El Lepanto fue varado en Carboneras: destructor español guiado erróneamente por radar y encalló en Almería en 1977

A mediados de los años setenta, la Armada española vivió uno de esos episodios que nadie olvida fácilmente. Durante unas maniobras con aliados, un moderno destructor terminó encallado frente a la costa almeriense, ante la mirada atónita de marinos y vecinos.

Carboneras fue escenario en 1977 de uno de los accidentes navales más comentados de la Armada, cuando el destructor Lepanto acabó embarrancado juntoa su costa. Ocurrió el 15 de abril, durante las maniobras anfibias PHIBLEX 4-77, desarrolladas junto a unidades estadounidenses en el Mediterráneo occidental. Un error de apreciación en el uso del radar condujo al buque demasiado cerca de tierra, hasta dejarlo literalmente subido sobre las rocas.

Aquel encallamiento no ocurrió en plena guerra, sino en un contexto de entrenamiento rutinario, lo que acentuó la sensación de incredulidad entre los mandos. Las imágenes del casco inclinado, con el mar rompiendo alrededor, se grabaron en la memoria de muchos marinos. Para Carboneras y la costa de Almería, el incidente se convirtió en una anécdota histórica, comentada durante años en bares, muelles y casas de pescadores.

UN DESTRUCTOR SÍMBOLO DE UNA ARMADA EN CAMBIO

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El Lepanto pertenecía a una generación de destructores que simbolizaba la modernización de la Armada española en plena Guerra Fría. Procedente de la ayuda militar estadounidense, reunía potencia de fuego, velocidad y electrónica avanzada para la época. Sus líneas afiladas y su presencia en ejercicios internacionales transmitían imagen de profesionalidad y adaptación a los nuevos tiempos. Precisamente por eso, su accidentado destino aquella jornada resultó tan chocante.

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A bordo viajaban cientos de marinos acostumbrados a convivir con guardias eternas, ruido de máquinas y órdenes secas por megafonía. La rutina de maniobras solía alternar momentos de tensión con largos periodos de espera, en los que la confianza en los sistemas se convertía en compañera silenciosa. Muchos de ellos jamás habrían imaginado que, en cuestión de minutos, pasarían de seguir un rumbo aparentemente seguro a notar el casco temblar al chocar contra el fondo.

LAS MANIOBRAS PHIBLEX 4-77 EN EL MEDITERRÁNEO

Las maniobras PHIBLEX 4-77 buscaban poner a prueba la coordinación entre buques españoles y estadounidenses en operaciones anfibias, con desembarcos simulados y escoltas de cubierta. Durante varios días, el Mediterráneo se llenó de buques, helicópteros y lanchas, reproduciendo un escenario de conflicto realista. En ese contexto, cada unidad tenía un papel concreto, y el Lepanto actuaba como pieza clave dentro de la pantalla de protección.

La presión por cumplir los programas de ejercicio, respetar horarios y ejecutar movimientos precisos aumentaba la carga sobre los equipos de navegación. La noche, la fatiga acumulada y la confianza en los datos proporcionados por el radar formaban un cóctel delicado. Lo que sobre el papel era una maniobra controlada, en la práctica dependía de decisiones humanas tomadas a gran velocidad, con información que, como se demostraría, no siempre se interpretó correctamente.

CUANDO EL RADAR SE CONVIRTIÓ EN TRAMPA

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El origen del accidente estuvo en una apreciación errónea de la información del radar, que llevó al Lepanto a creer que navegaba a una distancia segura de la costa. En realidad, el buque iba acercándose peligrosamente a tierra, confiando más en la pantalla que en la observación directa y en otros medios tradicionales. Nadie imaginó que, en cuestión de instantes, la seguridad aparente se transformaría en un golpe seco contra el fondo.

La tecnología, que debía ser aliada, terminó siendo un factor de riesgo al combinarse con cansancio, rutina y quizá exceso de confianza. En el puente, los mandos debieron enfrentar esa mezcla de sorpresa y responsabilidad que acompaña a cualquier incidente grave. Después, vendrían los análisis y los informes, pero en aquel momento solo importaba frenar los daños, asegurar a la dotación y evitar que la situación derivara en una tragedia mayor.

