El futuro de la defensa y la seguridad nacional ya no se escribe en los hangares de aviones de combate tripulados ni en los cuarteles acorazados, sino en el diminuto y silencioso giro de las hélices de un dron de bajo coste y en las invisibles órbitas del espacio exterior. España, consciente a destiempo de esta transformación radical, se encuentra en un cruce de caminos crítico: abrazar con decisión la soberanía tecnológica o hundirse en una dependencia crónica que, en el contexto geopolítico actual, equivale a la condena. Esta encrucijada estratégica, que define la capacidad de la nación para persistir y protegerse, fue el tema central de un reciente debate en Madrid en el marco del I Encuentro de la Industria de Defensa Española, donde expertos del sector clamaron por un cambio de mentalidad que trascienda los planes quinquenales y se atreva a confiar en el talento nacional.
La alarma no es gratuita. El conflicto en Ucrania ha funcionado como un laboratorio brutal de la guerra moderna, demostrando que la disrupción tecnológica puede venir de la mano de sistemas aéreos no tripulados (SANT) adquiridos por apenas tres mil euros, capaces de anular la efectividad de un carro de combate Leopard, cuyo coste se dispara a varios millones. Es la asimetría en su máxima expresión, y en esta nueva partida, España parece ir a remolque.
El coronel de Infantería de Marina en excedencia, Jorge Alonso, hoy consultor en el sector, no dudó en señalar la causa de la inversión necesaria: «La situación geopolítica actual no es que infiera que debamos invertir en drones, sino en capacidades militares en general. Sin embargo, el imperativo tecnológico se impone: estos sistemas no tripulados están sustituyendo a determinadas capacidades militares de manera que evitan que el operador se sitúe «en primera línea de fuego». La supervivencia, por lo tanto, se ha vuelto una cuestión de automatización y distancia.
El experto en inteligencia y ciberseguridad, Fernando Cocho, fue aún más contundente al establecer la urgencia. Para él, el destino de la industria y la defensa está sellado para aquellos que se resistan al cambio. «El que no haga ahora mismo drones o inteligencia basada con drones está condenando a la desaparición», sentenció, subrayando que la dualidad tecnológica entre el mundo civil y el militar no es una opción, sino un modelo de negocio y supervivencia. No hablamos solo de grandes plataformas como el Predator, sino de «drones que son el futuro», es decir, de bajo coste o limitado, con capacidades de doble uso y tecnología que debe ser, ante todo, resiliente.
LA PARADOJA DEL TALENTO
Si España tiene un problema, no parece ser de talento o de capacidad inventiva. Los datos preliminares son reveladores: se calcula que el ecosistema industrial español cuenta con cerca de ocho mil empresas indexadas que podrían ser susceptibles de servir al sector de defensa, de las cuales al menos 2432 tienen capacidades de implantación tecnológica en drones de menos de dos metros de envergadura. El potencial existe. La paradoja es que este potencial se ve sistemáticamente minado por una combinación letal de incredulidad interna, falta de apoyo estratégico y la voracidad de las grandes corporaciones.
Cocho relató con desazón el destino de la innovación puntera. Empresas españolas capaces de reducir el peso de las baterías de drones en más de un cuarenta por ciento, extendiendo significativamente el tiempo de vuelo, «no han sido escuchados». El resultado es el desangre de la capacidad tecnológica: «Ha venido una multinacional francesa y les ha comprado. Ese es el paradigma», afirmó. El problema no es solo económico, sino de cultura: «Como no confiamos en nosotros mismos, no queremos invertir en nosotros mismos, confiamos más en las siglas americanas, pues estamos donde estamos.»
Esta falta de fe nacional tiene un coste estratégico directo. La rotación de la tecnología de drones es vertiginosa; lo que hoy es útil, deja de serlo en una semana porque el adversario ya conoce sus capacidades. Este ciclo exige un proceso constante de innovación y creatividad. Si los españoles son «muy buenos de la virtud capacidades» –como insistió Cocho–, la falla está en el sistema que no es capaz de conocer ni salvaguardar sus propias posibilidades, desde la formación profesional hasta la integración de personal militar experto después de sus cuarenta y cinco años de servicio.
En el corazón de la cuestión radica una profunda descoordinación institucional y social, lo que Cocho denomina un problema de concienciación social y de imagen. La falta de difusión de iniciativas como el clúster de industria de Defensa de Cantabria, que agrupa a más de doscientas empresas, es un síntoma de un ecosistema roto. La consecuencia de esta desidia es demoledora y se resume en una triada de fracaso: «El que tiene que saber no sabe, el que sabe no es escuchado y el que tiene que operar sufre las consecuencias de los dos anteriores.»
BATALLA CONTRA LA BUROCRACIA
El desafío de España no es solo generar tecnología, sino ponerla en funcionamiento. La flexibilidad del adversario, que utiliza tecnología barata y ágil, choca de frente con la pesada burocracia de los estados occidentales. El ejemplo del aeropuerto de Bruselas, o los incidentes en Noruega y Polonia, donde drones de bajo coste causaron disrupciones masivas, es la prueba de que el enemigo opera no solo contra los sistemas de defensa, sino «contra nuestra propia burocracia y sistema un poco poco flexible.»
Este atolladero se extiende al ámbito civil, demostrando que la dualidad tecnológica está estrangulada por la normativa. Alberto Llabata, de Orbotics Technologies, cuya empresa desarrolla tecnología de enjambres de drones, destacó que el concepto de «autonomía estratégica en cuanto también a la tecnología, soberanía tecnológica y también industrial» es el pilar de su trabajo. Pero la realidad es que muchos sistemas ya existentes, con clara aplicación civil, no pueden operar.
