El cortisol, conocido popularmente como la “hormona del estrés”, se ha convertido en un tema de conversación habitual en el ámbito de la salud y el bienestar. Producido por las glándulas suprarrenales, situadas sobre los riñones, su función es esencial: ayuda al organismo a reaccionar ante situaciones de tensión o peligro. Sin embargo, cuando su presencia en sangre se mantiene elevada por periodos prolongados, las consecuencias pueden ser mucho más serias de lo que parece. En España, donde el estrés afecta a más de la mitad de la población, comprender el papel del cortisol se ha vuelto una necesidad más que una curiosidad médica.
El fisioterapeuta Jesús Serrano, conocido por su enfoque integral del cuerpo y la mente, ha abordado este tema en el podcast ‘Comiendo con María’. En su intervención, habló sobre cómo los malos hábitos y la vida acelerada pueden disparar los niveles de cortisol, provocando lo que él denomina “estrés malo”, un tipo de tensión que enferma silenciosamente al organismo. Serrano asegura que este exceso hormonal puede manifestarse en síntomas físicos tan variados como el bruxismo, los temblores o los dolores inexplicables que muchas veces no encuentran respuesta en las pruebas médicas.
1Cuando el cortisol se convierte en un enemigo silencioso

El cortisol, aunque indispensable para la supervivencia, puede transformarse en un problema cuando su producción se mantiene crónicamente alta. En teoría, su función es preparar al cuerpo para reaccionar ante una amenaza, aumentando la energía y la concentración. Pero en la práctica, el ritmo de vida actual, la falta de descanso y las preocupaciones constantes hacen que muchas personas vivan en un estado de alerta permanente. Según un informe del Grupo AXA, el 59% de los españoles reconoce sentirse estresado de forma habitual, una cifra que explica el auge de trastornos vinculados al exceso de esta hormona.
Jesús Serrano explica que el cuerpo empieza a somatizar ese exceso de cortisol: “Hay gente que tiene dolor de espalda, bruxismo o molestias extrañas, se hacen pruebas y no encuentran nada. Pero el dolor es real”, afirma. En estos casos, el problema no está en los músculos, sino en la mente. Por eso, recomienda un abordaje multidisciplinar, donde la fisioterapia y la psicología trabajen juntas para aliviar tanto la tensión física como la emocional.