación, manteniéndolos seguros y frescos durante mucho más tiempo y protegiendo este producto esencial.
Además, hay otro consejo de oro: mantenerlos siempre en su envase original. El cartón no es un simple embalaje de transporte; es una barrera protectora adicional contra golpes, olores de otros alimentos y, sobre todo, la contaminación. Por ello, el propio estuche de cartón los aísla de olores y evita la contaminación cruzada con otros alimentos, una recomendación clave de seguridad alimentaria para un oro líquido tan valioso en nuestra dieta.
MITOS Y VERDADES: ¿LAVARLOS O NO LAVARLOS ANTES DE GUARDAR?

Una de las dudas más extendidas es si se deben lavar los huevos antes de meterlos en la nevera, sobre todo si vienen con alguna mancha. La respuesta de Sanidad es un no rotundo. Al lavarlos, eliminamos esa cutícula protectora de la que hablábamos, dejando la cáscara porosa y expuesta. Tal y como insisten inspectores como Gascón, lavar la cáscara destruye su película protectora natural y abre la puerta a las bacterias, siendo contraproducente para la seguridad de este producto de primera necesidad.
Otra pregunta frecuente es por qué en el supermercado están a temperatura ambiente y en casa debemos refrigerarlos. Se debe a la cadena de frío. Una vez que un huevo se refrigera, debe mantenerse frío. Si se rompe esa cadena, volverá a producirse la peligrosa condensación. Por tanto, romper la cadena de frío al llevarlos a casa es precisamente lo que activa el riesgo de condensación y bacterias, afectando a este alimento tan común.
DEL SUPERMERCADO AL PLATO: EL MANUAL DE SUPERVIVENCIA
Más allá de la fecha de consumo preferente, existe un truco infalible para comprobar la frescura en casa: la prueba del agua. Basta con sumergir el huevo en un vaso con agua. La advertencia de Luis Gascón sobre el almacenamiento correcto busca preservar la calidad original, pero este test nos da la última palabra, ya que un huevo que flota indica que ha entrado aire en su interior y ha perdido frescura de forma significativa, por lo que es mejor desechar ese producto tan delicado.
Al final, cuidar de algo tan básico como los huevos es un reflejo del cuidado que ponemos en nuestra alimentación. Un gesto tan simple como elegir una balda interior en lugar de la puerta no solo protege nuestra salud, sino que garantiza que la textura y el sabor de este producto tan nutritivo lleguen intactos al plato. Porque una tortilla perfecta o unos huevos fritos memorables empiezan mucho antes de encender el fuego, con un pequeño gesto de inteligencia en la cocina.