Pablo Motos siempre ha sido un personaje transparente en lo que le conviene, pero anoche en ‘El Hormiguero’ dejó ver una faceta que pocas veces muestra, la de sus supersticiones más íntimas. Lo hizo casi sin pretenderlo, animado por la visita de Álex Márquez, que abrió la puerta a una conversación espontánea y muy humana. Pablo Motos aprovechó ese momento de cercanía para contar, sin demasiada solemnidad pero con una sinceridad que sorprendió incluso a su invitado, todos esos pequeños rituales que lo acompañan antes de salir al plató después de veinte años de directo.
En esa charla casi improvisada, Pablo Motos relató con naturalidad que cada detalle de su rutina tiene un sentido para él. Desde beberse el agua que queda en la botella que su equipo usa para llenar su taza hasta romper el tapón de inmediato como un gesto casi liberador. Contó también lo de tocar una pequeña grapa en la puerta del estudio, un acto aparentemente insignificante pero que, para él, se ha convertido en un talismán diario. Y, como si hiciera falta un último empujón, explicó que cada día recita unas frases que lo colocan en la frecuencia correcta y termina con un soplido fuerte para espantar cualquier mala vibración que pudiera haberse colado en su camino hacia el directo.
1Un ritual tan meticuloso como personal
El día de Pablo Motos empieza antes de que el plató se ilumine, mucho antes incluso de que su equipo empiece a moverse. A las ocho de la mañana ya está escuchando el monólogo de Carlos Alsina, un hábito que define como su forma de “situarse en el mundo” antes de que la jornada lo arrolle. No lo hace por rutina vacía, sino porque siente que ese primer contacto con la actualidad le aclara el panorama y le da un soporte que necesita para pensar con claridad. Luego viene el resumen de prensa, también en Onda Cero, que completa esa fotografía informativa que él considera imprescindible para arrancar bien el día, algo que vuelve a demostrar que, detrás del presentador, hay una mente que trabaja sin descanso.
Después de esos primeros minutos dedicados a saber qué está pasando en el mundo, Pablo Motos se reserva un espacio para sí mismo. Medita unos quince minutos, casi como si ese silencio le ajustara las piezas internas y lo dejara listo para el ritmo frenético que vendrá más tarde. Solo cuando termina esa meditación enciende el teléfono y abre la puerta a las urgencias del programa. Y es entonces cuando entra en escena su entrenador personal. Para él, esas dos primeras horas dedicadas al cuerpo son una manera de mimarse, no de castigarse.






