El dolor de cabeza puede convertirse en un curioso aviso meteorológico para muchas personas, una especie de señal previa que anuncia que algo está cambiando en el ambiente. Aunque a primera vista suene a creencia popular, lo cierto es que este fenómeno tiene bases fisiológicas reales y aparece con más frecuencia de lo que se piensa, especialmente entre quienes conviven con alguna dolencia crónica. A veces, el dolor de cabeza se instala con suavidad, como un recordatorio silencioso de que la atmósfera está moviéndose, de que una borrasca se aproxima o que la presión empieza a caer.
Porque más allá del folclore y las frases que se repiten en cada cambio de tiempo, el dolor de cabeza se convierte en el síntoma más evidente de que los cambios atmosféricos sí repercuten en la salud. Las personas mayores suelen comentarlo con naturalidad, pero también afecta a jóvenes o adultos sanos, solo que en ellos pasa más desapercibido. La presión atmosférica baja, los vasos sanguíneos se dilatan y el cuerpo reacciona; a veces con un leve malestar, otras con un dolor punzante que recuerda al que se siente al subir a una montaña, al viajar en avión o incluso al bucear.
1El clima aprieta el cuerpo y este lo demuestra con dolor de cabeza
Para entender por qué el tiempo afecta tanto, conviene pensar en cómo reacciona el organismo cuando llega el frío o aumenta la humedad. No solo surge el dolor de cabeza, sino también molestias articulares o esa sensación de “dolor en los huesos” que, en realidad, nace en las articulaciones. Con las bajas temperaturas, músculos, tendones y ligamentos pierden elasticidad, algo que aumenta la tensión articular. A esto se suman los cambios en la presión atmosférica. Cuando son bruscos, el líquido sinovial, que es el que lubrica las articulaciones, se expande, generando incomodidad, rigidez o dolor, sobre todo en quienes padecen enfermedades reumáticas.
Aun así, no hay que caer en el error de pensar que el clima provoca dolencias nuevas. Lo que hace, más bien, es intensificar las existentes o acentuar síntomas que ya estaban ahí. En personas sanas, estos cambios pasan casi inadvertidos, aunque siguen presentes. En quienes tienen una sensibilidad especial, ya sea por una lesión previa o por una enfermedad crónica, la meteorología puede convertirse en un detonante cotidiano.






