Este pueblo a 45 minutos de Barcelona rompe el algoritmo porque crece sin turismo masivo: castillo medieval funcional, mercado de pueblo todos los martes donde compra la gente de verdad, y arrozales donde nace la gastronomía local

La Costa Brava es una experta en colarse en nuestros planes de escapada, pero aún guarda rincones que no han sucumbido al turismo masivo y mantienen un ritmo propio, casi doméstico. Pals es uno de esos pueblos donde la vida cotidiana manda más que las cámaras de fotos, y eso se nota en sus calles y en su mercado.

Pals no remite solo un pueblo o un casco antiguo con casas de piedra y calles empedradas, sino que también es un paisaje agrícola de arrozales que llega casi hasta las dunas y el mar. Esa doble cara, medieval y agrícola, crea una atmósfera muy particular, con miradores hacia el Montgrí y las islas Medes mientras el sonido de las chicharras se mezcla con el de los tractores. Frente a otros destinos de la Costa Brava más saturados, aquí aún es posible pasear con calma y escuchar conversaciones de vecinos en la plaza.

Pals ha resistido, hasta cierto punto, la tentación de convertirse en un decorado para visitantes, y eso se nota en cómo se vive y se recorre su casco antiguo. Las rehabilitaciones respetuosas, la escala pequeña de las plazas y la presencia constante de residentes permanentes dan al pueblo un aire auténtico, lejos de la postal perfecta pero vacía. Por eso, quien llega buscando fotos se queda muchas veces por la sensación de pueblo de verdad, con colada al sol y tiendas abiertas todo el año.

UN CASCO ANTIGUO MEDIEVAL QUE SIGUE VIVO

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El núcleo histórico de Pals se organiza alrededor de una colina coronada por la iglesia de Sant Pere y los restos del antiguo castillo, con un tejido de calles estrechas y empedradas que conservan muy bien la huella medieval. Balcones con flores, arcos de piedra y pequeñas plazas escalonadas se encadenan en un recorrido corto pero intenso, donde cada esquina ofrece un punto de vista diferente hacia los campos de alrededor. No es un casco antiguo enorme, pero se disfruta precisamente porque se recorre sin prisas.

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A diferencia de otros pueblos convertidos casi en parque temático, aquí el casco antiguo mantiene vivienda habitual y vida cotidiana durante todo el año. Los comercios pequeños, algunos talleres artesanos y bares frecuentados por gente local conviven con alojamientos y restaurantes orientados al visitante, creando un equilibrio bastante razonable. Eso se percibe en detalles como los portales abiertos, las macetas cuidadas y la ausencia de grandes cadenas que rompan la escala de las fachadas.

UN CASTILLO MEDIEVAL REINVENTADO EN TORRE

El castillo de Pals tiene origen en el siglo IX y fue durante siglos una pieza clave en la defensa de este tramo del Empordà, aunque hoy solo se conserva la torre principal, conocida como la Torre de las Horas. Guerras, bombardeos y decisiones políticas llevaron a desmontar buena parte de la fortaleza, cuyas piedras se reutilizaron en la iglesia y las murallas, dejando la torre como gran testigo del conjunto. Esa cicatriz histórica explica su aspecto actual, sobrio pero muy simbólico para el pueblo.

Esa torre circular, visible desde muchos puntos de la llanura, sigue cumpliendo un papel central como referencia visual y mirador privilegiado sobre los arrozales y el macizo del Montgrí. Más que un castillo visitable con grandes salas, es un recordatorio de cómo el patrimonio se adapta y sobrevive a los conflictos, integrado hoy en un entramado urbano que mezcla muros medievales, casas restauradas y toques contemporáneos discretos. La sensación al subir hasta la parte alta es de corona de piedra abierta al paisaje.

