El sudor es uno de los temas que más dudas genera cuando hablamos de ejercicio físico. Para muchos, terminar con la camiseta empapada es sinónimo de un entrenamiento bien hecho, mientras que, si no aparece, parece que la sesión no ha servido de nada. Esta percepción, que se repite en gimnasios y parques, tiene más de mito que de verdad, ya que en realidad no está relacionado de manera directa con la quema de grasa ni con la eficacia del entrenamiento.
El sudor cumple una función mucho más básica y vital: enfriar el cuerpo. Cuando hacemos ejercicio, los músculos generan calor y la temperatura interna sube rápidamente. En ese momento, las glándulas sudoríparas comienzan a liberar agua sobre la piel para que, al evaporarse, actúe como un sistema de aire acondicionado natural. De esta forma, se evita que el organismo alcance temperaturas peligrosas que podrían dañar órganos como el cerebro o el corazón.
2Factores que influyen en cuánto sudamos
El sudor también está condicionado por elementos que no tienen nada que ver con la calidad del entrenamiento. La genética, la edad, el sexo, la temperatura ambiente o incluso la humedad pueden hacer que dos personas suden de forma muy diferente realizando exactamente el mismo ejercicio. Hay quienes comienzan a sudar casi de inmediato y otros que apenas muestran humedad en la piel.
De hecho, los deportistas de élite suelen conocer muy bien su propio patrón de sudoración porque de ello depende su rendimiento. En disciplinas como la lucha libre, donde a veces necesitan perder peso rápidamente, el sudor se convierte en un recurso, aunque siempre con el riesgo de deshidratación si no hay una correcta reposición de líquidos y electrolitos. Esto demuestra que el sudor es una herramienta de adaptación, pero nunca un indicador de éxito deportivo.






