La serie Farmacia de guardia fue el gran escaparate que convirtió a Julián González en un rostro familiar, interpretando al pequeño Guille y acompañando a millones de espectadores en horario de máxima audiencia, con una cercanía que trascendió la pantalla. Después llegarían otros éxitos como Compañeros o Menudo es mi padre, que consolidaron su presencia en ficción juvenil y familiar y afianzaron ese vínculo con una generación de espectadores que lo vio crecer casi en directo. Sin embargo, lejos de conformarse con aquel reconocimiento, el actor buscó muy pronto otra vía de desarrollo profesional, con menos focos pero más control creativo.
Hoy, el recorrido vital de González permite leer su historia casi como un pequeño ensayo sobre segundas oportunidades: desde el niño famoso de la televisión generalista hasta el interiorista especializado en reformas, con un pie siempre puesto en la estética, pero ya sin la presión mediática de antaño. Su trayectoria, además, conecta con algo que muchos espectadores se preguntan al recordar viejas series: qué fue de aquellos niños prodigio y cómo gestionaron el cambio de etapa una vez que las cámaras se apagaron y llegó la vida adulta. En el caso de Julián, la respuesta pasa por planos, materiales nobles y proyectos de vivienda que hablan de estabilidad, madurez y una nueva forma de entender el éxito.
DEL NIÑO TELEVISIVO AL PROFESIONAL DISCRETO
El recorrido de Julián González arranca en Valladolid, donde nació en 1980, pero se acelera cuando, con apenas once años, se cuela en los hogares españoles como Guille en una de las series más vistas del momento, convirtiéndose en un símbolo reconocible de aquella ficción costumbrista. Ese debut, tan precoz como intenso, le ofreció una popularidad inmediata, aunque también supuso aprender a convivir con la exposición pública en plena infancia, algo que no todos los intérpretes logran gestionar con la misma naturalidad.
Tras el final de la serie, lejos de quedar encasillado en un único papel, fue encadenando proyectos que ampliaban su registro y reforzaban su presencia en televisión, como Menudo es mi padre o la propia Compañeros, donde compartió escenas con una generación de actores jóvenes que también se asomaban a la fama.
Esa etapa, además de consolidarlo como rostro habitual de la ficción nacional, le dio una base de experiencia profesional que más adelante le resultaría útil para entender la industria desde dentro y tomar decisiones importantes sobre su futuro. Las dinámicas de trabajo, los ritmos de rodaje y el contacto con equipos técnicos y artísticos diversos le enseñaron a valorar otras formas de creatividad más allá del simple hecho de ponerse frente a la cámara. Con el tiempo, esa mirada amplia sobre los procesos audiovisuales acabaría influyendo en su manera de concebir también el diseño de espacios, donde la planificación y la coordinación de muchos elementos resultan igualmente esenciales.
LA HUELLA DE LAS SERIES NOVENTERAS
Las producciones en las que participó González forman parte del imaginario colectivo de quienes vivieron la televisión lineal de los noventa, con emisiones semanales que congregaban a familias enteras frente al sofá y generaban conversación al día siguiente en colegios y oficinas. Farmacia de guardia, en particular, se convirtió en una auténtica institución, con audiencias millonarias y varios premios, transformando a su reparto en figuras muy queridas por el público. También Compañeros, con su retrato de la adolescencia desde un instituto reconocible, encajó perfectamente en una época en la que las ficciones juveniles empezaban a ganar peso propio en la programación, permitiendo a Julián dar un salto de los papeles infantiles a personajes con conflictos más complejos.
Esa evolución ante la cámara reforzó su versatilidad y le dio margen para participar incluso en la adaptación cinematográfica de la serie, además de proyectos teatrales y televisivos posteriores que le permitieron explorar otros registros interpretativos. Para muchos espectadores, su rostro quedó asociado a ese tránsito generacional que mostraban las ficciones de la época, donde los personajes crecían, se equivocaban y maduraban casi al mismo ritmo que el público que los seguía semana tras semana. Esa identificación emocional explicaría por qué, años después, sigue despertando tanta curiosidad saber en qué punto se encuentra su vida profesional y personal.
LOS ÚLTIMOS PASOS ANTES DEL CAMBIO
Durante los años posteriores a sus grandes éxitos seriéfilos, el actor combinó participaciones puntuales en cine, televisión y teatro con colaboraciones en producciones más pequeñas, demostrando que su interés artístico iba más allá de las grandes franquicias que lo habían lanzado. Apareció, por ejemplo, en la película derivada de Compañeros y en obras teatrales de repertorio, lo que le permitió medirse con formatos distintos y salir del encasillamiento al que a veces quedan abocados los intérpretes infantiles. Incluso llegó a formar parte de proyectos meta-televisivos que reflexionaban precisamente sobre los niños prodigio de los noventa, como la webserie Colegas, donde varios actores de aquella generación se reencontraban desde la ironía y la nostalgia.
Esa experiencia, a medio camino entre el homenaje y la autocrítica, subrayó una idea que ya rondaba su trayectoria: la necesidad de no quedar atrapado en la etiqueta de “niño de serie mítica” y de construir una identidad profesional sostenible más allá del recuerdo televisivo. En paralelo a esas apariciones, González fue tomando conciencia de que su curiosidad por el diseño de espacios y la arquitectura podía convertirse en algo más que un simple pasatiempo, y empezó a explorar opciones formativas que le permitieran dar ese giro. Esa mezcla de mirada retrospectiva y deseo de cambio fue decisiva para que se animara a cruzar definitivamente al terreno del interiorismo.
