TVE vivió en los noventa una etapa en la que los programas de sucesos y los reportajes de crónica negra se colaban sin complejos en el prime time. En ese contexto apareció el caso de José Tojeiro, presentado casi como una historia más de engaños y robos, sin demasiadas pretensiones. Sin embargo, la forma de contarlo, su acento gallego marcado y sus giros lingüísticos hicieron que aquello se pareciera más a un monólogo involuntario que a una simple denuncia.
Lo que nació como un reportaje de un espacio de casos reales de TVE terminó generando un fenómeno que tardó años en entenderse como “viral”, cuando ese término ni siquiera se usaba. El trozo del testimonio de Tojeiro empezó a circular en cintas, recopilatorios de zapping y, más tarde, por correo electrónico y foros. Cuando el vídeo llegó a YouTube a mediados de los 2000, una nueva generación lo abrazó como reliquia de la tele cutre española.
Más allá de la broma, detrás de “droja en el colacao” había una persona con nombre, apellido y una vida hecha de emigración, trabajo duro y soledad. José Tojeiro Díaz nació en Cariño, un pequeño pueblo de la costa de A Coruña, y como tantos gallegos de su generación se marchó a Suiza para ganarse la vida. Con los años volvió a Galicia con algunos ahorros, esperando una jubilación tranquila, hasta que aquella historia con tres mujeres cambió para siempre su destino mediático.
ASÍ FUE SU RELATO
Su relato ante las cámaras giraba en torno a un supuesto timo: tres mujeres a las que describía como prostitutas entraban en su casa, le ofrecían compañía y, mientras una lo entretenía, las otras aprovechaban para registrar en busca de dinero. Él estaba convencido de que le habían robado casi cuatro millones de pesetas, una cifra muy importante para un pensionista de pueblo. A partir de ahí llegaron la denuncia, la investigación policial y, sobre todo, la invitación a explicar su versión en televisión.
Con el paso del tiempo, Tojeiro siguió volviendo una y otra vez sobre aquella noche, convencido de que había sufrido algo más que un simple robo. Veía complots, encubrimientos y misterios donde probablemente solo hubo un delito común, pero su manera de razonar y expresarse lo hacía irresistible para los guionistas de la pequeña pantalla. Ese cóctel de ingenuidad, desconfianza y frases imposibles fue el que lo convirtió, sin quererlo, en personaje.
UN TESTIMONIO QUE MARCÓ UNA ÉPOCA
Aquel reportaje se emitió en 1993 dentro de un espacio de sucesos de la televisión pública, en plena fiebre por los casos reales y los crímenes sin resolver. Era la época de los platós llenos de humo, reconstrucciones dramatizadas y presentadores con gabardina, donde se mezclaban periodismo, espectáculo y morbo sin demasiadas líneas rojas. En ese paisaje, un anciano con boina que desgranaba su desgracia con expresiones imposibles encajaba demasiado bien como para pasar desapercibido.
Lo que rompió el molde no fue tanto lo que contaba, sino cómo lo hacía. Su manera de hilar frases, las confusiones de palabras y ese tono entre ofendido y resignado generaban una comicidad que chocaba con la gravedad del delito que narraba. El espectador no sabía si indignarse por el robo o reírse por la forma de relatarlo, y ahí nació el embrujo de ese fragmento.
QUIÉN ERA JOSÉ TOJEIRO DÍAZ
Detrás del meme había un vecino de carne y hueso, que terminó sus días en una residencia de ancianos en Narón, cerca de Ferrol, después de toda una vida de trabajo lejos de casa. Sus conocidos lo describían como un hombre solitario, algo desconfiado y muy marcado por la experiencia de la emigración y la pérdida de sus ahorros. Murió en 2015, a los 80 años, sin haber recuperado nunca el dinero que decía que le habían robado.
Para entender por qué su testimonio impactó tanto, también hay que mirar a su forma de hablar. Mezclaba gallego y castellano, se trababa con términos que no dominaba y buscaba palabras cultas sin llegar a ellas, generando combinaciones lingüísticas inesperadas que hacían sonreír incluso a quien no quisiera reírse de él. Esa mezcla de ternura, torpeza y obstinación lo convirtió, a ojos del público, en un personaje entrañable y tragicómico al mismo tiempo.
