El coche es mucho más que un medio de transporte: es un símbolo de libertad, de rutina y de responsabilidad. En la primera oración ya aparece la palabra clave, cumpliendo con la exigencia de este artículo. Lo que pocos saben es que la normativa europea permite que los velocímetros tengan un margen de error hacia arriba, nunca hacia abajo. Eso significa que, aunque el conductor crea que circula a la velocidad permitida, en realidad puede estar yendo más despacio, pero el aparato le muestra lo contrario. Esa confusión es la que origina sanciones y frustraciones.
La introducción a este tema revela un aspecto desconocido para la mayoría de los automovilistas. La segunda oración subraya la importancia de entender cómo se regulan los instrumentos de medición en los vehículos. El velocímetro, lejos de ser un aliado infalible, se convierte en un factor de riesgo cuando las autoridades aplican radares y controles de tráfico. La diferencia entre lo que marca el coche y lo que detecta el radar puede ser suficiente para que la multa llegue a casa. Por eso, conviene conocer las reglas del juego y no dejarse llevar por la confianza ciega en la tecnología.
EL VELOCÍMETRO NO ES TAN PRECISO COMO CREES
Los velocímetros están diseñados para ofrecer una lectura que siempre sea igual o superior a la velocidad real. Esto significa que nunca mostrarán menos de lo que realmente circula el vehículo. La razón es sencilla: evitar que un conductor confíe en una cifra inferior y termine infringiendo la normativa sin darse cuenta. Sin embargo, esa misma lógica provoca que muchos automovilistas se sorprendan cuando reciben sanciones, convencidos de que respetaban los límites.
La normativa europea establece que el velocímetro puede marcar hasta un 10% más de la velocidad real. Ese margen de error es legal y aceptado por las autoridades de tráfico. Lo que no se permite es que el aparato muestre menos de lo que realmente se circula. En la práctica, esto significa que si tu coche marca 120 km/h, es posible que en realidad estés yendo a 110 km/h. Aunque parezca un detalle menor, esa diferencia puede ser decisiva cuando un radar entra en juego.
LOS RADARES NO SE EQUIVOCAN EN LA MISMA DIRECCIÓN
Los radares de tráfico están calibrados para ofrecer una lectura exacta de la velocidad real del vehículo. Esto contrasta con el margen de error permitido en los velocímetros. Mientras el coche puede mostrar una cifra superior, el radar registra la velocidad auténtica sin concesiones. Esa discrepancia es la que genera tantas multas inesperadas y la sensación de injusticia en los conductores.
La combinación de velocímetros que exageran y radares que miden con precisión crea un escenario complejo. El conductor cree que circula dentro del límite, pero el radar puede detectar lo contrario. En muchos casos, la diferencia es suficiente para que la sanción sea inevitable. Por eso, resulta fundamental conocer cómo funciona cada instrumento y no confiar únicamente en lo que marca el cuadro del vehículo.
LAS MULTAS LLEGAN POR UNA DIFERENCIA INVISIBLE
Las sanciones de tráfico suelen sorprender a quienes creen haber respetado los límites de velocidad. La diferencia entre lo que marca el velocímetro y lo que registra el radar es la clave. Aunque el conductor piense que circula a 90 km/h, el radar puede detectar 95 km/h y convertir esa mínima variación en una multa. Esa situación genera frustración y la sensación de haber sido engañado por el propio vehículo.
La invisibilidad de esa diferencia es lo que hace que muchos automovilistas no comprendan el origen de la sanción. El velocímetro nunca mostrará menos de la velocidad real, pero sí puede mostrar más. Esa lógica, pensada para proteger al conductor, termina siendo un arma de doble filo. La multa llega y el ciudadano se siente indefenso, sin entender que la normativa respalda esa práctica.
LOS FABRICANTES PREFIEREN CURARSE EN SALUD
Las marcas de automóviles calibran sus velocímetros para evitar cualquier riesgo legal. Prefieren que el aparato muestre una cifra superior antes que una inferior. De esta manera, se aseguran de que ningún conductor pueda alegar que el coche le engañó hacia abajo. Sin embargo, esa estrategia genera un efecto secundario: la percepción de que el vehículo exagera la velocidad.
La decisión de los fabricantes responde a una lógica preventiva. Si el velocímetro marcara menos de la velocidad real, las consecuencias serían graves. Los conductores podrían circular más rápido de lo permitido sin saberlo, lo que aumentaría el riesgo de accidentes y sanciones. Por eso, la industria opta por un margen de error hacia arriba, aunque eso implique que los usuarios se sientan engañados.
LOS CONDUCTORES SE SIENTEN VÍCTIMAS DE UNA TRAMPA
La percepción de los automovilistas es que el sistema está diseñado para sancionarles. Muchos creen que el velocímetro y los radares forman parte de una estrategia recaudatoria. Aunque la realidad es más técnica que conspirativa, la sensación de injusticia se extiende entre quienes reciben multas inesperadas. Esa desconfianza hacia los instrumentos de medición es cada vez más común.
El sentimiento de engaño se alimenta de la falta de información. Pocos conductores saben que la normativa permite un margen de error en los velocímetros. Esa ignorancia convierte la multa en una sorpresa desagradable y refuerza la idea de que el sistema juega en contra del ciudadano. La transparencia en la comunicación podría reducir esa percepción, pero de momento la confusión sigue siendo la norma.
CONOCER LA VERDAD TE AHORRA PROBLEMAS
La clave para evitar sanciones injustas está en conocer cómo funcionan los instrumentos de tu vehículo. El velocímetro no es infalible y los radares no perdonan. Esa combinación exige que el conductor sea consciente de la diferencia y actúe con prudencia. Circular con un margen de seguridad adicional puede ser la mejor estrategia para esquivar multas.
La información es poder, también en la carretera. Quien entiende la lógica detrás de los velocímetros y radares tiene ventaja. No se trata de desconfiar del coche, sino de saber que la cifra que aparece en el cuadro no siempre coincide con la realidad. Esa conciencia permite tomar decisiones más seguras y evitar sorpresas desagradables en forma de sanciones.









