La verdadera razón por la que el ‘Un, dos, tres’ nunca podría hacerse hoy: sus polémicas y secretos destapados incendiarían Twitter en minutos

El Un, dos, tres es un recuerdo imborrable para millones de españoles, pero ¿y si te dijera que su fórmula esconde secretos que hoy serían imposibles de emitir? Aquel programa de Chicho Ibáñez Serrador nos reunía frente al televisor cada semana, pero su aparente inocencia ocultaba prácticas y bromas que provocarían un escándalo inmediato en la sociedad actual. La nostalgia es poderosa, pero un análisis con la perspectiva del siglo XXI revela una cara B que muy pocos vieron entonces.

Aquella sintonía nos transporta a una época que muchos consideran más simple, pero la idealización a menudo borra los detalles más incómodos del pasado. Recordamos las risas y los premios de aquel mítico show televisivo, sin ser conscientes de que detrás de las cámaras existía una tensión y un control férreo que la audiencia nunca percibió por completo. Esas dinámicas, expuestas hoy, incendiarían las redes sociales y generarían un debate viral en cuestión de segundos.

¿SOLO OBJETOS DECORATIVOS? LAS AZAFATAS EN EL PUNTO DE MIRA

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Fueron el rostro amable del concurso y un icono para toda una generación, pero el papel de las azafatas en el Un, dos, tres hoy estaría en el centro de la polémica. Más allá de su simpatía y sus coreografías, su rol estaba encorsetado en un estereotipo de belleza y simpatía servicial que hoy sería duramente criticado por perpetuar una imagen superficial. El icónico formato las convirtió en estrellas, pero también en un símbolo de una televisión ya superada.

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La elección de las secretarias no era en absoluto casual, sino que respondía a un canon muy definido por la dirección del legendario programa. Se buscaban perfiles muy concretos, y aunque su talento era innegable, se priorizaba un ideal físico que fomentaba la cosificación de la mujer, algo impensable en la producción televisiva actual. Aquellos uniformes y bailes, vistos con los ojos de hoy, representan una era en la que el entretenimiento normalizaba ciertos clichés de género.

EL HUMOR QUE HOY NOS HARÍA LLEVARNOS LAS MANOS A LA CABEZA

La parte de la subasta era un hervidero de talento cómico que lanzó a la fama a humoristas inolvidables, pero no todo eran risas inofensivas en el Un, dos, tres. Si analizamos los guiones de cómicos como Arévalo o Fedra Lorenza, muchos de sus chistes se basaban en estereotipos regionales, de género o sobre minorías que hoy serían calificados de ofensivos e inadmisibles. El famoso concurso reflejaba una sociedad con unos límites del humor muy diferentes a los actuales.

¿Recuerdas los chistes de «gangosos y mariquitas»? Aquello que nos parecía gracioso en aquel espacio familiar hoy provocaría la cancelación inmediata de cualquier programa. La evolución social ha sido tan profunda que ese tipo de comedia ha sido repudiado por una gran parte de la sociedad que exige un entretenimiento más inclusivo y respetuoso. El humor del Un, dos, tres es, sin duda, una de las grandes razones por las que su regreso sería inviable.

LA TENSIÓN DETRÁS DE LA SONRISA: ASÍ SE TRATABA A LOS CONCURSANTES

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Los concursantes llegaban al plató del Un, dos, tres con una mezcla de ilusión y pánico escénico, especialmente durante la ronda de preguntas. La presión era enorme, pero la audiencia no era consciente de todo lo que ocurría cuando se apagaban los focos, ya que Chicho Ibáñez Serrador era conocido por su perfeccionismo casi tiránico, creando un ambiente de máxima exigencia que a menudo superaba a los participantes. El show de la calabaza era una máquina de generar tensión.

La famosa frase «hasta aquí puedo leer» de Mayra Gómez Kemp no era solo parte del guion, sino una metáfora del control que se ejercía. Detrás de la naturalidad que transmitía el popular programa, existían sospechas de que las preguntas y el ritmo del juego se modulaban para generar más espectáculo, rozando la manipulación emocional de los concursantes. Esa delgada línea entre el show y la realidad hoy sería objeto de un escrutinio mediático implacable que no existiría en el Un, dos, tres.

LO QUE NUNCA VIMOS: EL FÉRREO CONTROL DE CHICHO IBÁÑEZ SERRADOR

Nada en el Un, dos, tres era fruto del azar; cada silencio, cada gesto y cada plano estaba milimétricamente calculado por su creador. La figura de Chicho Ibáñez Serrador era la de un genio indiscutible, pero también la de un director con un poder absoluto, pues ejercía un control total sobre cada detalle, desde el guion hasta el movimiento de las cámaras, sin dejar apenas margen a la improvisación. El plató del concurso era su lienzo y él era el único pintor.

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Se ha hablado mucho de su genio creativo, pero bastante menos de su faceta como censor dentro de su propio formato en TVE. La historia del Un, dos, tres está llena de anécdotas sobre su carácter, pero también de decisiones editoriales tajantes, ya que cualquier comentario o chiste que se saliera de la línea que él marcaba era eliminado sin contemplaciones. Su control garantizaba la calidad, pero también imponía una visión única e incuestionable del espectáculo.

DE LOS APARTAMENTOS EN TORREVIEJA A LOS SECRETOS ECONÓMICOS

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El apartamento en Torrevieja era el sueño de toda una generación que veía el Un, dos, tres cada viernes por la noche, un premio que simbolizaba el éxito. Sin embargo, más allá de los coches y los viajes, el mítico concurso fue un pionero en fórmulas comerciales que hoy se mirarían con lupa, pues el programa fue pionero en el emplazamiento de producto de una forma muy visible que actualmente sería analizada por las autoridades de competencia y consumo.

El final del Un, dos, tres no fue solo el adiós a un programa, sino a una forma de entender y hacer televisión que ya no tiene cabida. El legado del formato es innegable y forma parte de nuestra cultura popular, pero su regreso es una utopía. La nostalgia nos hace sonreír al recordarlo, pero un análisis crítico nos obliga a reconocer que la fórmula del Un, dos, tres, con sus luces y sus muchas sombras, pertenece a un tiempo que, para bien o para mal, ya pasó.

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