EL LEPANTO VARADO EN CARBONERAS

Cuando el Lepanto tocó fondo frente a la costa, el estruendo y la vibración recorrieron todo el buque, dejando claro que algo muy serio había ocurrido frente a Carboneras. El destructor quedó varado, con parte del casco apoyado sobre las rocas, mientras el mar golpeaba continuamente su estructura. Los marinos, muchos de ellos jóvenes, sintieron una mezcla de miedo, incredulidad y alivio al comprobar que, pese al desastre material, no había víctimas mortales.

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Desde tierra, vecinos y pescadores de Carboneras observaron con asombro la silueta del buque inmóvil, tan cerca de la costa como para romper la imagen habitual del horizonte. Aquella estampa convirtió por unas horas a la localidad en escenario de una escena casi cinematográfica. Para la Armada, en cambio, el panorama era muy distinto: un destructor moderno, gravemente dañado, servía de recordatorio visible de lo frágil que puede ser cualquier planificación.

DAÑOS, RESCATE Y REMOLQUE DEL DESTRUCTOR

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El encallamiento dejó el casco gravemente dañado, afectando también a la propulsión y a buena parte de los sistemas electrónicos del Lepanto. Los ingenieros sabían que, aunque se lograra reflotarlo, el buque no volvería a ser exactamente el mismo. Antes de pensar en reparaciones, hubo que evaluar riesgos de entrada de agua, posibles vertidos y estabilidad general para evitar que una mala maniobra convirtiera el incidente en pérdida total.

Las operaciones de rescate se prolongaron durante horas, aprovechando mareas y apoyos de otros buques y remolcadores especializados. Cada movimiento se calculaba con extremo cuidado, coordinando órdenes desde el mar y tierra. Finalmente, el Lepanto pudo ser liberado del fondo y llevado a remolque hacia un puerto donde afrontar reparaciones y diagnósticos más detallados. Pese al éxito técnico del rescate, el episodio marcó para siempre la hoja de servicios del destructor.

CARBONERAS Y LA COSTA QUE NUNCA OLVIDARON

En Carboneras, aquel día de 1977 quedó fijado en la memoria colectiva como una historia que se transmite entre generaciones, mezclando datos, anécdotas y pequeños recuerdos personales. Para muchos vecinos, ver un destructor encallado tan cerca de la playa fue casi tan impactante como cualquier temporal fuerte. Con el tiempo, el relato del Lepanto se unió a otras historias locales, alimentando la identidad marinera del municipio.

La costa de Carboneras, habitualmente asociada a pesca, turismo y paisajes del Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar, sumó así un capítulo inesperado a su crónica. No se trató de un naufragio clásico, pero sí de un recordatorio de que el mar, incluso en días aparentemente tranquilos, no admite descuidos. Para la gente del lugar, la anécdota sirve también para relativizar la confianza ciega en cualquier máquina, por sofisticada que parezca.

LECCIONES QUE QUEDARON PARA LA ARMADA

Para la Armada española, el encallamiento del Lepanto se convirtió en un caso de estudio sobre cómo un error de interpretación puede desencadenar una cadena de fallos en cuestión de minutos. Los informes posteriores insistieron en la necesidad de combinar siempre la información electrónica con la observación directa y la experiencia marinera. No bastaba con confiar en lo que decía una pantalla; hacía falta contrastar, dudar y verificar.

Con los años, la cultura de seguridad y el entrenamiento de las dotaciones evolucionaron, incorporando incidentes como este a la formación de nuevas generaciones de oficiales y marineros. El nombre del Lepanto, más allá de sus campañas y ejercicios, quedó ligado a esa lección sobre humildad profesional frente al mar. A fin de cuentas, la mejor enseñanza que dejó el varado frente a la costa almeriense fue recordar que ninguna tecnología sustituye al buen juicio humano.

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