Portugal tiene la habilidad de sorprender incluso cuando uno cree haber recorrido ya todos sus rincones. A veces basta con dejarse llevar por el ritmo tranquilo del río Duero para descubrir lugares que parecen detenidos en otra época, con viñedos que caen suaves por las laderas y barquitos que avanzan sin prisa. Portugal guarda en el corazón del Douro Vinhateiro uno de esos enclaves que enamoran a primera vista, un pueblo diminuto que mezcla historia, tradición y un paisaje que parece pintado más que real.
Ese lugar es Pinhão, un punto pequeño en el mapa que, sin embargo, ofrece una de las experiencias más envolventes del norte de Portugal. Allí, entre terrazas de cultivo, casitas blancas y aromas a vino, el viajero encuentra un ambiente cálido y auténtico. Y no hace falta buscar grandes monumentos, porque lo que lo convierte en un destino especial es la armonía entre su naturaleza, sus construcciones modestas y ese aire antiguo que se respira en cada rincón.
1El puente de Eiffel y la estación más hermosa de Portugal
Pinhão tiene dos construcciones que no se pueden pasar por alto. La primera es el puente metálico diseñado por Gustave Eiffel, que cruza el Duero con una elegancia industrial imposible de ignorar. Desde allí, Portugal se muestra en uno de sus paisajes más impresionantes, con los viñedos extendiéndose en terrazas y los rabelos navegando como si aún transportaran barricas rumbo a Oporto, tal como lo hacían en el pasado.
La estación de tren es la otra joya del pueblo y, según muchos viajeros, una de las más bonitas de Portugal. El tren llegó a Pinhão en 1890 y eso transformó por completo su vida. El edificio, decorado en 1937, luce más de 3.000 azulejos diseñados por el pintor J. Oliveira. En ellos se representan escenas del trabajo vinícola, como vendimias, pisado de la uva, rabelos cargados de vino y campesinos que retratan otra época.






