En los años noventa, TVE apostaba por una programación infantil más dinámica y atrevida que la tradición lo permitía. Leticia Sabater llegó a la televisión pública en 1995 para revolucionar el formato con «Con mucha marcha», un contenedor híbrido que mezclaba dibujos animados, sketches musicales, ejercicios de aerobic y recetas de cocina. Durante su emisión por La 2, el programa se convirtió en viral generacional, atrayendo tanto a niños como a adultos que se sentían cautivados por su energía descontrolada y su humor deliberadamente provocador. Los directivos de TVE creyeron haber encontrado el antídoto perfecto contra la competencia de Telecinco, pero poco sabían que estaban creando un fenómeno que pronto los pondría en una incómoda encrucijada.
Los problemas con los directivos comenzaron casi desde el primer episodio cuando Sabater pronunció frases que sonaban inocentes para los niños pero que generaban incomodidad en los despachos de Prado del Rey. Una anécdota particularmente ilustrativa fue cuando declaró «Me quiero comer una salchicha, pero no penséis mal, ¿eh?» durante sus clases de gimnasia matutinas.
Los menores no entendieron la intención implícita, pero los padres sí, desatando quejas formales de sectores conservadores que consideraban el contenido de la presentadora excesivamente sexualizado para una franja de protección infantil. TVE se encontró bajo presión de organizaciones familiares que argumentaban que el programa normalizaba dobles sentidos inapropiados. Las críticas se intensificaron cuando la prensa comenzó a reportar sobre el «histrionismo» de Sabater y su inclinación por movimientos corporales que rozaban lo provocativo, un estilo que contrastaba violentamente con la aproximación paternalista tradicional de la cadena.
EL ENTORNO TELEVISIVO DE LOS AÑOS NOVENTA EN TVE
La televisión española entraba en una batalla despiadada por la audiencia infantil a mediados de los noventa. Telecinco dominaba el horario protegido con programas ágiles y modernos que atraían a millones de pequeños espectadores, dejando a TVE en una posición defensiva incómoda. La estrategia de la cadena pública fue arriesgar con formatos novedosos que pudieran competir directamente contra sus rivales privados. «Con mucha marcha» representaba exactamente eso: una apuesta valiente que combinaba animación extranjera con contenido original español, todo envuelto en la personalidad magnética y desinhibida de una presentadora que no tenía límites.
Sin embargo, esta misma desinhibición que la hacía atractiva para los espectadores era precisamente lo que generaba rechazo institucional en TVE. Los directivos se encontraban atrapados entre dos realidades incompatibles: mantener los altos índices de audiencia que Sabater proporcionaba o ceder a las presiones de los grupos conservadores que demandaban una televisión pública más «decente» y acorde con los valores tradicionales. El programa se emitía en dos turnos diarios, por la mañana y al mediodía, multiplicando la exposición de Sabater y, con ella, las oportunidades de que sus frases candentes generaran controversia.
LAS POLÉMICAS QUE NO DEJABAN DORMIR A PRADO DEL REY
Las quejas específicas contra Leticia Sabater acumulaban un expediente administrativo que los directivos no podían ignorar indefinidamente. Las organizaciones familiares cristianas presentaron demandas formales argumentando que el contenido violaba los códigos de autorregulación de la televisión pública respecto a la protección de menores. Cada sketch donde Sabater se burlaba de la autoridad, cada giro de cadera que marcaba sus ejercicios de aerobic, cada doble sentido sexual pronunciado con su característica falta de disimulo, generaba nuevas cartas de protesta. TVE recibía decenas de escritos semanales que documentaban presuntos incumplimientos del espíritu educativo que se suponía debía tener la programación infantil.
Los padres y educadores también expresaron sus preocupaciones públicamente en prensa y en programas de debate. Argumentaban que Sabater no era un referente adecuado para los niños, que su aproximación a la educación física trivializaba el deporte, y que sus bromas de carácter sexual normalizaban conceptos inapropiados para menores de edad. La Conferencia Episcopal intervino en varias ocasiones expresando que ciertos contenidos atentaban contra valores fundamentales. TVE se vio obligada a defender públicamente el programa frente a critics persistentes que amenazaban con campañas mediáticas si la cadena no tomaba medidas correctivas. Los directivos comenzaron a comprender que mantener a Sabater en la parrilla se estaba convirtiendo en un costo político y reputacional demasiado elevado.
LA COMPETENCIA INTERNA Y LAS DINÁMICAS DE PODER
Dentro de la propia organización de TVE, las opiniones sobre Leticia Sabater estaban profundamente divididas. Algunos productores y ejecutivos de programación defendían apasionadamente el formato, citando los números de audiencia que competían perfectamente con la competencia privada. Argumentaban que la modernidad de la televisión requería flexibilidad de contenidos y que Sabater era precisamente esa ventana de aire fresco que TVE necesitaba para relevancia cultural. Sin embargo, otros sectores de la cadena, especialmente los vinculados a la tradición pública europea de educación cívica, consideraban que Sabater representaba exactamente aquello que TVE no debería ser: superficial, sexualizado, y conceptualmente vacío.
