La deshidratación es uno de esos problemas que damos por sentado, como si solo ocurriera en pleno verano o tras un gran esfuerzo físico, cuando en realidad puede acompañarnos en el día a día sin que nos demos cuenta. Lo recuerda la nutricionista Isabel Viña, que insiste en que la deshidratación no solo afecta a nuestra energía, sino también a procesos tan delicados como la regulación del cortisol, y es ahí donde cobra sentido detenerse un momento, escuchar al cuerpo y entender que lo que parece un simple olvido, como no beber agua por varias horas, puede desencadenar un pequeño desajuste que se acumula con el tiempo.
Ese gesto tan básico de beber agua sostiene funciones esenciales, como regular la temperatura, transportar nutrientes, lubricar articulaciones y mantener la piel más elástica. Sin embargo, cuando la deshidratación aparece, los efectos se sienten en cadena, y es ahí cuando llega la falta de energía, los mareos, las digestiones pesadas e incluso una sensación de niebla mental que muchos no relacionan con la falta de líquidos. Por eso es que los profesionales insisten en que no se trata solo de beber “cuando apetece”, sino de recuperar la conexión con las señales internas.
1La importancia de escuchar al cuerpo cuando la deshidratación empieza a dar señales
El agua es el pilar de nuestra fisiología y representa alrededor del 60 % del peso corporal, un porcentaje aún mayor en el cerebro y los músculos. Este dato, que puede parecer anecdótico, refleja por qué la deshidratación altera tanto nuestro bienestar. El organismo pierde líquidos constantemente a través de la respiración, el sudor y la orina, alrededor de dos litros diarios, y ese equilibrio se repone bebiendo de forma regular. Cuando la ingesta es insuficiente, el cuerpo empieza a compensar, y activa mecanismos que estimulan la sed y modifica la forma en que elimina agua para intentar conservarla.
En las primeras fases, la deshidratación se manifiesta con síntomas leves pero que se pueden reconocer muy fácil, como cansancio persistente, somnolencia, mareos y cierta debilidad general. Si esto no se corrige a tiempo, puede reducirse el volumen de agua en sangre y bajar la tensión arterial, lo que explica la fatiga extrema que algunas personas experimentan en estos episodios. Hay que tener en cuenta que con la deshidratación, también aumenta la vulnerabilidad a las infecciones y aparecen riesgos más serios, como un posible fallo renal, por lo que esto es tan importante.