CÓDIGO UNO Y LA TELE DE SUCESOS EN TVE
El caso de Tojeiro se contó en “Código Uno”, un programa de sucesos emitido por TVE y presentado por el escritor Arturo Pérez-Reverte, que mezclaba investigación periodística y dramatizaciones de casos reales. El espacio pretendía acercar al gran público historias criminales complejas, pero lo hacía con un envoltorio muy noventero, entre serio y sensacionalista. Ese contraste explicaría en parte por qué un testimonio tan peculiar pudo saltar a la fama a través de un formato que, en teoría, iba de rigor informativo.
En aquellos años, la televisión pública competía con las privadas en búsqueda de audiencia, y TVE no dudaba en subir el tono de sus contenidos de sucesos. Historias como la de Tojeiro salían en horario de máxima audiencia, acompañadas de recreaciones, música dramática y comentarios que hoy sonarían exagerados. Vista con perspectiva, esa mezcla de servicio público y espectáculo fue el caldo de cultivo perfecto para que la escena acabara convertida en un referente de la “tele cutre”.
DEL SUCESO LOCAL AL PRIMER VÍDEO VIRAL
Mucho antes de que existieran las redes sociales, el fragmento del testimonio de Tojeiro empezó a circular de mano en mano en cintas de VHS y recopilatorios caseros de momentos surrealistas de la tele. Más tarde, los programas de zapping de finales de los noventa y principios de los 2000 rescataron el vídeo sin parar, hasta convertirlo en sección casi fija. La gente lo grababa, lo comentaba en bares y lo imitaba, sin que el protagonista fuera realmente consciente de esa fama.
Cuando por fin el vídeo llegó a plataformas como YouTube, a mediados de los dos mil, muchos medios lo bautizaron como el primer gran viral de España. Una generación que no lo había visto en directo descubrió de golpe aquella estética de imagen gastada, rótulos sencillos y entrevistas desaliñadas. En paralelo, TVE y otras cadenas empezaron a mirar con cierto pudor esos archivos, conscientes de que representaban una forma de hacer televisión que ya no encajaba con su imagen actual.
DE BROMA PRIVADA A LENGUAJE POPULAR
El chiste dejó pronto de ser solo un vídeo para convertirse en un modo de hablar: frases inspiradas en aquel testimonio pasaron al repertorio de bromas generacionales, se colaron en sketches, foros y hasta en campañas de publicidad encubiertas. Decir que alguien “lleva droja en el colacao” pasó a ser una forma de señalar situaciones absurdas, sospechosas o directamente increíbles. El lenguaje cotidiano adoptó así una muletilla nacida en un rincón periférico de la programación de TVE.
Con el tiempo aparecieron canciones, montajes y remix del vídeo, cada uno más exagerado que el anterior, que terminaron de fijar el mito. Ese nuevo ciclo de fama ya se produjo en pleno auge de internet, lejos de los primeros pases en la vieja televisión lineal. Paradójicamente, cuanto más cambiaban las pantallas, más servía aquel clip para recordar cómo era la tele española cuando TVE dominaba casi todo el paisaje audiovisual.
POR QUÉ AQUEL MOMENTO SIGUE SIENDO TELE CUTRE DE CULTO
Hoy el testimonio de Tojeiro se ve con una mezcla de nostalgia, vergüenza ajena y cariño, como una postal de una España que ya no existe, pero de la que quedan muchos tics. En apenas unos minutos se concentran la estética barata de los noventa, el morbo por los sucesos, el humor involuntario y una cierta desprotección del entrevistado que hoy generaría debates éticos intensos. Por eso, más que simple meme, funciona como espejo de una manera de contar la realidad.
Ese fragmento también ayuda a explicar la transición desde una televisión más ingenua, dominada por formatos rígidos, a una cultura audiovisual donde cualquier momento puede convertirse en broma eterna. El caso de Tojeiro anticipó, sin quererlo, el destino de tantas personas convertidas en virales por un instante extraño grabado por cámaras de TVE o de cualquier otra cadena. Quizá por eso sigue volviendo una y otra vez a nuestras pantallas, recordándonos que la frontera entre drama y chiste en televisión siempre fue peligrosamente delgada.