ARROZALES QUE DEFINEN EL PAISAJE Y LA MESA

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Al bajar del casco antiguo, el paisaje cambia y aparecen las grandes llanuras de arroz que se extienden hacia la costa, formando parte del Parque Natural del Montgrí, las Islas Medes y el Baix Ter. Estos arrozales, irrigados por una red tradicional de canales, han moldeado la economía y la identidad local, hasta el punto de que el arroz de Pals cuenta con marca de garantía propia dentro del Empordà. La imagen de los campos inundados o dorados según la época del año es ya un símbolo del municipio.

Ese cultivo no es solo paisaje, sino una auténtica cultura del arroz, con campañas gastronómicas, fiestas específicas y visitas guiadas que explican el ciclo agrícola de siembra y cosecha. Molinos históricos como el Molí de Pals, documentado ya en el siglo XV, conectan el pasado agrícola con propuestas actuales de catas, talleres de cocina y experiencias para quien quiere ir más allá de la simple foto entre campos. Todo ello mantiene un vínculo fuerte entre productores, restauradores y visitantes curiosos.

EL MERCADO DE LOS MARTES COMO TERMÓMETRO LOCAL

Uno de los mejores momentos para tomar el pulso real al pueblo es el mercado semanal de los martes, que se monta por la mañana en la avenida Europa, frente al pabellón polideportivo. Puestos de fruta, verdura, embutidos, quesos, ropa y pequeños complementos se despliegan durante unas horas, atrayendo tanto a vecinos de Pals como a gente de poblaciones cercanas que aprovechan para hacer compra y ponerse al día. No es un mercado enorme, pero sí genuino y muy arraigado.

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Lo interesante de este mercado es que no vive únicamente del turista ocasional, sino que cumple una función práctica en la vida semanal del municipio. Productores locales encuentran aquí un canal directo de venta, y quienes se alojan unos días en la zona pueden integrarse fácilmente en esa rutina, llenando la cesta con productos de temporada para cocinar luego en su apartamento o casa rural. Esa mezcla de necesidades diarias y curiosidad visitante define bien el carácter de Pals.

GASTRONOMÍA DE ARROZ, HUERTA Y MAR

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La cocina de Pals gira de forma natural alrededor del arroz, que se combina con productos de la huerta cercana y pescado de la Costa Brava para crear platos con mucho arraigo, desde arroces caldosos hasta versiones mar y montaña. Restaurantes del municipio participan en campañas y jornadas dedicadas a este cereal, donde se proponen menús especiales y degustaciones que ponen en valor la materia prima local. Es una forma muy directa de entender por qué el paisaje agrícola está tan presente en cada cucharada.

Más allá del arroz, la oferta gastronómica incorpora verduras frescas, legumbres, aceite de la zona y elaboraciones tradicionales que se actualizan sin perder su base casera. En fechas señaladas se celebran ferias, festivales gastronómicos y eventos que llenan el casco antiguo de paraditas, showcookings y actividades pensadas tanto para foodies como para familias. Así, comer en Pals se convierte casi en otra forma de recorrer el pueblo, pasando del campo al plato en muy pocos kilómetros.

PALS COMO ESCAPADA TRANQUILA DESDE BARCELONA

La ubicación de Pals, a unos 130 kilómetros de Barcelona por carretera, lo convierte en una escapada muy manejable para un día largo o un fin de semana, combinando visita cultural, paseos por los arrozales y, si apetece, un salto hasta la playa. La conexión por autopista y carreteras comarcales es sencilla, y muchos viajeros aprovechan para enlazar el pueblo con otros puntos del Empordà en una misma ruta. Esto facilita descubrir la zona sin depender de grandes paquetes turísticos.

A nivel de ambiente, Pals resulta especialmente agradable fuera de los picos de verano, cuando el turismo se reparte mejor y el pueblo recupera un ritmo aún más pausado. En primavera y otoño, la luz sobre los campos de arroz y la temperatura invitan a caminar, sentarse en terrazas tranquilas y alargar la sobremesa sin agobios. Es una escapada ideal para quienes buscan un equilibrio entre encanto medieval, vida local real y naturaleza cercana sin masificar.

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