Los ejecutivos de programación infantil enfrentaban una presión sin precedentes que provenía tanto de arriba como de los sectores conservadores de la sociedad. La cúpula directiva de TVE, respondiendo a presiones políticas y sociales, comenzó a trasmitir mensajes velados de que el futuro de «Con mucha marcha» dependía de cambios significativos en la aproximación de Sabater. Se le pidió que moderara su comportamiento, que controlara sus comentarios, que visitiera de manera menos provocativa, pero la presentadora probablemente comprendía que anular su esencia significaría anular también su valor televisivo. Así pues, el conflicto era fundamentalmente irreconciliable: TVE quería a Sabater sin Sabater, es decir, querían su atracción sin su transgresión.
LA ESTRATEGIA DE REEMPLAZO Y EL FINAL ANUNCIADO
En 1999, TVE anunció una restructuración radical de su programación infantil que, aunque no mencionaba directamente a Leticia Sabater, claramente respondía a la necesidad de «resolver el problema Sabater» de manera políticamente aceptable. La cadena desarrolló un nuevo contenedor llamado TPH Club que comenzaría en septiembre de 1999, precisamente cuando terminaba la emisión de «Con mucha marcha». TPH Club sería dirigido por Antoni D’Ocon y representaría una aproximación completamente distinta a la programación infantil: con personajes animados, un tono menos provocador, y una estructura más tradicional dentro del panorama europeo de televisión pública. La sustitución no fue accidental sino estratégica: reemplazando a Sabater con una fórmula más conservadora que satisficiera a los críticos.
Los directivos de TVE frames el cambio como una evolución natural de la parrilla, una renovación por ciclo agotado, como querían presentarlo públicamente. Pero la cronología y las pruebas documentales sugieren una verdad diferente: que la cancelación de «Con mucha marcha» fue una decisión eminentemente política, motivada por presiones externas y conflictos internos irresolubles. La biografía profesional de Leticia Sabater refleja esta conclusión: tras seis años alejada de la televisión, reaparece en 2004 con «Merienda con Leticia», otro programa infantil, pero esta vez en una pequeña cadena local de Madrid donde el alcance y la visibilidad eran radicalmente menores. Esto no fue una ausencia voluntaria sino un exilio televisivo disfrazado de cambio de ciclo.
EL LEGADO PROBLEMÁTICO DE LETICIA SABATER EN TVE
Leticia Sabater se convirtió en un símbolo involuntario del conflicto permanente entre la modernidad televisiva y los valores conservadores de ciertos sectores de la audiencia. Su estilo desafiante prefiguraba debates que hoy la televisión lidia constantemente: ¿qué es apropiado para la programación infantil? ¿Dónde está el límite entre entretenimiento provocador y contenido irresponsable? ¿Debería la televisión pública responder únicamente a demandas conservadoras o también explorar nuevas formas de dirigirse a los niños?
A diferencia de «La Bola de Cristal», el programa de Leticia Sabater no tenía un propósito contracultural deliberado ni un mensaje político oculto bajo su estética rompedora. Era simplemente una presentadora desinhibida haciendo lo que creía correcto, y eso resultó siendo demasiado para una institución pública tan sensible a las presiones.
El final de «Con mucha marcha» marcó un retroceso en TVE que perduraría durante años. Tras el éxito moderado de TPH Club, la cadena nunca volvería a arriesgar con formatos tan atrevidos en horario infantil, consolidando una aproximación cada vez más conservadora y menos innovadora. TVE perdió así una oportunidad de liderar la modernización de la televisión infantil española, y en su lugar optó por la seguridad institucional. Leticia Sabater, por su parte, reaparece décadas después como figura de culto, generalmente objeto de humor y reinterpretación nostálgica en redes sociales, recuperando una relevancia cultural que la institución le arrebató en 1999 cuando decidió que su estilo era demasiado atrevido.
LA VERDADERA RAZÓN: INCOMPATIBILIDAD ESTRUCTURAL
El análisis histórico demuestra que la cancelación de «Con mucha marcha» no fue resultado de una decisión ejecutiva lógica sino del choque irreconciliable entre dos concepciones incompatibles de lo que debe ser la televisión pública española. TVE necesitaba audiencia moderna pero no estaba dispuesta a aceptar el precio de esa modernidad, que era exactamente lo que Leticia Sabater representaba. Los directivos esperaban que una presentadora simplemente desapareciera su transgresión bajo presión, cuando la esencia misma de su valor televisivo era precisamente esa transgresión. No se trataba de que Sabater fuera inapropiada para un público infantil específicamente, sino de que representaba un cuestionamiento tácito a la autoridad institucional que TVE como organización no podía tolerar.
El caso de Leticia Sabater en TVE ejemplifica la tensión permanente en la televisión pública: la necesidad de conectar con audiencias reales versus la obligación de satisfacer a grupos influyentes que definen la moralidad desde afuera del sistema. Cuando esa tensión se vuelve insostenible, la institución colapsa eligiendo la seguridad sobre la innovación, la tradición sobre el riesgo, y los presupuestos sobre el contenido. «Con mucha marcha» terminó no porque agotara su ciclo, sino porque TVE finalmente eligió aquietar su voz a cambio de paz institucional, decisión que la televisión pública española seguiría pagando durante décadas.









