Los casos de corrupción y el #MeToo interno están cercando al PSOE y desbordando al Gobierno, temeroso del calendario electoral autonómico que se le avecina bajo el calculado control del Partido Popular.
La formación conservadora toma aire pese a la falta de entusiasmo que despierta entre la ciudadanía Alberto Núñez Feijóo, la criticada posición del partido respecto al genocidio perpetrado por Israel, la presuntamente delictiva gestión de la crisis de la DANA, los escándalos que salpican al entorno de la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso, y el auge de Vox a lomos de su discurso xenófobo.
En ese contexto, con una legislatura cada vez más erosionada y un clima político marcado por la pérdida de confianza interna y externa, distintas sensibilidades de la izquierda observan ya posibles relevos en sus respectivos espacios.
Nombres como Salvador Illa y Gabriel Rufián empiezan a aparecer con insistencia en conversaciones estratégicas y sondeos internos. El pesimismo se abre paso entre dirigentes socialistas y aliados parlamentarios.
Varios cargos consultados describen la situación como «crítica», con la sensación de que el Ejecutivo afronta un «naufragio inminente». El horizonte temporal es incierto: algunos creen que el desgaste podría precipitar un adelanto electoral en cuestión de semanas, mientras otros consideran que el gabinete podría prolongar su resistencia hasta agotar la legislatura.
En ambos escenarios, admiten que la analogía con el final del felipismo, marcado por un goteo incesante de escándalos, empieza a sobrevolar las conversaciones internas. La principal diferencia respecto a aquella etapa es el cuadro electoral.
Según fuentes socialistas conocedoras de los estudios demoscópicos encargados por Moncloa, el bloque de investidura podría desplomarse hasta la horquilla de los 140 escaños, lo cual otorgaría un cómodo escenario para el PP y la formación ultraderechista Vox, aparentemente indemne por las sombras económicas de la organización juvenil afín Revuelta.
La posibilidad de que España se sume a la lista de países europeos donde la derecha y la ultraderecha copan la primera y segunda posición electoral inquieta a una parte del espacio progresista, que teme una legislatura sin contrapesos ideológicos.
Ese temor ha reactivado el debate sobre la necesidad de una «revisión ética y estratégica» en el PSOE y, paralelamente, de una recomposición a la izquierda del partido, un espacio hoy debilitado y fragmentado.
Las mismas fuentes apuntan a que, en los sondeos encargados en las últimas semanas por La Moncloa, dos nombres emergen con claridad en cada bloque: Salvador Illa, por el lado socialista, y Gabriel Rufián, por parte de la izquierda más allá del PSOE.
ILLA, ‘GESTOR FIABLE’
Salvador Illa aparece consistentemente como el dirigente mejor valorado dentro del espacio socialista cuando se pregunta por posibles relevos si Pedro Sánchez optara por hacerse a un lado. Aunque se trata de un escenario que la dirección federal evita comentar en público, internamente se discuten alternativas que permitan rebajar el nivel de exposición del actual presidente o reordenar la oferta electoral.
A Illa se le atribuye el perfil de ‘gestor fiable’, que es una imagen que se consolidó durante su etapa al frente del Ministerio de Sanidad en la pandemia y que se ha reforzado después de asumir la presidencia de la Generalitat de Catalunya.
Pese a no ser considerado un dirigente especialmente carismático, su figura transmite estabilidad en un momento de desgaste institucional. Para algunos sectores del PSOE, se trataría de la principal baza electoral del partido en caso de un cambio de liderazgo. No obstante, no es la única opción.
Dirigentes territoriales advierten del creciente tirón interno del ministro Óscar Puente, cuya presencia mediática y discurso vehemente han ganado notoriedad en las bases. Su perfil, sin embargo, no despierta el consenso transversal que sí obtiene Illa en los sondeos.
RUFIÁN, REFERENTE TRANSVERSAL EN UN ESPACIO FRAGMENTADO
Más allá del PSOE, los estudios demoscópicos recogidos por Moncloa muestran una tendencia llamativa: Gabriel Rufián es hoy mejor valorado en la izquierda estatal que dentro del propio independentismo catalán al que pertenece.
Su trayectoria en el Congreso, marcada por intervenciones centradas en asuntos de interés general, ha consolidado su perfil entre votantes progresistas no independentistas. Tras la salida del jeltzale Aitor Esteban de la primera línea del Congreso, algunos analistas parlamentarios consideran que Rufián se ha convertido en una de las voces percibidas como «más sensatas» en la Cámara Baja.

El ascenso de su valoración coincide con un momento especialmente delicado para Sumar, que atraviesa una crisis profunda. Dirigentes de la coalición y sus socios territoriales describen su situación como «carbonizada»: participación plena en el Gobierno pero escasa capacidad de influencia sobre las decisiones del Ejecutivo.
La figura de Yolanda Díaz, antaño uno de los activos electorales más potentes del espacio, también sufre un deterioro notable. Fuentes regionales dan por agotado el ‘yolandismo’ como proyecto político articulador, lo que abre un vacío en la izquierda que un ‘Frente Amplio’ podría ocupar.
En el proyecto no participará Podemos, que ha preferido optar por un camino propio con el fin de mantener su voz diferenciada de los partidos que forman parte del alicaído Gobierno.
PÉNDULO
El contexto europeo contribuye a incrementar la preocupación en las filas progresistas. La expansión de formaciones ultraderechistas y el avance de la derecha tradicional en numerosos países sirven de aviso para la izquierda española, que observa cómo una parte significativa de su electorado se desplaza hacia posiciones más conservadoras.
El creciente trasvase directo de votos a Vox inquieta especialmente a los estrategas progresistas, porque altera por completo la relación de fuerzas y reduce las posibilidades de mayorías alternativas. En este escenario, voces internas insisten en que la izquierda debe «mover ficha» antes de quedar definitivamente arrasada por el ciclo político.
Para algunos, la combinación de un PSOE renovado con una figura como Illa y un espacio alternativo articulado en torno a perfiles reconocidos, como Rufián, podría frenar la sangría y reconstruir una oferta progresista viable. Para otros, sin embargo, el problema es más profundo: la credibilidad perdida por los escándalos y la falta de un proyecto cohesionado dificultan cualquier operación de sustitución de nombres.
Mientras el Gobierno intenta contener el desgaste y gestionar un calendario electoral adverso, la izquierda se adentra en un proceso de introspección acelerada. El interrogante ya no es solo si habrá cambio, sino qué liderazgos podrán sobrevivir a la tormenta que se aproxima.
Según las encuestas internas, Illa y Rufián destacan como los dirigentes con mejor valoración en sus respectivos espacios. La incógnita es si, en un momento de dramático crisis del bloque, eso sería suficiente para evitar la debacle de la izquierda española.






