La defensa nacional, históricamente vista como un ámbito reservado a las grandes corporaciones de armamento y a las decisiones estrictamente gubernamentales, se encuentra hoy en el epicentro de una transformación radical. Impulsada por una coyuntura geopolítica inestable y por la imperiosa necesidad de modernización tecnológica, el sector vive una efervescencia inversora que, sin precedentes recientes, exige una articulación minuciosa de todos sus actores. En este escenario de cambio acelerado, las asociaciones empresariales emergen como la bisagra indispensable, el puente de comunicación vital «entre la industria, las fuerzas armadas, el gobierno y la sociedad», un papel fundamental para garantizar que el aumento del gasto se traduzca en una auténtica autonomía estratégica y en una capacidad disuasoria efectiva para España y para el conjunto de Europa. Según se ha charlado en el I Encuentro de la Industria Española de Defensa organizado por el Grupo Merca2.
El incremento de la inversión en defensa, en gran medida como respuesta al conflicto ucraniano y a la toma de conciencia europea sobre su vulnerabilidad, ha dejado de ser una mera declaración de intenciones para convertirse en una «oportunidad sin precedentes para las empresas de tecnología de doble uso» , según subraya Pedro Díez, presidente de Tecdual. No obstante, para que esta oportunidad cristalice en un tejido industrial robusto y no solo en beneficios para unos pocos gigantes, es imprescindible que la inversión permee hasta la base productiva del país. Carlota Sánchez Cuenca, secretaria general de AESMIDE, una asociación con 40 años de trayectoria junto al Ministerio de Defensa, insiste en que el trabajo actual parte de un escenario ineludible: «hay una estrategia industrial de defensa que marca unos objetivos muy claros y nosotros trabajamos con ellos». Este escenario estratégico, sin embargo, debe saber adaptarse a una realidad empresarial marcada por la pequeña y mediana empresa.
La columna vertebral de la defensa española, como se destaca en la mesa, no está compuesta únicamente por los grandes integradores. De hecho, la realidad numérica es contundente y revela la magnitud del desafío: «el 85% de las empresas que están ahora mismo registradas en el registro de la defensa son pymes». Esta cifra confiere una «enorme responsabilidad» a todo el debate sobre la industria. Se trata de un ecosistema vasto y especializado que abarca desde «talleres de mecanizados» hasta desarrolladores de «inteligencia artificial», todos ellos componentes esenciales en la cadena de suministro.
LA IMPORTANCIA DE LAS ASOCIACIONES
El papel de las asociaciones, en este contexto, es crucial para ordenar y visibilizar estas capacidades, especialmente ante los nuevos mecanismos de adquisición. Ya no se trata solo de las licitaciones regidas por la Ley de Contratos del Sector Público; la atención se centra ahora en los «planes especiales de modernización» y los «planes industriales», un campo de juego diferente donde la visibilidad de las pymes se convierte en el factor determinante para su inclusión en la cadena de valor. Este esfuerzo de conexión se materializa en lo que se define como una «colaboración público-privada estratégica», el único camino viable para garantizar la soberanía industrial.
El entusiasmo por la inversión, sin embargo, se topa con la dura realidad de los emprendedores y las startups, actores esenciales para la innovación disruptiva pero a menudo marginados por los procesos burocráticos y la cautela de las grandes empresas (los primes). Pedro Díez, cuya asociación Tecdual trabaja exclusivamente con este ecosistema disruptivo, identifica dos temores principales que paralizan la colaboración: «la primera es en la propiedad intelectual» y la segunda es el miedo a que el prime adquiera la solución de la startup «por anular mi solución porque no le conviene». Un emprendedor, movido por la pasión, no entenderá que se le pague para que su creación sea «aparcamos aquí».
Más allá de la protección legal, el mayor obstáculo es la necesidad de comprender la lógica interna de Defensa. Díez es categórico al afirmar que «Defensa no compra ni productos ni servicios, Defensa compra soluciones», soluciones a problemas que tiene o que prevé que va a tener. Tener el mejor producto es inútil si no resuelve una necesidad concreta de las unidades. Este desajuste se agrava con el desfase en los tiempos de innovación. Mientras que en conflictos como el de Ucrania se manejan «ciclos de innovación de semanas, tres, cuatro semanas», en España se sigue pensando en ciclos de cinco años para «carros de combate, de las fragatas, de los sistemas de defensa antimisiles», un ritmo incompatible con la agilidad y la disrupción de la tecnología dual. Un ejemplo ilustrativo de la capacidad transformadora de este sector joven es el de unos universitarios que, saliendo del mundo académico y montando una empresa en un garaje, están logrando crear «un micromotor de combustible sólido» que ya se proyecta para el desarrollo de micromisiles capaces de alcanzar los 1.000 km, demostrando que la innovación no siempre requiere infraestructuras gigantescas.
La raíz de esta ola inversora se encuentra, como bien explica Natividad Carpintero Santa María, secretaria de Euro-Defense, en la conjunción de varios factores. En primer lugar, las «tensiones geopolíticas» y las guerras en curso, que obligan a «mejorar y actualizar sistemas». La guerra electrónica, clave desde el Golfo, y la constante obsolescencia tecnológica son fuerzas motrices. Se hace especial hincapié en la necesidad de combatir la «obsolescencia», pues un sistema electrónico que hoy es puntero puede volverse ineficaz en cuestión de semanas, como lo prueban los ciclos de innovación ultrarrápidos del frente de batalla moderno.

