Nunca antes se había visto un amanecer tan convulso en las costas gallegas como el que provocó la Operación Nécora aquel 12 de junio de 1990. El estruendo de los rotores y las sirenas rompió la habitual calma de la ría, sacudiendo a los vecinos de la cama con una sensación de irrealidad cinematográfica. Fue un momento decisivo porque un despliegue coordinado de helicópteros y agentes de élite tomó por asalto las propiedades de los capos. Lo que hasta entonces eran rumores a voces en los bares de Vilanova o Cambados se transformó en una intervención estatal de primera magnitud para frenar la sangría de la droga.
La magnitud de la Operación Nécora radicaba no solo en el número de detenidos, sino en el mensaje contundente que enviaba al crimen organizado. Los señores del tabaco, que habían dado el salto a sustancias más peligrosas, descubrieron esa mañana que su reinado de terror y silencio tenía fecha de caducidad. Ocurrió entonces que los intocables dueños de la ría pasaron a ser delincuentes comunes, esposados frente a sus familias. La imagen de los patriarcas siendo introducidos en furgones policiales marcó un antes y un después en la conciencia colectiva de una generación castigada por la heroína.
EL DESPERTAR MÁS BRUSCO DE LA HISTORIA DE AROUSA
La estrategia diseñada desde la Audiencia Nacional implicaba un factor sorpresa absoluto, movilizando a efectivos que no tenían ninguna vinculación con la zona para evitar filtraciones. Los policías nacionales, llegados expresamente desde la capital, desconocían a quién iban a detener hasta el último segundo, garantizando así la limpieza del operativo. Sucedió que cientos de funcionarios ajenos a las corruptelas locales irrumpieron en las casas con órdenes judiciales tajantes. Esta «invasión» foránea fue la única manera de asegurar que los tentáculos de los clanes no pudieran sabotear la acción de la justicia antes de empezar.
Aquella fecha quedó grabada a fuego porque supuso el fin de la convivencia pacífica entre la sociedad civil y los clostos del narcotráfico en Galicia. Nadie podía creer lo que veían sus ojos al asomarse a la ventana y contemplar aquella caravana de vehículos oficiales bloqueando las carreteras comarcales. Era evidente que nadie en los pueblos costeros entendía qué hacían allí tantos furgones policiales rompiendo la niebla matinal. El mito de que en Galicia nunca pasaba nada, o de que los contrabandistas eran simples benefactores locales, se desmoronó en cuestión de horas ante la contundencia de los hechos.
GARZÓN Y EL GOLPE DE EFECTO MEDIÁTICO
La figura del juez Baltasar Garzón emergió de la Operación Nécora con un aura de «superjuez» que le acompañaría durante el resto de su carrera profesional. Su decisión de dirigir el operativo sobre el terreno, pisando el barro gallego, otorgó una visibilidad y una legitimidad a la redada que resultaron vitales para su éxito inicial. Fue impactante ver cómo la imagen del magistrado bajando del coche oficial se convirtió en un icono de la lucha contra el crimen. Aquella valentía institucional sirvió para que muchos ciudadanos perdieran el miedo a señalar a quienes se habían enriquecido envenenando a la juventud.
Sin embargo, nada de esto habría sido posible sin la colaboración de Ricardo Portabales y Manuel Padín, los arrepentidos que tiraron de la manta. Sus declaraciones permitieron dibujar el mapa completo de las organizaciones criminales, conectando nombres, rutas y blanqueo de capitales que la policía sospechaba pero no podía probar. La realidad es que el testimonio de un arrepentido fue la llave maestra que abrió todas las puertas de las mansiones fortificadas. Gracias a estas confesiones, la instrucción pudo sostenerse y justificar las detenciones de figuras que hasta ese momento se consideraban por encima del bien y del mal.
DE LOS PAZOS DE LUJO A LOS CALABOZOS
Entre los detenidos destacaba Laureano Oubiña, cuyo arresto en el Pazo Baión se convirtió en el símbolo visual de la caída de los dioses del contrabando. La arrogancia con la que se manejaban estos capos, acostumbrados a comprar voluntades y silencios, chocó frontalmente con la frialdad de los grilletes y la determinación policial. Recordamos cómo el patriarca del clan se mostraba desafiante y altivo ante las cámaras de televisión que grababan su detención. Esa actitud chulesca, lejos de amedrentar al Estado, sirvió para espolear aún más la indignación de una sociedad harta de ver cómo el dinero sucio lo compraba todo.
