Isabel Viña, nutricionista: «la deshidratación es una de las causas reversibles y más frecuentes y pasadas por alto de elevación de cortisol”

La nutricionista Isabel Viña nos explica que la deshidratación no solo agota, sino que también puede disparar el cortisol sin que lo notemos. A veces no es el estrés lo que nos tiene al límite, sino un cuerpo que lleva horas pidiendo agua en silencio, y por eso es importante saber distinguir las señales.

La deshidratación se ha convertido en una de esas amenazas silenciosas que pasan desapercibidas hasta que el cuerpo empieza a enviar señales más contundentes. Aunque solemos relacionarla con días de calor extremo o con esfuerzos físicos intensos, la realidad es que la deshidratación puede aparecer en cualquier momento y afectar a funciones tan básicas como la energía diaria, la claridad mental o incluso el equilibrio hormonal. La nutricionista Isabel Viña insiste en que, más allá de la sed, el organismo nos va avisando con pequeñas pistas que conviene escuchar antes de que el problema avance.

Y es que la deshidratación, a pesar de su aparente sencillez, tiene un impacto mucho más profundo del que imaginamos. El cuerpo humano depende del agua para regular la temperatura, lubricar articulaciones, transportar nutrientes y mantener estables los procesos internos. Cuando ese equilibrio se pierde, todo se vuelve más cuesta arriba, y por eso aumenta la fatiga, se ralentizan las digestiones, disminuye la concentración y se dispara el riesgo de problemas renales. Por eso, la experta recuerda la importancia de prestar atención a algo tan básico como beber suficiente agua a lo largo del día.

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Por qué la deshidratación altera funciones esenciales del cuerpo

“La deshidratación afecta el estado de ánimo”. Fuente: Freepik

Para comprender la magnitud del problema, basta recordar que el ser humano está formado mayoritariamente por agua. El líquido que ingerimos no solo hidrata, sino que también permite que las reacciones químicas vitales fluyan con normalidad. El cerebro y los músculos, por ejemplo, están compuestos en un 75% de agua, lo que explica por qué la deshidratación afecta tanto al estado de ánimo, a la memoria y a la capacidad de mantenernos activos sin agotarnos a media mañana.

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Además, los mecanismos internos que regulan la pérdida y la ingesta de agua funcionan como un sistema de alarma. El cuerpo pierde líquidos constantemente a través del sudor, la respiración y la orina, por lo que una reposición insuficiente provoca ese desequilibrio que termina reflejándose en mareos, debilidad o somnolencia. A medida que la deshidratación avanza, el volumen de sangre disminuye, baja la tensión arterial y se eleva el riesgo de infecciones y hasta de un fallo renal.

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