CUÁNDO SURGIÓ LA VOCACIÓN POR EL INTERIORISMO
Mientras seguía trabajando como actor, González empezó a interesarse cada vez más por la arquitectura, los espacios y la forma en que las personas habitan sus casas, hasta el punto de reconocer que era capaz de identificar ciudades solo por sus edificios y su fisonomía urbana. Esa sensibilidad estética, que en un principio podía parecer solo una curiosidad personal, fue ganando peso hasta convertirse en una auténtica vocación paralela, lo bastante sólida como para plantearse estudiarla de forma reglada.
A comienzos de los años 2000 dio un paso decidido y comenzó estudios de interiorismo, abriendo una etapa de formación en la que combinaba rodajes con clases, prácticas y un contacto cada vez más estrecho con el sector de la decoración y las reformas.
Lejos de considerarlo un refugio tras el desgaste mediático, él mismo ha explicado que veía en el diseño de interiores una extensión natural de su mirada artística, una manera diferente de contar historias, esta vez a través de materiales, colores y distribuciones. Ese enfoque le permitió integrar su bagaje como intérprete, habituado a pensar en atmósferas y escenografías, con las exigencias técnicas propias de la reforma de viviendas, desde la elección de acabados hasta la optimización de la luz y del espacio. Poco a poco, el decorador fue ganando terreno al actor, hasta convertirse en la faceta central de su vida laboral, con proyectos cada vez más ambiciosos y especializados.
DE LA TELEVISIÓN A DISEÑAR CASAS DE LUJO
El resultado de ese giro vital es una carrera plenamente consolidada en el mundo del interiorismo, donde Julián González trabaja como decorador y diseñador, vinculado a proyectos de reformas integrales y a la creación de espacios residenciales que buscan un equilibrio entre comodidad, funcionalidad y cierta vocación de lujo. Su trabajo se articula a través de una empresa propia, orientada a reformas y diseño, que le permite acompañar al cliente desde la idea inicial hasta la materialización del proyecto. En este nuevo rol, el antiguo actor se mueve en un ecosistema completamente distinto al de los focos, pero mantiene vivo el componente creativo, trasladando al plano de las viviendas esa sensibilidad que antes volcaba en personajes y escenas.
Los reportajes recientes que se han interesado por su trayectoria destacan precisamente ese contraste: mientras muchos le recuerdan aún como el niño de las series, su día a día transcurre ahora entre planos, visitas de obra y decisiones sobre acabados, iluminación y distribución de espacios. Resulta llamativo comprobar cómo aquel Guille travieso ha dado paso a un profesional que gestiona presupuestos, coordina gremios y cuida cada detalle para que el resultado final refleje la personalidad de quien va a habitar la vivienda. En ese punto, su antigua fama solo aparece de forma tangencial, como anécdota que algunos clientes descubren después de haber confiado en él por la calidad de su trabajo.
LA FAMA PASADA Y LA VIDA QUE LLEVA HOY
El paso del tiempo ha hecho que la fama televisiva de González sea hoy un recuerdo entrañable más que una condición presente, lo que le permite disfrutar de una vida mucho más anónima, sin renegar de su pasado pero sin depender de él para definirse. Sigue siendo, para muchos nostálgicos, el Guille que correteaba por la botica televisiva, pero esa imagen convive ahora con la del profesional sereno que llega a una obra con muestras de materiales bajo el brazo. Esa doble identidad, entre el niño prodigio de Farmacia de guardia y el interiorista que diseña casas de alto nivel, funciona casi como un recordatorio de que las carreras artísticas pueden tener derivadas inesperadas y muy enriquecedoras.
En lugar de perseguir a toda costa la visibilidad, él ha optado por un equilibrio más discreto, donde la satisfacción llega del trabajo bien hecho y de clientes contentos, más que de audiencias millonarias o premios en prime time. Esa elección vital encaja con una generación que ha aprendido a mirar la fama con cierta distancia, valorando más la estabilidad y la coherencia personal que la permanencia constante en la conversación pública. En su caso, el reconocimiento se mide en viviendas transformadas, recomendaciones boca a boca y la tranquilidad de haber encontrado un oficio con el que se identifica plenamente.
POR QUÉ SU HISTORIA SIGUE INTERESANDO
Cada cierto tiempo, los medios rescatan la figura de Julián González para responder a la clásica pregunta de “qué fue de” aquellos actores infantiles que marcaron una época, y en su caso la respuesta resulta especialmente inspiradora para muchos lectores. Hay algo tranquilizador en comprobar que alguien que conocimos en nuestra infancia ha sabido reinventarse, encontrar otro oficio y construir una vida estable lejos del ruido constante de la exposición pública. Además, su paso al interiorismo conecta con un interés creciente por el diseño de viviendas y la mejora del hogar, ámbitos que generan mucha curiosidad y que convierten su historia en un puente entre la nostalgia televisiva y las tendencias actuales en decoración.
El niño que nos acompañaba en la pequeña pantalla ahora diseña los escenarios donde otros construirán sus propias historias cotidianas, cerrando de alguna manera el círculo entre ficción, memoria y espacios reales. Esa mezcla de recuerdo sentimental y presente profesional sólido explica por qué su nombre sigue apareciendo en reportajes y entrevistas, pese a que su día a día transcurre ya muy lejos del plató. Para muchos, su recorrido demuestra que hay vida más allá de la fama temprana y que cambiar de rumbo, aunque dé vértigo, puede llevar a destinos tan satisfactorios como inesperados.









