El hierro es una de esas sustancias que damos por sentadas hasta que un análisis nos dice que falta, y aunque puede que no lo veamos ni lo sintamos directamente, su papel es tan decisivo que cuando los niveles bajan el cuerpo entero lo nota. Es ahí cuando aparece un cansancio que no se quita con dormir, una sensación de debilidad que desconcierta y, en algunos casos, incluso el curioso antojo de comer hielo. Entender qué ocurre con el hierro, por qué lo necesitamos y qué pasa cuando recurrimos a suplementos, es fundamental antes de tomar cualquier decisión apresurada.
En España, la anemia por déficit de hierro afecta a miles de personas y no siempre por los mismos motivos. Aunque la pérdida de sangre es la causa más habitual, no es la única. La dieta, el embarazo, la lactancia, el crecimiento infantil o ciertas enfermedades crónicas también influyen. Por eso, cuando falta el hierro, la fatiga aparece como un aviso claro pero no el único, ya que también pueden presentarse mareos, piel pálida o dificultades para respirar. Y, sin embargo, la solución más habitual, que son los suplementos, lleva consigo efectos que afectan directamente al sistema digestivo y que conviene conocer de antemano.
2Los suplementos de hierro y su impacto en la digestión
Tomar suplementos de hierro parece una solución simple, pero puede traer consigo efectos digestivos que sorprendenden a quienes los empiezan. Lo ideal sería tomarlos con el estómago vacío para favorecer la absorción, pero en la realidad muchas personas no lo toleran bien. Las náuseas, los cólicos y las diarreas son reacciones frecuentes y por eso los médicos suelen recomendar ingerirlos junto con alimentos o con zumo de naranja, para aprovechar la vitamina C sin provocar molestias. Lo que sí debe evitarse es combinarlos con leche, ya que dificulta su absorción.
Uno de los efectos secundarios más comunes es el estreñimiento, un problema que aparece tanto por el cambio que los suplementos generan en la flora intestinal como por la forma en que el hierro no absorbido influye en el tránsito. Esa parte que el cuerpo no utiliza puede provocar que el intestino pierda agua, endureciendo las heces y ralentizando el proceso digestivo. No es un efecto peligroso, pero sí incómodo y, sobre todo, muy frecuente.





