El sueño siempre ha sido un tema que creemos tener bajo control hasta que el propio cuerpo nos recuerda que no es tan sencillo. El sueño marca nuestro ritmo vital, condiciona cómo pensamos, cómo nos movemos y hasta cómo reaccionamos ante el mundo, pero solemos relegarlo al final de la lista de prioridades, como si fuera negociable. Las palabras del doctor Álvaro Campillo, “te mueres antes por falta de sueño que por falta de agua”, sacuden porque nos obligan a mirar de frente una realidad que preferimos ignorar.
En esa línea, los datos de la Sociedad Española de Neurología resultan aún más inquietantes, ya que casi la mitad de los adultos en España no disfruta de un sueño reparador. Y no se trata solo de sentirse cansado, sino de convivir con un problema de salud pública que avanza silencioso. Los trastornos del sueño, muchas veces infradiagnosticados, afectan a millones de personas que normalizan frases como “hoy no he dormido bien” sin saber que, detrás de esa aparente casualidad, puede haber un deterioro real del organismo que pasa desapercibido en la rutina diaria.
1El sueño como frontera entre la salud y la enfermedad
Cuando Álvaro Campillo explica que un mal descanso sobrecarga órganos vitales como el corazón, los riñones o los pulmones, invita a comprender el sueño como un proceso biológico imprescindible y no como un simple paréntesis nocturno. Dormir menos de cinco o seis horas al día, según diversos estudios, eleva el riesgo de muerte y puede acortar la esperanza de vida, lo que transforma el sueño en un indicador directo de longevidad.
Ese impacto también se refleja en investigaciones como la publicada en ‘Nature Communications’, que relaciona la falta de sueño continuada con un mayor riesgo de demencia en edades tempranas. Cuando los ritmos circadianos se alteran, nada funciona como debería, y es ahí cuando llega la inflamación, aparecen malas digestiones, la claridad cognitiva se reduce y el estrés aumenta, creando una cadena de efectos que afectan al sistema inmunitario y a la salud mental.






