Resulta curioso observar cómo las miradas se dirigen a este rincón del Mediterráneo, dejando en un segundo plano a Madrid y Barcelona, porque la autenticidad que destila Alcoy no se compra con grandes presupuestos. La capital de la comarca de l’Alcoià presume de organizar la cabalgata más antigua de España, un título que lleva con orgullo y que supone una lección de historia y patrimonio cultural para el resto del país. Es esa mezcla de fervor popular y rigor histórico lo que convierte a esta cita en algo que las grandes metrópolis, pese a sus esfuerzos, no logran replicar con la misma alma.
La documentación oficial sitúa el inicio de esta tradición en 1866, un dato que a menudo sorprende a los habitantes de Madrid y Barcelona cuando descubren la longevidad de este festejo alicantino. Mientras que en las grandes urbes se apuesta por la espectacularidad tecnológica, aquí se mima la esencia, algo que ha permitido mantener su estructura casi intacta a lo largo de más de siglo y medio de vida. Esta continuidad ininterrumpida es la envidia de cualquier organizador de eventos en las principales capitales, que ven cómo la moda pasajera nunca puede competir con el poso de la tradición.
UNA PUESTA EN ESCENA QUE DESLUMBRA
El despliegue logístico que tiene lugar cada 5 de enero hace que las comparaciones con los desfiles de Madrid y Barcelona resulten inevitables, pero siempre favorables al encanto alcoyano por su singularidad. La participación masiva de la gente local es clave, ya que se involucran más de mil personas en la comitiva para dar vida a un séquito real que parece sacado de un grabado del siglo XIX. No hay actores contratados ni figurantes desganados, sino vecinos que viven su papel con una intensidad que traspasa la piel y emociona al visitante foráneo.
A diferencia de las cabalgatas modernas y a veces impersonales que podemos ver en Madrid y Barcelona, el desfile de Alcoy se estructura en una secuencia narrativa perfecta que mantiene al público en vilo. La luz juega un papel fundamental, pues la iluminación eléctrica se atenúa para que el fuego de las antorchas y la luz natural sean los verdaderos guías de Sus Majestades de Oriente por el centro urbano. Este ambiente de penumbra controlada genera una atmósfera de misterio y recogimiento que es, sencillamente, imposible de encontrar en las avenidas iluminadas de las grandes ciudades.
LOS PAJES Y LAS ESCALERAS ROJAS
Uno de los elementos más distintivos, que jamás verás en las celebraciones de Madrid y Barcelona, es la presencia de los pajes reales, conocidos popularmente como ‘Els Negres’. Estos ayudantes incansables cargan con largas escaleras de mano de color rojo que utilizan para trepar hasta los balcones y ventanas de las casas durante el recorrido del desfile. Es una imagen icónica ver cómo suben y bajan ágilmente para entregar los paquetes en mano a los niños que esperan asomados, creando una interacción directa y mágica que rompe cualquier barrera entre el espectáculo y el espectador.
Esta cercanía física contrasta enormemente con las carrozas blindadas y lejanas habituales en Madrid y Barcelona, donde los regalos son lanzados al aire sin destinatario fijo. En Alcoy, el regalo tiene nombre y apellidos, y el paje mira a los ojos al niño al entregárselo, creando un recuerdo imborrable que perdura toda la vida en la memoria de los pequeños. Es este detalle, el de la personalización y el esfuerzo físico de los pajes, lo que dota a la fiesta de una humanidad desbordante que las grandes producciones televisadas no pueden ni soñar.
EL MOMENTO CUMBRE DE LA ADORACIÓN
Si hay un instante que congela el corazón y que no tiene parangón en Madrid y Barcelona, es la llegada de los Reyes Magos a la Plaza de España para realizar la Adoración. Al caer la noche, la comitiva se detiene y los monarcas descienden de sus camellos para caminar hacia un portal de belén viviente instalado en el centro de la plaza, ofreciendo el oro, el incienso y la mirra. La música se eleva, las campanas repican y el silencio respetuoso de miles de personas crea una burbuja de emoción colectiva difícil de explicar con palabras.
Mientras suena el ‘Aleluya’ del Mesías de Händel, el cielo se ilumina con un castillo de fuegos artificiales que, lejos de ser un simple adorno pirotécnico como en Madrid y Barcelona, subraya la solemnidad del acto religioso y festivo. La combinación de la música sacra, la pólvora y la devoción de los Reyes arrodillados consigue arrancar lágrimas a los presentes por la belleza estética y espiritual del momento. Es una representación teatral en plena calle de un nivel artístico y emotivo que supera con creces cualquier producción comercial de las grandes capitales.
TRADICIÓN FRENTE A MODERNIDAD
Es comprensible que los programadores culturales de Madrid y Barcelona miren de reojo el éxito sostenido de esta fiesta alicantina, declarada de Interés Turístico Nacional desde 1965. En un mundo donde todo cambia rápidamente, Alcoy demuestra que respetar las raíces es la mejor estrategia para mantenerse relevante y querido por el público. Aquí no hay personajes de dibujos animados de moda ni carrozas patrocinadas por marcas comerciales que desvirtúen el sentido original de la epifanía, algo que purifica la experiencia.
La autenticidad es un valor en alza y, mientras en Madrid y Barcelona se debate cada año sobre la estética de los trajes o la idoneidad de las carrozas, en Alcoy el consenso es absoluto. El diseño de los ropajes y la estética general beben de la tradición orientalista clásica y se mantienen fieles a lo que el imaginario colectivo espera de una noche de Reyes. Esta coherencia estética brinda una sensación de verdad y respeto hacia la infancia que a menudo se echa en falta en los grandes despliegues mediáticos de las metrópolis.
UNA EXPERIENCIA PARA VIVIRLA
Quien decide viajar a Alcoy el 5 de enero sabe que va a presenciar algo que las retransmisiones de Madrid y Barcelona no pueden captar a través de una pantalla. El horario es estricto pero intenso, comenzando sobre las 18:00 horas y extendiéndose hasta pasadas las 22:00, cuatro horas donde la ciudad se transforma en un escenario bíblico sin parangón. La recomendación para el visitante es clara: llegar con tiempo, buscar un buen sitio y dejarse llevar por la marea de ilusión que inunda las calles empinadas de esta localidad industrial.
Al finalizar la jornada, queda la sensación de haber sido testigo de algo puro, lejos del ruido mediático que a veces envuelve a las cabalgatas de Madrid y Barcelona. La Cabalgata de Alcoy no necesita reinventarse cada año porque su fórmula es perfecta tal y como es. El visitante se marcha sabiendo que ha participado en un ritual colectivo único y comprendiendo por qué, al menos por una noche, las grandes capitales de España desearían tener un trocito del alma de Alcoy.