La Operación Nécora puso al descubierto el nivel de vida obsceno que llevaban estos individuos, con flotas de coches deportivos y propiedades que no se correspondían con sus negocios legales. La ostentación había sido su gran error, creyéndose impunes en un feudo donde ellos dictaban la ley y el orden al margen de la Constitución. Se demostró que la exhibición desmedida de riqueza había terminado por delatar sus verdaderas y oscuras actividades ilícitas. Pasar de conducir un Ferrari por las carreteras de Cambados a dormir en una celda de aislamiento fue un choque de realidad brutal para estos nuevos ricos.
LAS MADRES QUE ROMPIERON EL MIEDO
Mientras la policía actuaba, en la calle se libraba otra batalla fundamental protagonizada por las madres de la asociación Érguete, lideradas por Carmen Avendaño. Ellas fueron el alma moral de esta lucha, señalando con el dedo a los culpables mucho antes de que la justicia se atreviera a actuar contra ellos. Ocurrió que un grupo de mujeres valientes y desesperadas decidió plantar cara a los poderosos barones de la droga sin importar las consecuencias. Su grito de auxilio y denuncia constante creó el caldo de cultivo social necesario para que el Estado interviniera con toda su fuerza en la región.
El apoyo popular a la Operación Nécora fue masivo, transformando la percepción que se tenía de los narcos: de «buenos vecinos» pasaron a ser los verdugos de una generación. Las manifestaciones frente a los pazos y los juzgados demostraron que el miedo había cambiado de bando y que la sociedad gallega ya no estaba dispuesta a callar. Vimos cómo el pueblo gallego comenzó a ver a los antiguos contrabandistas como una amenaza real para el futuro de sus hijos. Esa presión social fue el combustible que mantuvo viva la llama de la investigación durante los largos años de instrucción judicial que siguieron.
EL JUICIO TELEVISADO QUE PARALIZÓ EL PAÍS
Años después de la redada, el juicio en la Casa de Campo de Madrid se convirtió en un evento mediático sin precedentes, con los acusados sentados en una «pecera» de cristal. Toda España pudo poner cara y voz a los nombres que habían llenado las portadas de los periódicos, asistiendo a un espectáculo judicial que parecía sacado de una película. La audiencia se disparó porque millones de españoles siguieron en directo las declaraciones esperpénticas de los capos gallegos intentando justificar lo injustificable. Aquellas sesiones revelaron la soez y la falta de escrúpulos de unos personajes que se habían lucrado con la muerte ajena.
Aunque las sentencias finales de la Operación Nécora no fueron tan duras como se esperaba para todos los implicados, el efecto psicológico fue devastador para el narco. Se había demostrado que el Estado tenía herramientas para perseguirlos, incautar sus bienes y sentarlos en el banquillo, rompiendo para siempre su sensación de invulnerabilidad. Lo cierto es que aunque muchas condenas fueron leves el mito de la impunidad absoluta se había roto para siempre en Galicia. La justicia había entrado en las rías para quedarse, y los clanes tuvieron que replegarse y sofisticar sus métodos para sobrevivir.
LA HERENCIA ENVENENADA DE AQUELLA NOCHE
La redada obligó a los narcotraficantes a reestructurarse, volviéndose más discretos, más violentos y más profesionales para evitar nuevos golpes policiales de esta magnitud. El tráfico de hachís y cocaína no desapareció, pero perdió esa visibilidad impune y folclórica que había caracterizado la época dorada de los grandes capos. Lamentablemente la reconversión forzosa del negocio trajo una violencia subterránea y una degradación social hasta entonces desconocidas en la zona. Los clanes aprendieron la lección: el dinero y el poder debían moverse en las sombras, lejos de los focos que atrajo Garzón.
Hoy, al recordar la Operación Nécora, no solo vemos una acción policial, sino el momento en que la democracia española afirmó su autoridad sobre un territorio que amenazaba con convertirse en una ‘narcocomunidad’. Aquella madrugada de junio sigue siendo un referente en la lucha contra el crimen organizado y un recordatorio de que la ley puede llegar a cualquier rincón. Finalizamos sabiendo que aquella redada histórica marcó un punto de no retorno decisivo en la interminable lucha contra el narco gallego.








