El cáncer infantil deja claro que el ejercicio continuado es clave para el bienestar de quienes lo superan

Superar el cáncer infantil no significa que hay que dejar de cuidarse, por el contrario, según muchos expertos, lo más importante comienza cuando se da de alta, pues los músculos y el corazón necesitan recuperarse de lo que el tratamiento debilitó.

El cáncer infantil vuelve a recordarnos que la recuperación no termina cuando finaliza el tratamiento, y que el cuerpo de quienes lo han superado sigue necesitando cuidados constantes para mantenerse fuerte. En los últimos años, los especialistas han insistido en que la actividad física no es un complemento opcional, sino una herramienta imprescindible para que estos niños crezcan con menos secuelas y con un corazón más resistente. El cáncer infantil plantea desafíos que no siempre se ven a simple vista, pero que afloran cuando se analiza cómo corren, cómo saltan o cómo responden sus músculos después de todo lo vivido.

Esa es precisamente la mirada que ha aportado un equipo de la Universidad Europea, al demostrar que el ejercicio continuado marca una diferencia real en la salud de los supervivientes. El cáncer infantil, aun cuando queda atrás, deja una huella que puede mitigarse si el movimiento se incorpora como parte del tratamiento a largo plazo. Los investigadores recuerdan que estos pequeños suelen presentar un engrosamiento de la pared del ventrículo izquierdo, un aviso temprano de cardiotoxicidad, y que la única forma de frenar ese proceso es mantener una rutina donde el ejercicio aeróbico y la fuerza trabajen de la mano.

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El ejercicio es una herramienta terapéutica muy importante para los supervivientes de cáncer infantil

“El ejercicio es indispensable”. Fuente: Freepik

Los expertos explican que las antraciclinas y la radioterapia debilitan el músculo cardíaco, mientras que el ejercicio provoca justo lo contrario, lo refuerza y ayuda a que la contracción vuelva a ser eficaz. Por eso insisten en que no se trata de que el niño haga deporte de manera puntual, sino de convertirlo en parte de su vida diaria. Alejandro Lucía, líder del estudio, lo resume diciendo que este hábito no cura de un día para otro, pero sí marca el futuro, porque preserva la fracción de eyección y mejora la deformación cardíaca, esa señal fina que permite detectar daños antes de que aparezcan los primeros síntomas.

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Durante cuatro años, 126 supervivientes han sido seguidos y comparados con niños sanos, y según el patrón los que más se mueven muestran mayor fuerza y un corazón con menos remodelado adverso. El cáncer infantil no puede frenarse con una pastilla después de la curación, pero sí con una rutina bien guiada que haga del movimiento una especie de medicina invisible, algo que se practica sin pensarlo mientras se juega o se pedalea camino al colegio.

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