Jorge Alonso ilustró esta frustración con un ejemplo de su propia empresa: un sistema dual de drones apagafuegos capaz de operar de noche, algo impensable para las aeronaves tripuladas por el riesgo que entraña. La solución tecnológica existe, pero «no hay normativa para que este sistema pueda volar por la noche y pueda desarrollarse.» La misma parálisis se aplicaría al hipotético reparto de pizzas con drones: la tecnología es actual, pero el impedimento es regulatorio. La pregunta al aire es: «¿dónde está la normativa, dónde está la regulación y demás para que puedan operar estos sistemas que ya existen?»
La visión de futuro, sin embargo, es inescapable. Estamos en la antesala de los sistemas de sistemas, donde la autonomía será total. Llabata confirmó que la idea de los enjambres («swarms») no es ciencia ficción: «Enjambres se están empezando a hacer ya… tampoco hace falta que nos vayamos dentro de diez años». Incluso el concepto de un «Muro de Drones» para cubrir la frontera oeste de Rusia ya es un proyecto de la Unión Europea. El objetivo es claro: lograr un «efecto multiplicador» del personal, ya que «nos falta gente, falta personal.» Se busca empoderar a los operadores cualificados para que un solo militar sea capaz de manejar múltiples sistemas simultáneamente. En el horizonte más cercano se vislumbra incluso la «dronización» de plataformas tripuladas como los carros Leopard y los helicópteros Blackhawk, una señal inequívoca de que la era del piloto está llegando a su fin.

EL ESPACIO, UN GIGANTE DORMIDO QUE NADIE DESPIERTA
La otra gran batalla, tan o más crucial, se libra en la quinta dimensión: el espacio. La tecnología aeroespacial es el motor de la vida civil moderna, desde la alimentación liofilizada hasta la meteorología y las comunicaciones. En este campo, Fernando Cocho afirmó sin reservas: «Pintamos mucho, lo que pasa que los políticos no se enteran.»
El talento técnico y humano de España es de un nivel absolutamente equiparable al de cualquier otra potencia, con profesionales españoles integrados en organismos como la NASA. Sin embargo, este potencial se malgasta por la falta de una visión política y estratégica de largo aliento. Mientras otras potencias planifican su estrategia espacial a ocho o cincuenta años vista, España se mueve al compás de los ciclos electorales de cuatro años, una miopía que condena al país a ir «de espaldas y contra el viento.» La conclusión es amarga y directa: «Capacidades todas, apoyo ninguno.» La clave es la transferencia tecnológica; si el talento es absorbido por las grandes empresas sin un proceso de clúster o unificación, la pequeña y mediana empresa, el verdadero motor de la innovación, queda asfixiada y el beneficio social se diluye. Quien no controle el espacio o el ciberespacio «está perdido, porque el mundo ya nos ha sobrepasado.»
EL PLAN INDUSTRIAL BAJO EL FOCO DE LA SOSPECHA
Frente a esta coyuntura crítica, la Administración ha puesto sobre la mesa un Plan Industrial de Defensa. La mera existencia del plan es considerada positiva a priori por los expertos, pero su implementación es motivo de una profunda suspicacia.
Jorge Alonso, hablando desde su experiencia militar, advirtió que «no hay plan que aguante en la primera fase de ejecución de un concepto de operación,» por lo que la previsión de planeamientos alternativos es vital. La duda fundamental que planea sobre el plan es la referente al compromiso presupuestario, en concreto el dos por ciento del PIB, un objetivo que ya ha generado escepticismo entre los aliados de la OTAN.
Sin embargo, el error más grave se halla en la posible distorsión del ecosistema. Aunque el plan es bueno para la Administración (por el músculo que muestra) y sin duda para las grandes empresas (por el potencial que tienen), la verdadera fractura se produce con la pequeña y mediana empresa. Alonso expresó abiertamente el temor a la actitud de los gigantes de la defensa: la gran empresa podría decidir que un sistema antidron «no me merece la pena» porque es de bajo coste y compite con la venta de sus propios drones o con los sistemas más caros de sus socios extranjeros. «Eso puede llegar a decirlo la empresa porque la empresa tiene que ganar dinero,» explicó. Si el centro de gravedad del plan no son las capacidades de las Fuerzas Armadas, sino el beneficio de la gran corporación, la innovación disruptiva quedará en la cuneta. El destino del dron Centauro, una innovación gallega que acabó siendo anulada por una gran empresa que prefería vender el producto americano, es un fantasma que acecha la actual estrategia.
A esto se suma la dificultad de financiación para las start-ups de defensa. Llabata señaló que, para sacar productos innovadores, estas empresas están recurriendo a Venture Capital o Family Offices, un método que recuerda a los inicios del capitalismo en Estados Unidos y que no garantiza la proliferación de la innovación a la escala que el país necesita. Muchos fondos de capital riesgo, de hecho, no pueden invertir en defensa, limitando el acceso a capital que sí es posible en otras potencias.
El Plan Industrial es solo «palabras, palabras, palabras» si carece de los recursos y la estrategia para generar una «permeabilidad de un conocimiento social en el sentido empresarial» y, sobre todo, un «respeto» entre las empresas, donde el grande no diluya al pequeño con una ampliación de capital. La historia de la tecnología de matricería del País Vasco, comprada e implantada en Alemania en lugar de en España, es el epílogo de una constante que debe revertirse urgentemente. El futuro es autónomo, digital y aéreo. España tiene el talento, pero le falta la voluntad política y la cultura empresarial para no dejar que sus innovadores más brillantes caigan en manos ajenas, hipotecando así su capacidad de defenderse y persistir en el turbulento tablero geopolítico del siglo XXI.







