El TDAH se ha convertido en uno de los temas más debatidos en neurociencia y educación, en parte porque aún persisten ideas simplificadas que no reflejan la complejidad real del trastorno. Muchas personas siguen creyendo que la falta de atención es su rasgo principal, cuando en realidad los estudios apuntan a un funcionamiento cerebral muy diferente. En una reciente intervención, la neurocientífica Ana Ibáñez propone una mirada más amplia y compasiva, explicando que estas mentes no funcionan peor, sino de otra manera. Su planteamiento invita a abandonar el lenguaje del déficit y a entender qué ocurre realmente dentro de estos cerebros tan sensibles y repletos de estímulos.
Este enfoque supone un respiro para quienes conviven con el TDAH, ya sea en primera persona o desde el entorno familiar. Ibáñez sostiene que estas mentes captan más información simultánea de la que pueden procesar y que la dificultad aparece cuando el mundo les exige filtrar y priorizar como lo haría un cerebro neurotípico. En lugar de forzar ese molde, la experta propone estrategias prácticas y realistas que permiten canalizar esa energía mental sin sofocar su creatividad ni su rapidez. La clave está en dejar de interpretar la dispersión como un fallo y empezar a verla como una característica que puede gestionarse con amabilidad y técnica.
2El entrenamiento de la atención
Ibáñez propone entrenar la atención igual que se ejercita un músculo, pero desde la amabilidad y no desde la imposición. En personas con el TDAH, prácticas como la respiración consciente funcionan como un ancla que estabiliza el sistema cuando la mente se acelera. No se trata de alcanzar una concentración perfecta, sino de aprender a regresar, una y otra vez, al punto de calma. Esto, explica, fortalece circuitos cerebrales que ayudan a regular la entrada de estímulos sin apagar la curiosidad natural.
Otra técnica sencilla es el llamado “minuto consciente”, una pausa breve en la que el objetivo no es dejar la mente en blanco, sino observarla sin juicio. Este tipo de ejercicios disminuye la sensación de caos interno y favorece una atención más flexible y saludable. Con el tiempo, estas prácticas enseñan al cerebro con TDAH a convivir con su velocidad, a dirigirla en lugar de temerla y a descubrir que la dispersión no es un enemigo, sino una señal que puede gestionarse.






