El futuro del Gran Casino del Sardinero es uno de los debates más incómodos de Santander. El Ayuntamiento y el Gobierno de Cantabria han acordado inyectar conjuntamente un millón de euros en la sociedad que gestiona el histórico edificio, 500.000 euros cada administración, con el argumento de evitar su quiebra y preservar un inmueble icónico frente a la playa del Sardinero.
Sin embargo, esto ha encendido todas las alarmas políticas. El Grupo Municipal Socialista ya ha avanzado en que votará en contra por considerar injustificable destinar dinero público a sostener una actividad hoy muy vinculada a la hostelería y al juego, en un contexto en el que las propias administraciones impulsan campañas para reducir las apuestas.
En paralelo, el debate local llega en un momento delicado para el sector. España roza ya los dos millones de jugadores de juego online con licencia estatal y el Gobierno central ultima un endurecimiento de las advertencias obligatorias en las webs de apuestas.
Un millón de euros para el Casino
La propuesta que se discute en el Pleno de Santander consiste en una ampliación de capital de un millón de euros para el Gran Casino del Sardinero. La sociedad que lo explota es íntegramente pública, participada al 50% por el Ayuntamiento y el Gobierno de Cantabria, lo que implica que el rescate se financiaría con recursos de los contribuyentes.
La dirección del casino y el equipo de gobierno municipal sostienen que no se trata de salvar un negocio privado, sino de garantizar la continuidad de un edificio declarado pieza clave del paisaje urbano y turístico de la ciudad, que además genera empleo directo en hostelería, eventos y servicios auxiliares.
La oposición socialista, en cambio, subraya que el casino ha ido perdiendo su carácter cultural, quedándose cada vez más reducido a salas de juego y restauración. Los socialistas señalan que los problemas financieros actuales son consecuencia de pliegos mal diseñados, cánones irreales y contratos que dejaban el riesgo en manos públicas mientras la parte privada disfrutaba de las ventajas.
Y reclaman rehacer las condiciones de explotación y abrir un debate ciudadano sobre si tiene sentido seguir vinculando el edificio al juego. Este pulso local se cruza con una transformación de fondo. Mientras Santander discute cómo apuntalar un casino físico centenario, una parte cada vez más grande del ocio relacionado con el juego se está desplazando hacia plataformas digitales.
En España, el grueso del gasto en casinos y apuestas ya se canaliza a través de operadores en línea con licencia estatal, accesibles desde el móvil. Pero siguen habiendo grandes protagonistas en mercados más allá del tradicional, especialmente en relación con métodos de pago alternativos.
Desde monederos electrónicos hasta plataformas especializadas que empiezan a aceptar criptoactivos junto a los medios de pago clásicos. Por ejemplo, un crypto casino combina el atractivo de la inmediatez digital con pagos en criptomonedas y una experiencia completamente desligada de edificios históricos o salones presenciales.
Suelen operar con licencias internacionales, aceptar depósitos en euros, tarjetas y stablecoins, y replicar la oferta clásica de ruleta, slots o blackjack en versiones en vivo y automatizadas accesibles desde el móvil. Acopla lo que hay de más moderno en el mundo digital por ahora, mientras la Administración discute modelos antiguos.
Pero la cuestión del fondo es si el dinero público debe servir para sostener un modelo de ocio presencial en declive relativo, o si el rescate del edificio debería condicionarse a una reconversión más ambiciosa, reforzando su advocación cultural original frente al peso de la ruleta y de las máquinas.
Un edificio con memoria: De salón cultural a sala de juego
El Gran Casino del Sardinero no es solamente un local de juego. Diseñado por el arquitecto Eloy Martínez del Valle e inaugurado en 1916, el edificio fue concebido como un gran salón social para la burguesía veraneante de Santander. Con bailes, conciertos, representaciones teatrales y galas que marcaron la vida cultural de la ciudad durante décadas.
Incluso en los años en que el juego estuvo prohibido en España, el casino se reinventó como cine de arte y ensayo, y como espacio para actividades culturales, acogiendo, por ejemplo, exposiciones y eventos vinculados al Festival Internacional de Santander.
Con el tiempo, y especialmente tras la reapertura del casino en la década de 1970, la balanza se ha inclinado cada vez más hacia el ocio y la gastronomía. Salas de juego, póker, mesas de ruleta, eventos corporativos y bodas, además de un restaurante con vistas privilegiadas a la bahía.
Para los defensores de la inversión de capital, este uso híbrido, hostelería, eventos y juego, sigue justificando la protección del edificio y el mantenimiento de la marca Gran Casino del Sardinero como atractivo turístico. Los críticos, por otro lado, argumentan que la ciudad corre el riesgo de convertir un símbolo cultural en otro garito de juego financiado con fondos públicos.
Qué se juega Santander: Turismo, empleo y confianza ciudadana
Más allá de la confrontación ideológica, el debate tiene una clara dimensión económica. El Gran Casino del Sardinero es uno de los iconos turísticos de Santander. Una fachada blanca recortada contra el mar Cantábrico, fotografiada por miles de visitantes cada verano y utilizada por el propio Ayuntamiento en campañas de promoción de la ciudad.
El edificio genera empleo directo en los sectores del juego, la hostelería, el mantenimiento y la organización de eventos, e impulsa el consumo en los hoteles y restaurantes de la zona.
Quienes defienden la inyección de capital argumentan que permitir la quiebra de la empresa que gestiona el casino tendría un impacto reputacional y económico difícil de prever y que, en la práctica, supondría poner en peligro una parte fundamental de la identidad visual de Santander.
Por otro lado, hay quienes señalan que proteger el patrimonio no requiere necesariamente mantener la actual combinación de ruleta, mesas de juego y banquetes, y que sería posible explorar modelos alternativos, como un centro cultural, una sala de conciertos, un espacio para congresos o incluso un espacio público multifuncional con o sin juegos de azar.
El PSOE municipal aboga precisamente por abrir un proceso participativo para que la ciudadanía pueda decidir hasta qué punto desea que el juego siga ocupando un lugar central en la bahía. Insisten en que este debate no es meramente local. Plantea la cuestión de cómo interactúan las ciudades con una industria del juego que crece principalmente en línea.