BÚSQUEDA DE TALENTO
Más allá de la inversión, Carpintero subraya que España debe reivindicar su «país de talento», recordando figuras históricas de alcance universal como Isaac Peral, el diseñador del primer submarino torpedero de propulsión eléctrica, o Guillermo Velarde, cuyo trabajo permitió aplicar la fusión por confinamiento inercial para la producción de energía eléctrica. Este legado de genio obliga a un «vuelco en la formación académica de nuestros chicos», restaurando la importancia de la formación profesional, que tradicionalmente ha sabido conjugar la visión de diseño del ingeniero con el conocimiento práctico de quien «sabe poner un remache».
Retener este talento en un mercado global es el gran reto cultural. Carlota Sánchez Cuenca sostiene que la solución pasa por generar una «cultura de defensa» que cale en la sociedad y especialmente en los jóvenes, haciéndoles ver que el sector de defensa es «muy interesante donde hay una innovación impresionante. La seguridad no es solo una preocupación gubernamental, sino una responsabilidad colectiva, que además genera un «efecto disuasorio que es la mejor diplomacia que hay en el mundo». A esto se suma la necesidad de promover una «cultura de empresa», fomentando el «respeto por el empresario que arriesga, que invierte, que innova». Este binomio de defensa y empresa, con la pyme como nexo, es lo que debe atraer y asentar el talento en España.
Ninguna discusión sobre defensa moderna está completa sin abordar la irrupción violenta de las tecnologías disruptivas, con la inteligencia artificial (IA) a la cabeza. La IA, definida como la capacidad de las máquinas para «pensar correctamente» y de manera inteligente, se nutre de inmensas bases de datos (big data) y es capaz de formular «predicciones con rapidez y precisión». Esta capacidad, si bien positiva para el análisis y la toma de decisiones, conlleva un peligro intrínseco: la suplantación de la realidad.
Natividad Carpintero advierte del riesgo del deepfake, la técnica de las «falsedades profundas» que ya tuvo un protagonismo inquietante en el inicio de la guerra de Ucrania, cuando «se creyó mucha gente que el presidente Zelenski estaba dando redes al ejército ucraniano para que se rindieran. Este tipo de incidente demuestra que la IA no solo afecta a los sistemas de armas, sino que se inscribe plenamente en la guerra psicológica, con el verbo de fondo siendo siempre «engañar a la población y engañar a la sociedad». A este tipo de amenaza se suma la vulnerabilidad de infraestructuras críticas como los «cables submarinos cables de fibra óptica», que transmiten el 99% de los datos del planeta y son objeto de ataques cibernéticos e incursiones de «vehículos no tripulados submarinos».

LAS NUEVA GUERRA
En la vertiente más humana y escalofriante de la ciberguerra, Pedro Díez introduce una reflexión profunda sobre la «dimensión nueva del combate» y el impacto psicológico en los operadores. En Ucrania, la guerra ha sido «gamificado»: a los pilotos de drones FPV «les dan puntos» por eliminar carros de combate o soldados, una práctica que aprovecha una generación acostumbrada a «matar a través de una pantalla en un juego». Sin embargo, cuando el operador se da cuenta de que «están matando a gente real, les afecta psicológicamente». Esta paradoja de la deshumanización a través de la interfaz digital, combinada con la recompensa por el acto, marca un punto de inflexión en la ética del conflicto.
El ciberespacio es, sin duda, el campo de batalla de más rápido crecimiento. El cibercrimen, un negocio que «mueve hoy más dinero que el tráfico de drogas, el de armas y el de personas juntos», representa un riesgo alarmante en un escenario de guerra híbrida. Afortunadamente, en España existe una «concienciación muy seria» y se cuenta con unidades de élite como el Centro Criptológico Nacional (CCN) y el nuevo centro CTDEX en Jaén. En este ámbito, los jóvenes emprendedores tienen una ventaja innata, pues «han nacido profesionalmente en un mundo donde se veían los ciberataques». Sus habilidades son tan disruptivas que un joven de 14 años, detenido por hacker en su momento, ha pasado a desarrollar «una herramienta de crear ciberataques como equipo rojo» que ahora se utiliza para encontrar vulnerabilidades y proteger los sistemas, demostrando la agilidad y la perspectiva única que este talento aporta al sector.
Tras analizar los desafíos y las oportunidades, el mensaje de la mesa se condensa en una petición urgente y una convicción firme. La convicción es que «la cadena de suministro es el verdadero cimiento de la industria de la defensa», una cadena que depende de la pyme y, por ende, de una mano de obra cualificada. Por ello, Natividad Carpintero insiste en la necesidad de «juventud preparada» y en recuperar la relevancia de la formación profesional, que ha sido históricamente «la sal de la tierra de la sociedad».
El futuro de la defensa no puede construirse sin estos oficios. Por su parte, Pedro Díez lanza una «petición al ministro de Defensa» para que «se acercase al ecosistema emprendedor», participando mucho más en los eventos y quizás incluso creando «su propia aceleradora». El objetivo es imitar iniciativas como el Rapid Acquisition Action Plan de la OTAN, reduciendo los tiempos de adquisición a un máximo de seis meses para no perder la batalla de la innovación. En última instancia, la promesa de una defensa robusta y soberana reside en la capacidad del Estado para escuchar y dar valor al ecosistema que, desde la base y con gran riesgo, está redefiniendo el futuro tecnológico y estratégico del país.







